La Habana, julio (Especial de SEMlac).- Si el universo de las cuidadoras transcurre muchas veces en el silencio y la invisibilidad, el de las personas LGBTIQ+ que se encargan de cuidar o ser cuidadas es aún menos conocido.
Habitualmente ocultas en análisis y estadísticas, quienes integran estas poblaciones suelen participar de los cuidados con un desgaste mayor, porque lo hacen, además, desde una historia de discriminación, abandono y muy escasos cuidados.
“Es necesario visibilizarlas y atender sus peculiaridades, para tenerlas en cuenta en las políticas, estrategias y programas del sistema de cuidados”, asegura a SEMlac la socióloga Yailyn Rosales.
Como investigadora, la profesora de la Universidad de La Habana participa en un proyecto del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex) que se ha propuesto caracterizar las experiencias de cuidado que tienen las poblaciones LGBTIQ+.
“Cuando empezamos a revisar la literatura y la producción de la academia sobre cuidados, reparamos en los vacíos sobre estas poblaciones, específicamente las personas trans. ¿Quiénes iban a cuidar de ellas cuando envejecieran?”, precisa a SEMlac.
La familia, el primer espacio de cuidado, es de donde muchas veces tienen que salir, justamente, cuando revelan una orientación sexual o una identidad de género que no es la esperada por la familia.
Rosales ha investigado, particularmente, las vivencias e historias de vida de mujeres que integran la Red de Mujeres Lesbianas y Bisexuales del Cenesex. “Las miradas hacia ellas se han centrado más en los temas de la salud sexual y reproductiva, la atención y los cuidados en instituciones del Estado y menos en lo que ocurre en sus casas”, precisa.
Historias difíciles
De acuerdo con el patrón tradicional establecido en la lógica de muchas familias, sus hijas se van casar y tener hijos, es “lo normal”. Todo cambia para esas muchachas, sin embargo, cuando rompen con ese patrón y no son aceptadas por sus madres, padres y otros familiares.

Cuando deciden “salir de closet” y sincerarse con sus seres queridos, muchas viven el dolor del rechazo familiar. Otras optan por simular la heterosexualidad y hay también quienes viven bajo la hostilidad hogareña, deciden marcharse o son expulsadas de casa.
Para acercarse al tema de las mujeres lesbianas cuidadoras, pero también las que necesitan cuidados, Rosales tuvo en cuenta un estudio de seis casos.
Pudiera pensarse que no es necesario particularizar en las mujeres lesbianas cuidadoras respecto a otras, si son mujeres en su conjunto la mayoría de las personas cuidadoras. Sin embargo, hay particularidades a tener en cuenta, alerta Rosales.
“Sus historias de vida han estado marcadas por procesos de violencia y abandono escolar y familiar”, describe la especialista.
Eso conlleva tener que ocupar puestos de menor remuneración o informales, al enfrentar el mercado laboral; dependencia económica y desventajas para acceder a prestaciones monetarias de la seguridad social, explica.
“Algo muy difícil para ellas es haber sido rechazadas y abandonadas como hijas por su orientación sexual y tener que regresar como hijas cuidadoras, en un papel asignado por la familia que muchas ven incluso como oportunidad para volver, acercarse y servir. Regresan para cuidar y entonces ahí se ven sometidas a violencia y relaciones de poder”, argumenta a SEMlac.
Agrega que se generan situaciones que pueden ser hasta contradictorias, pues esas personas a las que cuidan, en condiciones supuestamente de mayor vulnerabilidad, violentan a la mujer lesbiana que la cuida, por tratarse de la hija “descarriada” que no se casó ni le dio nietos.
Una de las entrevistadas, por ejemplo, estaba cuidando a su abuela, una función que podía haberse repartido entre varias personas de esa misma familia.
“A veces les dicen: ocúpate tú que no estás casada, no tienes hijos, no tienes familia. O se refieren a su pareja como `esa mujer que vive contigo´. ¿Y su pareja no es su familia?”, cuestiona Rosales, cuando se usan los mismos argumentos del rechazo para exigir el cuidado.
Al final la entrevistada tuvo que abandonar esa atención, pues hubo familiares que la cuestionaban y no la dejaban desempeñar determinadas labores, detalló Rosales a SEMlac como ejemplo.
Cuando se trata del cuidado a niñas y niños, entonces vuelven a salir los prejuicios, el estigma y el rechazo hacia estas cuidadoras.
Otra de las mujeres del estudio comentaba lo difícil que había sido “cuidar a esa niña y tener que ir muchas veces a la escuela, porque se fajaba y enfrentaba cuando otros de su aula le decían que ella no venía de una familia normal”, ilustra Rosales. “Fue un proceso complejo con otras niñas, niños, docentes y padres”.
De cara a la escuela, la experta insiste en que “hay que seguir trabajando en el modelo de familia en el cual estamos educando a nuestros hijos, para que podamos avanzar y no nos quedemos solamente en tener leyes y un sistema de cuidados integrales, sino que integre las historias de vida de todas las personas”.
Dilemas comunes
En el diagnóstico realizado, constató además que, cuando ejercen como cuidadoras, las mujeres lesbianas comparten dilemas comunes a los de otras mujeres en similares tareas.

Así emerge la práctica de asumir la tarea como algo natural y aprendido de una generación a otra, viendo a sus madres, tías, abuelas y otras mujeres de la familia. También vivencian pobreza de tiempo para sí, al tener que consumir gran cantidad de horas diarias en esas labores. “Eso llevó a que algunas perdieran a sus parejas por eso”, acota Rosales.
Tener que asumir los cuidados de la familia condicionó, igualmente, la toma de decisiones importantes en sus vidas, como postergar proyectos y no poder desempeñarse profesionalmente, como ocurre con buena parte de las mujeres que asumen ese trabajo.
Esta falta de tiempo atenta contra su propia atención de salud, que ya estaba dañada por la estigmatización que persiste en el trato del personal médico, desde posturas heteronormativas, sobre todo en las áreas sexual y reproductiva, algo que sí emergió en sus testimonios, agregó la investigadora.
“Eso hace que dejen de ir a consultas, se desatiendan y ya lleguen a las labores de cuidado con determinadas patologías”, precisa.
Rosales reitera, finalmente, que más allá de los dilemas comunes, hay que tener en cuenta las historias de vida de las mujeres lesbianas cuidadoras para pensar políticas y trazar estrategias que las consideren, con sus propios problemas y demandas.
“Tenemos que marcar la diferencia porque sí, son mujeres, pero con una historia que las antecede y condiciona la manera en llegarán a ser cuidadas y darán cuidados también”.
Aunque el estudio se centró en las cuidadoras, la investigadora apunta que, cuando necesitan cuidados, las mujeres lesbianas no pueden contar siempre con las familias que les han dado la espalda.
“En muchos casos se cuidan entre ellas, como ocurre con las poblaciones trans, y se suple la familia de origen con la elegida”, comenta.
La literatura y la práctica indican, además, que debido a la discriminación que viven, las poblaciones LGBTIQ+ tienden a construir cuidados en redes o comunitarios para el acompañamiento mutuo en procesos de alimentación, salud, recursos económicos y asesorías, entre otros apoyos.
“O sea, todo en una comunidad para el cuidado propio y abierto a cualquier tipo de persona”, sostuvo.