Desde el lugar que ocupa en el barrio este colectivo, compuesto por 24 cooperativistas: 17 mujeres y 7 hombres, se traza también como meta ser un referente de cooperación, solidaridad y respeto.
“Hemos tenido mucha aceptación desde el momento en que abrió la cooperativa. Muchas personas se acercan a lavar, planchar, mirar las ofertas, pero también a conversar y saludar. Nos llaman su familia y hasta nos dicen ‘vengo a verlas porque si no, no se me arregla el día’. Hablan del confort y la atención que brindamos”, comentó Yordanka Duarte, quien recibe al público en la recepción.
A su juicio, “lo fundamental de trabajar en un lugar como este es lo saludable que es. Tenemos muchos problemas en la casa, carencias económicas y lo demás, y si llegas a un lugar a trabajar ocho horas de tu día y también resulta ser un ambiente hosco, se te hace la vida más dura. Si en el centro laboral, además de retribuirte, se alivian tus pesares, recibes bienestar y tus compañeros te apoyan y se preocupan por ti, pues todo cambia”, dijo.
De ahí que, para ella, el hecho de que la cooperativa se vincule a la comunidad en la prevención de la violencia de género constituye una ganancia colectiva. “Para nosotras siendo mujeres, es un deber ayudar a que otras mujeres encuentren herramientas que les permitan salir de situaciones de violencia o no pasar por estas”, opinó.
Inmaculada Ayarza, otra de las trabajadoras de DAJO, señala que la “confianza de la comunidad ya está ganada, por lo cual la cooperativa es un excelente espacio para promover estos temas”.
Aprender desde adentro
El Grupo América Latina, Filosofía Social y Axiología (Galfisa), del Instituto de Filosofía, acompaña a DAJO desde su nacimiento en la capacitación y organización de talleres que doten a sus integrantes de conocimientos sobre género y economía feminista, entre otros, señaló la socióloga Maura Febles Domínguez, investigadora del grupo Galfisa.
Para la investigadora, estas acciones son un paso más y responden a la necesidad de profundizar en la formación en temas de género. “Y lo que me parece más importante: de asumir con mucho compromiso la responsabilidad comunitaria que tienen sobre un problema tan importante como la prevención de la violencia de género”.
“Es un camino en doble sentido. Para poder contribuir con la comunidad, hay que apropiarse de los términos, desaprender los mitos, atreverse a cuestionar la vida en lo más íntimo y ser capaz de compartir esas reflexiones en el espacio donde trabajas cada día”, consideró la socióloga.
La también investigadora de Galfisa Mirell Pérez González explicó que el acompañamiento a experiencias de producción y reproducción de la vida significa involucrarse responsablemente en el proceso de trabajo.
“Con cooperativas como DAJO, nuestra intención siempre ha sido no mirar desde afuera, sino logar incorporarnos en sus dinámicas laborales y no asumirlo de forma interventora. Respetar el saber acumulado de cada cooperativista y sus aportes, criterios y visiones es la mejor manera de construir los intercambios que de forma permanente hemos concebido y propiciado en espacios y encuentros”, enfatizó.
“El intento de cambiar paradigmas, superar estereotipos, lograr que incorporen estos aprendizajes en su vida cotidiana y laboral es complejo, es un acto sostenido y que demanda tiempo y paciencia”, dijo.
La cooperativa DAJO es un lugar donde laboran muchas mujeres y que frecuentan muchas mujeres y algunos hombres también.
Para empezar a diseñar acciones comunicativas que ayuden a prevenir la violencia de género, tanto al interior del colectivo laboral como de cara a la comunidad donde la cooperativa está enclavada, desarrollaron un taller de trabajo el pasado 15 de junio.
En opinión de Pérez González, “cada espacio o momento que podamos dedicar a hablarles acerca de la violencia de género, sobre todo aquellas que son menos visibles, palpables, las más subliminales, donde el poder y el dominio se disfraza de ‘amor’, confianza y fidelidad; serán esenciales para ir desmostando las lógicas patriarcales y lograr que estos espacios sean sitios libres de violencia hacia lo interno del colectivo laboral y hacia los entornos comunitarios y sus clientes”.
“Si cada una de las personas que han participado en este taller, al regreso a su casa, piensa, reflexiona y medita e incluso se cuestiona algunos patrones de vida que reproduce, entonces habremos empezado a ganar una batalla”, agregó.
Mitos como el “amor romántico”, estereotipos que asocian la violencia mayormente a nivel social o educacional; el control sobre el cuerpo, el acoso callejero o la naturalización de expresiones de maltrato al interior de las parejas fueron algunos de los temas más debatidos durante el intercambio.
Entre las mayores inquietudes, las mujeres reflejaron la necesidad de conocer y reconocer los tipos de violencia de género existentes, las vías para denunciar los hechos y los mecanismos de protección a las víctimas.
Uno de los consensos a los que llegaron lo resumió Inmaculada Ayarza: “Más que educacional, la violencia es un problema cultural de las sociedades machistas. Si creces en un ambiente donde tus padres te pegaban, vas a golpear porque, para ti, se ha vuelto algo normal. Pero todo lo que se aprende se desaprende”, dijo.
Del intercambio resultaron varias iniciativas, como elaborar y colocar mensajes que ayuden a visibilizar el problema en el entorno laboral y el barrio; utilizar el cartel, pero también el debate en asamblea de asociados, invitar a familiares a estos intercambios, echar mano a las redes sociales, estampar frases en los vales, confeccionar un cuño como señal para pedir ayuda e insertar en algunas etiquetas de las manualidades información básica sobre la línea 103, que brinda ayuda para estos casos.
“Una frase al dorso de un vale de pago puede hacer la diferencia y ayudar a que más personas estén al tanto del tema o buscar salidas. Hay formas en que la cooperativa puede prevenir y, quién sabe, hasta salvar la vida de alguien; me parece muy importante”, consideró Febles.
Para Mirell Pérez González, “esas iniciativas solidarias, comunitarias y los modos que han encontrado para mitigar el impacto de la pandemia de covid-19, que ha implicado reorganizar el trabajo, los tiempos, la vida de la cooperativa, diversificar creativamente sus producciones y servicios; hablan del deseo de DAJO de superarse constantemente, perfeccionar sus modos y visiones, de ser parte de procesos de aprendizajes constantes”.
La investigadora sostiene que hay potencialidades reales de prevención de la violencia de género en espacios como este. “Siento que hay un camino andado, pero también que nos queda mucho por hacer. Como dice una frase feminista: ‘Son las redes que tejemos entre mujeres, aquellas que nos salvan’, enfatizó.