Los desafíos son enormes para las nuevas formas de gestión en Cuba, en general, pues los nuevos actores económicos que se han ido incorporando al panorama nacional desde mediados de 2021 generan una gran heterogeneidad en el tejido económico y empresarial del país.
Las micro, pequeñas y medianas empresas (Mipymes) y los trabajadores por cuenta propia (TCP), junto a las cooperativas y las más tradicionales empresas estatales, por solo citar algunos ejemplos, tienen el reto de funcionar como hilos independientes; pero, a la par, de articularse en función de los intereses colectivos del país.
¿Cuál es el rol de las cooperativas en este escenario, sus ventajas y desventajas? La economista Camila Piñeiro Harnecker, estudiosa durante años de esta forma de gestión económica, considera que cuentan con “fortalezas o potencialidades que no tienen otras formas de gestión empresarial”; pero que es necesario potenciarlas aún más, precisó en entrevista a SEMlac.
¿Cómo se insertan las cooperativas, agropecuarias o no, en este nuevo escenario económico?
Las cooperativas se mencionan en la Constitución, puesta en vigor en 2019, como una forma empresarial “socialista” y «objeto de atención especial entre las formas no estatales». Por tanto, como también se ve reflejado en la Conceptualización del Modelo Económico y Social Cubano y en los Lineamientos de la Política Económica y Social, queda claro que el modelo cooperativo está alineado con la visión de socialismo y país adoptado por la mayoría de los cubanos y las cubanas.
Sin embargo, estas aspiraciones legislativas y sociopolíticas todavía no se ven reflejadas en medidas concretas y están quedando como letra muerta.
Es cierto que en 2012 se pasó una norma experimental que permitía la creación de cooperativas de trabajo más allá de la agricultura y también que, finalmente, con la norma de 2021, cualquier grupo de personas que cumpla los requisitos puede crear de forma ágil este tipo de cooperativas. Igualmente, ambas normas establecen un trato preferencial a las cooperativas en relación con sus pares privadas: tienen una carga tributaria menor, no tienen límites al tamaño de sus membrecías y, supuestamente, deben recibir prioridad en licitaciones con el Estado.
Pero el establecimiento de la norma es solo un paso de varios para que el sector cooperativo realmente pueda despegar y alcanzar el rol que se espera de él en nuestra economía y sociedad. Como he explicado en otros trabajos, es necesario al menos cumplir lo que ha estado previsto en los Lineamientos por casi una década: crear un ente especializado en la promoción de cooperativas (o Instituto de Cooperativas) y constituir las cooperativas de segundo grado.
Después, sin perder la urgencia, se debería de comenzar un proceso democrático para pasar una ley general de cooperativas que permita la creación de cooperativas de consumidores y participantes múltiples, un ente de representación, entre otros componentes claves para el desarrollo de este sector.
Desde la “pausa y evaluación” del experimento con las cooperativas no agropecuarias (CNA), que ocurrió en 2016-2017, el discurso subliminal que ha predominado entre muchos funcionarios y empresarios estatales es el de “cuidado con las cooperativas”.
Los motivos detrás de esta extrema cautela para apoyar o comercializar con cooperativas han sido varios: desde acomodamiento burocrático, hasta corrupción, pasando por los instintos de autoconservación de empresarios y funcionarios estatales que creen que el crecimiento de las cooperativas puede hacer innecesarios sus puestos.
Sean cuales sean los motivos, las señales que predominan –tanto en los medios de comunicación como en las oficinas de funcionarios y empresarios estatales–, es que resulta mejor organizarse como Mipyme, TCP o productor independiente. Así, la realidad sugiere que las cooperativas deberían continuar como actores marginales y no centrales de nuestra sociedad, mientras las Mipymes parecen estar de moda.
¿Cuáles son las principales fortalezas y desafíos de este modo de gestión?
