La economía feminista en tiempos de transformaciones económicas. Un debate oportuno para Cuba

El proceso de actualización del modelo económico y social apuesta por el aumento de la eficiencia y la productividad. Sin embargo, esta favorable proyección, que responde a la implementación del programa de los lineamientos económicos y sociales aprobados en el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba en febrero del 2011, no distingue los diferentes aportes que hacen mujeres y hombres por el desarrollo económico del país.

La equidad de género desde la economía requiere de una mirada diferente, obligada a incorporar al análisis nuevos conceptos que visibilicen el trabajo doméstico y de cuidado que realizan, principalmente, las mujeres; y a explicar la relación de dependencia entre el trabajo remunerado y el trabajo no remunerado.

Para ello es imprescindible revisar los postulados de la economía feminista. El señalamiento principal de la economía feminista radica en que la división sexual del trabajo, que comprende la distribución del trabajo productivo y reproductivo entre los hogares, el mercado y el Estado, por un lado, y entre hombres y mujeres, por el otro, implica una subordinación económica de las mujeres, que se expresa en una menor participación en el trabajo remunerado (y mayor en el no remunerado), una peor participación en el mercado laboral (en términos de remuneración y condiciones de trabajo), un menor acceso a recursos económicos y, como consecuencia de todo lo anterior, un menor grado de autonomía económica (se modifican agudizando, paliando o reformulando la desigualdad) y, al mismo tiempo, estas relaciones marcan el terreno sobre el cual ocurren los fenómenos económicos.

Se trata de reconocer a la mujer como agente económico. Mostrar las relaciones de género como las relaciones sociales de poder.

La reflexión sobre el trabajo familiar doméstico comienza a tomar fuerza y a organizarse como una corriente del pensamiento crítico dentro de los estudios del feminismo desde la pasada década del sesenta.

El debate y el discurso identificaron que el problema principal residía en la insuficiencia de los conceptos productivo e improductivo para el análisis de los problemas actuales. Una cuestión considerada fundamental en el debate se refiere a la contribución del trabajo doméstico a la reproducción de la fuerza del trabajo, tanto a nivel cotidiano como generacional.

El concepto de relaciones de género como una categoría socialmente construida, que puede tener vínculos sistémicos con la economía, empezó a surgir solamente después del debate del trabajo doméstico.

En los años setenta comenzó a reconocerse que el desarrollo económico, en términos generales, había afectado diferencialmente a mujeres y hombres en el mundo en desarrollo. De igual manera, en los años ochenta, las feministas en general y las economistas feministas en particular, plantearon que las políticas macroeconómicas que se implementaron durante la década, en el mundo en desarrollo y dentro del contexto de las políticas de ajuste estructural, no fueron neutrales en términos de género, en particular por sus efectos. En este sentido se destacan las investigaciones de las economistas Diane Elson y Nilufer Cagatay, en relación con la incorporación del género a la macroeconomía.

En el conjunto de los desarrollos teóricos, conceptuales y empíricos que incorporan la variable de género como relevante para el análisis económico, se puede distinguir a quienes hacen economía con perspectiva de género de quienes hacen economía feminista.

La diferencia entre economía de género y economía feminista es que la primera se encuentra centrada en denunciar las desigualdades económicas entre hombres y mujeres, sin cuestionar el marco global; en cambio, la economía feminista está reformulando los conceptos centrales del análisis económico (Carrasco, 2009).

