Sector no estatal: cambiar la mirada hacia formas más cooperativas

La Habana, octubre (SEMlac). – El desarrollo de formas de gestión no estatales en Cuba ha evolucionado de manera desigual en cuanto a la conformación de micro, pequeñas y medianas empresas (mipymes) y cooperativas no agropecuarias (CNA), lo que en opinión de la socióloga Maura Febles está muy ligado a las condiciones de partida en los procesos de emprendimiento.

La investigadora del Grupo América Latina, Filosofía Social y Axiología (Galfisa) del Instituto de Filosofía considera que en ello tienen un impacto el género y la racialidad, además de inciden también la poca cultura cooperativa y las condiciones poco atractivas para su impulso.

Las cifras son elocuentes: de septiembre de 2021 al 29 de septiembre de este año existían en el país 8.562 mipymes, de ellas 8.389 privadas; apenas había creadas 116 cooperativas no agropecuarias (CNA). Sobre este y otros temas dialogó con SEMlac la joven investigadora, quien puso énfasis también en las fortalezas de la economía feminista dentro de este sector.

¿Qué incide en el desarrollo desigual de empresas y cooperativas en el sector no estatal y qué brechas nos muestran?

Como ya se ha discutido en varios espacios, las nuevas formas de gestión no han propiciado una apertura hacia formas autogestivas colectivas y solidarias. Esto tiene que ver con que la inserción misma estuvo marcada, desde el inicio, por las desiguales condiciones de partida para quienes se podían vincular a estos procesos de “emprendimiento”.

Esta desigualdad de oportunidades está atravesada por diferencias de género, clase, racialidad, territorio y el cruzamiento de varias de estas variables hace más difícil insertarse en el sector no estatal en la condición de empleador.

Por otra parte, los vacíos legales que contiene el Código del Trabajo, aprobado en 2014, dejaron abierta la posibilidad para que muchos de estos espacios se desarrollen mediante relaciones poco cooperadas y reproduzcan mecanismos asimétricos o de explotación entre la figura del empleador y sus empleados y empeladas.

Las desigualdades que se han profundizado en la última década están atravesadas por la multiactoralidad económica de este tiempo y no han estado acompañadas de políticas ni incentivos financieros, o de otro tipo, que propicien la inserción de grupos vulnerables, como una posibilidad real de cambiar sus condiciones de vida.

Además, es posible apreciar que el trabajo de cuidados no remunerado sigue desarrollándose en los espacios privados y comunitarios, sostenido principalmente por mujeres, en condiciones cada vez más precarias de reproducir la vida.

Es clara la necesidad para Cuba de desarrollar sectores productivos no estatales, más aún en el contexto de múltiples crisis que atraviesa el país, agudizado luego de la pandemia de Covid-19. Sin embargo, es evidente la ausencia de un sector autogestionario que potencie el trabajo cooperado y fomente el poder del trabajo colectivo y de los derechos de quienes trabajan, lo cual contrasta aceleradamente con el creciente sector privado variado (cuentapropistas y mipymes privadas).

Desde Galfisa, ¿qué tipo de acciones consideran que podrían conducir a transformar esa realidad?

Desde 2013, el grupo Galfisa se insertó en el debate teórico y el activismo sobre las formas de gestión, apostando a la diversidad económica y el acompañamiento a diversas formas de gestión y propiedad, desde la defensa de los valores y la centralidad del trabajo.

La apuesta por el movimiento del cooperativismo en Cuba fue parte de nuestras principales banderas y, como resultado, logramos impulsar una Red de Trabajo Cooperado y solidario que propició encuentros, debates y puestas en común sobre temas que son medulares en el contexto nacional y regional, como la centralidad del trabajo, la producción y reproducción de la vida, o la corresponsabilidad laboral y familiar en el espacio productivo. 

Asumimos como una oportunidad las posibilidades que se abrían para acompañar procesos en los cuales se apostara por poner la vida en el centro y por una economía desde otras lógicas diferentes a la acumulación del capital, o la explotación de los trabajadores.

La cooperativa Dajo, por ejemplo, constituida en su mayoría por mujeres, participó en varias formaciones relacionadas con la prevención de la violencia, lo cual tuvo incidencias no solo para las asociadas, sino para el papel que la cooperativa tiene hoy en la comunidad. 

¿Qué papel podría desempeñar la economía feminista para cambiar la mirada hacia formas más cooperadas de gestión?

Hemos impulsado la economía feminista en estos procesos no sólo como una apuesta teórica, sino como parte de la construcción conjunta que hemos hecho junto a las cooperativas acompañadas. El escaso acompañamiento que tuvo el cooperativismo no agropecuario, la poca cultura cooperativa a nivel de país y las condiciones poco atractivas para su impulso han derivado en una disminución de CNA respecto a los años en que fue aprobado el Decreto Ley que hizo posible su aparición.

La economía feminista aporta herramientas teóricas y metodológicas que pueden sumar miradas al proceso cubano de cambios económicos, a la vez que es un aporte fundamental para el desarrollo del movimiento de mujeres y el feminismo en Cuba.

Las propuestas de esta corriente implican no asumir lo económico como un elemento aislado, que aporte un beneficio a la sociedad; sino que su propio desarrollo implique una manera de hacer economía desde una lógica sostenible y emancipatoria.

Es fundamental el diálogo con experiencias regionales que aporten al debate sobre qué producir, cómo producir, asumiendo que estos espacios no sólo producen algo material, sino que reproducen relaciones éticas, políticas y culturales en dicho proceso. Es una discusión que debe acompañar el proceso en la misma medida que las discusiones sobre productividad, inserción al mercado internacional o comercialización, que son las cuestiones hegemónicas de los debates.

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