Las cooperativas tienen fortalezas o potencialidades que no tienen otras formas de gestión empresarial y eso ha sido demostrado por varias investigaciones empíricas, como abordé en el artículo “Las cooperativas en el nuevo modelo económico”, publicado en 2012 en el libro Miradas a la economía cubana: El proceso de actualización.
En general, ellas logran mayor tasa de supervivencia que las Mipymes y tienen una mayor capacidad de adaptación ante cambios en el mercado, en comparación con las empresas grandes, estatales o privadas. Además, las grandes o de grado superior disfrutan de las fortalezas de una mayor productividad, con igual flexibilidad que las Mipymes.
También permiten un verdadero control directo de los medios de producción por parte de los trabajadores y de los procesos económicos, por productores y consumidores. Otra fortaleza importante es que son una fuente de empleo más digno y estable que sus pares privadas.
Pero, además, producen una mayor equidad y justicia en la retribución del trabajo y la distribución de los excedentes; están mejor preparadas para contribuir al desarrollo local; satisfacen necesidades sociales de forma más efectiva y justo donde los márgenes de ganancia no son atractivos al sector privado y son la única opción de emprendimiento factible para personas en situaciones de vulnerabilidad
En paralelo, cuentan con fuentes positivas de motivación ante el trabajo y de realización como profesionales y seres humanos en el espacio laboral y resultan escuelas de trabajo en equipo, democracia, equidad, solidaridad, responsabilidad social.
Es importante apuntar que los valores y principios cooperativos están totalmente alineados con los valores de una sociedad socialista. Si entendemos que la propiedad social no es equivalente a propiedad estatal solamente y que las cooperativas no maximizan la ganancia, sino la satisfacción de las necesidades de sus integrantes, entonces queda claro que es posible guiar este tipo particular de empresas no estatales hacia la satisfacción de necesidades y aspiraciones sociales más amplias. O sea, es posible lograr que sean socialistas.
Como toda forma empresarial, y sobre todo por los propósitos más ambiciosos que se proponen las cooperativas en cuanto a gestión democrática, equidad, solidaridad y responsabilidad social, tienen desafíos importantes.
Entre ellos, lograr la educación cooperativa de sus miembros y hasta cierto punto de la sociedad; balancear entre la gestión democrática y la eficiencia en la toma de decisiones; impedir que la competencia de mercado les lleve a violar sus valores y principios; atraer administradores y especialistas experimentados que estén dispuestos a recibir ingresos menores a los que pueda ofertar el sector privado y facilitar la entrada de mujeres, jóvenes y personas en situación de vulnerabilidad.
La experiencia ha demostrado que estos desafíos pueden ser superados exitosamente si se construye un ecosistema o marco institucional, fundamental para que las cooperativas se desarrollen, se articulen con las comunidades y gobiernos locales y eviten los efectos negativos de la competencia en el mercado.
Las mujeres han sido minoría históricamente en las formas no estatales de producción. ¿Llegan también en desventaja al escenario cooperativo? ¿Resulta más difícil para las mujeres rurales?
Según la Alianza Cooperativa Internacional (ACI), las cooperativas, por sus valores de igualdad, equidad, solidaridad y sus principios de no discriminación, educación y gestión democrática, son organizaciones mucho mejor preparadas para alcanzar la equidad de género que las empresas privadas.
Según datos de su Comité de Igualdad de Género, actualmente en el mundo aproximadamente la mitad de 1,2 billones de miembros de los tres millones de cooperativas son mujeres y esto incluye no solo a cooperativas de producción y trabajadores, sino también de consumidores, que son las predominantes.
No obstante, las mujeres están aún subrepresentadas en sus juntas directivas o consejos de administración. En muchas cooperativas, sobre todo de producción agropecuaria, el problema está no solo en la baja participación de mujeres en el liderazgo, sino sobre todo en su membrecía: el trabajo y criterios de las mujeres no son tomados en cuenta, pues solo los dueños de tierra o ganado pueden ser integrantes de pleno derecho.