El abordaje neoclásico, dominante en economía, resulta restrictivo para entender y atender los problemas que preocupan a la economía feminista. La crítica epistemológica y metodológica a la economía neoclásica es, por tanto, un paso imprescindible para la economía feminista. Al desarrollarla, lo que se hace es denunciar el sesgo androcéntrico de esta mirada, que atribuye al hombre económico (homo economicus) características que considera universales para la especie humana, pero que son propias de un ser humano varón, blanco, adulto, heterosexual, sano. El hombre económico no es negro, ni latino, ni inmigrante, ni niño, ni discapacitado, ni mayor y, por supuesto, no es mujer. (Rodríguez Enríquez, 2010)

Al igual que en otras regiones del mundo, en Cuba el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado, y más específicamente el trabajo femenino, se ha constituido en un elemento estabilizador de la economía y un mecanismo de ahorro para el Estado. Excluir su rol constituye un análisis incompleto del ciclo económico y un resultado que define el crecimiento como fundamentado solamente en la producción de bienes y servicios que crean valor y generan ganancias. Se debe reconocer que son los postulados de la economía feminista los que identifican la importancia y relevancia del trabajo doméstico y de cuidado no remunerado en la economía y como garantía del desarrollo de las fuerzas productivas presentes y futuras.

En Cuba ha sido posible la tendencia inercial de los salarios, durante más de 20 años, por la contribución del trabajo doméstico y de cuidado no remunerado. Gracias a este trabajo invisible, pero necesario, en los hogares se elabora –y en la mayoría de los casos se inventa– la alimentación, se cuidan a niñas y niños, personas ancianas, enfermas, discapacitadas, se educa a la infancia y la juventud, se ordena y administra la vida hogareña.

La participación de los miembros de los hogares en las actividades no remuneradas en ese espacio de vida tiene expresiones muy diferentes para los sexos, que son muy relevantes y que deben conocerse para poder orientar las acciones gubernamentales hacia la conciliación del ámbito público en el mercado y el ámbito privado fuera del mercado.

Para que exista fuerza de trabajo disponible, es necesaria una dotación de trabajo doméstico y de cuidado no remunerado encargada de la reproducción social de las personas, lo cual no se tiene en cuenta en el análisis económico convencional.

No todo el potencial de trabajo del que disponen las personas lo ofertan en el mercado, porque sin el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado no se puede desarrollar la fuerza de trabajo y, en consecuencia, no habría posibilidad de generar valor económico y reproducir el sistema económico y social.

Mediante el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado también se consigue transformar el nivel de vida en bienestar, al acoger las actividades de atención a la salud, la educación y la recreación. Con ello se consigue la extensión del consumo de los hogares a un consumo efectivo, al alcanzar estándares de vida ampliados.

A los efectos de la medición, es importante destacar que no todo el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado es medible, pues lleva implícito la satisfacción de las necesidades de quienes integran la familia e involucra actividades de relaciones humanas en el plano sicológico y afectivo. Esta dimensión subjetiva del trabajo doméstico y de cuidado no remunerado, imprescindible para la estabilidad física y emocional de quienes integran el hogar, no encuentra sustituto en el mercado.

La racionalidad de los gastos del presupuesto estatal asociados a lo aprobado en los Lineamientos Económicos y Sociales en el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba en 2011, busca el equilibrio presupuestal y, por ende, algunas de las acciones de desarrollo económico han dejado espacios que, previsiblemente, deben ser atendidos por otros agentes económicos.

En este nuevo proceso de reordenamiento, los hogares comienzan a apropiarse de gastos que antes eran servicios prestados por el Estado, como la atención a la alimentación, higiene, vestuario (uniformes), calzado, transporte de los estudiantes, entre otros. Estos gastos que se asumen en los hogares incrementan el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado y también el consumo total efectivo, por lo que, a los efectos de la demanda global, solo hay un cambio invisible de estructura del consumo total.

También como parte de la actualización económica, destaca a nivel macroeconómico la disminución desde 2008 del gasto corriente de asistencia social del presupuesto del Estado. Sin embargo, las tendencias demográficas apuntan hacia un envejecimiento de la población cada vez mayor -18,3 % en 2012- y la prevalencia de enfermedades crónicas propias del envejecimiento, lo que ha dado lugar a una mayor visibilidad de la presencia e importancia del cuidado de las personas que lo necesitan.

En los últimos años se han actualizado las regulaciones que permiten proteger a las personas más vulnerables, disminuyendo así los gastos de los servicios de asistencia social.