En Cuba, dado que más del 85 por ciento de las cooperativas son de producción agropecuaria y el resto, en su mayoría, de actividades donde predominan los varones (construcción, mercados agropecuarios, transporte), es de esperar que las mujeres estén subrepresentadas. De hecho, según datos de la Oficina Nacional de Estadísticas de Información (Onei), la participación de las mujeres en las cooperativas en 2021 era de 17,2 por ciento, aunque la tendencia es al alza: hace solo cinco años era de 12,1 por ciento.
Lo interesante es que, en nuestras cooperativas agropecuarias, hay casi igual participación de mujeres que en las no agropecuarias: 17,7 por ciento frente a 18,3 por ciento, respectivamente. Esta tendencia hacia la convergencia también ha ido en aumento en los últimos cinco años: en 2016 era de 11,94 y 19,5 por ciento, respectivamente.
¿Cómo explicar esto? En Cuba, si una mujer trabaja en la actividad agropecuaria de su familia, puede integrar la cooperativa si así lo desea, lo cual no es común en otros países, pues la membrecía por lo general requiere de titularidad sobre un activo agropecuario y una contribución monetaria importante.
Es también resultado de décadas de trabajo educativo y de que, finalmente, en la última década se les haya permitido y facilitado a las cooperativas actividades de procesamiento en las que hay mayor participación femenina.
Debemos tener en cuenta que la participación de las mujeres en el empleo formal (total de ocupados) en Cuba es de 37 por ciento, y en el sector no estatal es aún menor (24,3 %), con tendencia al alza en los últimos cinco años.
En el sector privado, en tanto, es 10 puntos porcentuales mayor que en las cooperativas (27,7%), porque en él se cuentan a trabajadores por cuenta propia, una cifra que hasta finales de 2021 aun incluía a las personas contratadas y a titulares de negocios muy pequeños liderados por mujeres, como servicios de belleza o cuidados.
Para lograr una mayor participación de mujeres en el sector cooperativo, como ha ocurrido en otros países, deben permitirse otros tipos de cooperativas e implementarse programas de incubación de cooperativas entre las personas en situaciones de vulnerabilidad.
Por otro lado, debe tenerse en cuenta que las cooperativas no pueden superar del todo a la cultura, las circunstancias y condiciones de sus integrantes y entorno, por lo que van a reflejar en gran medida la división sexual del trabajo y los roles de género. No obstante, están mejor preparadas para superarlos, sobre todo si se articulan en movimientos sociales más amplios que satisfagan las necesidades diferenciadas de las mujeres y creen condiciones para la equidad al interior de las organizaciones empresariales.
Especialistas coinciden en que, ante la falta de miradas transversales de género al nuevo escenario económico, sería bueno incluir acciones afirmativas que permitan equilibrar las diferencias entre hombres y mujeres. ¿Coincide? ¿Cuáles podrían ser, en su opinión?
Considero que nuestra sociedad está mejor preparada que otras en la región para acciones afirmativas, pues la igualdad de las personas es un valor generalizado y hay una red de servicios públicos que facilitan –si bien están lejos de ser suficientes- el cuidado. No obstante, dadas las sostenidas y agudas crisis económicas vividas en las últimas décadas, la vida cotidiana familiar se ha tornado muy desafiante y una gran parte del peso de la “reproducción social de la vida” recae sobre las mujeres.
Acciones afirmativas para aumentar la participación de las mujeres en la membresía y el liderazgo de las cooperativas han tenido resultados positivos en algunos países, pero en otros han tenido efectos negativos no esperados. Por tanto, pienso que más que imponer una cierta cuota de mujeres, lo más beneficioso sería sugerir metas gradualmente más ambiciosas y no ajenas a los límites de la actual división sexual del trabajo.
Para lograrlas, será necesario dotar a las cooperativas de facultades y herramientas para poder eliminar las barreras internas que impiden mayor participación de las mujeres, tanto en la membrecía como en el liderazgo.
Le puede interesar además:
DAJO, un emprendimiento que sobrevive a la pandemia
Model, una cooperativa en época de pandemia, viviendo tiempos de mujeres