Es una realidad que el envejecimiento poblacional se enfrenta actualmente por los hogares. Son las familias las que están elaborando sus propias estrategias para asumir el cuidado de los adultos mayores, utilizando el servicio del cuidado por cuenta propia o el cuidado en el hogar por un familiar.

La eliminación gradual y ordenada de los productos de la libreta de abastecimiento y de los comedores obreros, así como la eliminación de los subsidios a productos y de las gratuidades indebidas, inciden de forma directa en el trabajo doméstico no remunerado.

Hoy día los hogares tienen que aumentar el trabajo de elaboración de alimentos, pese a que se incrementó el salario pagado a los trabajadores remunerados que no disponen de comedor. Los miembros del hogar que se dedican a las gestiones de compra y cocción de alimentos, en su mayoría mujeres, tienen que dedicar más tiempo al trabajo doméstico.

Con estas consideraciones se rectifica la visión tradicional, según la cual el salario pagado permite adquirir todos los bienes y servicios necesarios para la reproducción; se ejemplifica que es factible mantener salarios bajos por largo tiempo, ya que en los hogares se transforman bienes mercantiles en bienes consumibles y se prestan determinados servicios (porque no existen, no son buenos sustitutos o no son asequibles) y es viable la racionalidad en los presupuestos estatales, porque los hogares asumen la ausencia de los servicios y los subsidios que brindaba el Estado, o combinan estos servicios según sus condiciones coyunturales específicas.

No obstante, el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado no puede compensar de forma imperecedera la satisfacción de las necesidades básicas vitales. Más temprano que tarde, se intensifica la demanda por mayores salarios monetarios y, a partir de cierto nivel de tensión, la fragmentación social se hace visible porque refuerza la inequidad y encuentra, como en el caso cubano, una de sus manifestaciones en la redistribución de los ingresos a nivel de la microeconomía.

El análisis empírico de estos ejemplos permite una aproximación a comprender que alcanzar la eficiencia y el ahorro a nivel macroeconómico también depende, en gran parte, de la capacidad del sector hogares de aumentar la magnitud e intensidad del trabajo no remunerado. Por consiguiente, es justo el argumento de que en los hogares se ha recibido una parte de la carga del cuidado como resultado del ahorro y la eficiencia para alcanzar una buena salud en la economía.

Para enfrentar esta situación, quienes conforman los hogares deben aumentar su participación en la fuerza laboral y en el trabajo doméstico no remunerado, excepto las mujeres que tendrán mayor dificultad y menor oportunidad que los hombres, por asumir gran parte de la carga del cuidado e incrementar en mayor medida su trabajo doméstico no remunerado.

También desde la perspectiva del empleo, al aumentar el cuidado en los hogares puede ocurrir que, en vez de aumentar la eficiencia, la invisibilidad del trabajo doméstico y de cuidado no remunerado pueda estar ocultando la variabilidad de la eficiencia, pues los cuidadores -en su mayoría mujeres- puede que requieran trabajar jornadas laborales más cortas, incorporarse al sector no estatal en actividades de servicios de baja productividad o dedicarse por entero a ser “amas de casa”. Según el Censo de Población y Viviendas de 2012, 41 por ciento de la población femenina de más de 15 años se declaró como no económicamente activa y de ese porcentaje una amplia mayoría se dedica exclusivamente a los quehaceres del hogar.

Si bien el proceso de actualización del modelo económico en Cuba exige de una sociedad más responsable, no es posible ni saludable para la economía cubana regresar al pleno empleo, acompañado de su inseparable ineficiencia, con una protección social totalitaria. Lo posible es aprovechar al máximo la ventaja de la política social cubana para alcanzar una mejor conciliación entre el Estado, el sector no estatal y los hogares.

1 comentario

  1. Me parece muy interesante y oportuno este articulo.Y por ende, felcito a su autora.
    Dra. Marta R. Zabaleta, Funadora ylideraza del Frupo de Trbajo del CEISAL’ Mujeres, Hombre sy genros para e desarrollo sustentable’, desde Londres

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