Clotilde Proveyer Cervantes: Tenemos que desmontar la familia patriarcal

La Habana, septiembre (SEMlac).- En Cuba se manifiestan todos los tipos de violencias machistas, desde las más sutiles hasta las más evidentes. Reconocerlas y poder identificarlas es imprescindible para prevenirlas y atenderlas, asegura la Doctora en Sociología e investigadora Clotilde Proveyer Cervantes, profesora de la Universidad de La Habana.

“Si no desmontamos las concepciones sexistas, las visibilizamos, deslegitimamos y reestructuramos en forma de valores y conciencia, de manera intencionada, es muy difícil que podamos desnaturalizar lo que no es natural”, sostiene la también coordinadora del Grupo asesor de la Federación de Mujeres Cubanas para la atención y prevención de la violencia de género.

¿Cómo saber que estamos ante una situación de violencia por motivos de género? ¿Cómo identificarla?

La violencia de género expresa relaciones de poder históricamente desiguales, que se reflejan en la vida pública y privada. Tiene que ver con el contexto general de discriminación que, a lo largo de la historia, ha colocado a las mujeres en situación de subordinación y desvalorización, mientras ha puesto los hombres en el polo contrario, a detentar el poder y utilizarlo como mecanismo de dominación violento en sí mismo, para poder perpetuarlo y reproducirlo a lo largo de la historia.

Es la violencia de lo masculino sobre lo femenino, por lo que incluye a todas las identidades disidentes que trasgreden las normas; es la que le permite al patriarcado reproducirse, legitimarse y mantenerse históricamente para garantizar la dominación masculina. Es la violencia sexista, la violencia machista, la violencia patriarcal.

Está naturalizada e invisibilizada a nivel social, se incorpora por aprendizajes culturales y por eso no es sencillo identificarla. Muchas veces se hace cuando ya es inobjetable, en sus mayores gradientes: una bofetada o un golpe que genera lesiones; una ofensa demasiado evidente que excluye la condición de sujetos de las personas; o cuando causa la muerte.

Sus señales pueden estar a la vista, pero las dejamos pasar porque se han vuelto parte de nuestra vida diaria. Las hemos normalizado al punto de pensar que la violencia en las parejas es algo común. Puede expresarse en detalles sutiles como los chantajes emocionales, el control sobre la forma de vestirse, en cómo el hombre sustrae a la mujer de su entorno de relaciones y controla su tiempo. A veces lo que a ella le gusta va dejando de ser parte de su cotidianidad y ese espacio lo ocupan los intereses y relaciones de su pareja…

Más allá de lo evidente, cualquier acción que neutralice o impida la autonomía de una mujer o de una identidad disidente del binarismo y las normativas heteropatriarcales; que le limite la capacidad de comportarse  como sujeto, por muy sutil e insignificante que parezca, es un signo evidente de violencia de género: el control, los celos, la posesividad; dejar poco espacio para vivir la vida responsablemente, con proyectos autónomos.

¿Por qué se asegura que la violencia de género es estructural?

Porque está relacionada con la injusticia social de las desigualdades de género y se realiza a través de mediaciones institucionales y estructurales. Tiene que ver con la forma en que están organizadas las relaciones sociales para colocar lo masculino como eje de referencia en el poder y quehacer social.

Es la violencia del patriarcado como sistema de dominación; todo un heterosistema que mantiene bajo control a más de la mitad de la población del mundo; la base ideológica y organizativa de las sociedades modernas. Es la principal herramienta para generar y perpetuar ese sistema basado en la desigualdad e injusticia social, que supone la inferioridad histórica de las mujeres.

Esa desigualdad jerárquica entre hombres y mujeres, construida culturalmente, es legitimada y reproducida por las propias estructuras sociales. Las mujeres también somos garantes del patriarcado, al aprender los papeles sociales  del deber ser femenino como cuidadoras, tiernas, dóciles y subordinadas. Por tanto, también transmitimos en la educación de hijas e hijos ese patriarcado. 

¿Cuáles son las principales formas en que se expresa la violencia machista en Cuba?

En Cuba se manifiestan todos los tipos de violencias, desde las más sutiles, como el chantaje emocional, el silencio anulador, las formas más simbólicas e invisibilizadas, el control y la  posesividad –que cuestan más identificar por el proceso de legitimación cultural–, hasta la muerte o femicidio. En nuestro contexto, la violencia de género como problema de derecho, social y de salud se da en todos sus gradientes. Es un problema que no puede desestimarse, porque lejos de disminuir nos encontramos en un contexto de incremento de la violencia en todas sus manifestaciones.

¿A qué se le llama microviolencias? ¿Cómo identificarlas?

Fueron clasificadas por el español Luis Bonino como pequeños y casi imperceptibles controles  y abusos de poder, cuasi normalizados, que ejercen los hombres de manera permanente como maniobras de dominio. Como no son notables, las mujeres no los identifican como violencia, aunque restringen su poder personal, autonomía, equilibrio psíquico y afectan la democratización de las relaciones.

Bonino dice que son modos larvados de dominación, difíciles de identificar, que generan efectos dañinos a más largo plazo. No  son evidentes al comienzo de una relación, por eso son efectivos. Están invisibilizados por la aceptación cultural de la subordinación de las mujeres, por eso no se cuestionan. Tienen una gama muy amplia, se inscriben en la subjetividad, actúan impunemente  y son percibidas por las mujeres como muestras de amor o parte de la relación. No son menos dañinas, pues generan traumas, enfermedades orgánicas a  partir de la somatización del deterioro de la autoestima y la prolongación de la condición de subordinación que muchas veces las mujeres ven como destino o parte de los mandatos de género.

Ese actuar sostenido encuentra muy pocas resistencias y va adquiriendo  gradientes cada vez mayores. Pasa de actos imperceptibles a violencia extrema, según el ciclo se va instalando en la cotidianidad de la relación. Tiene que ver con la descalificación, la desautorización, el sexo impuesto, el control de las acciones, con desentenderse de lo doméstico y con la carga que convierte a las mujeres en responsables y agentes de cuidado de personas enfermas, ancianas y discapacitadas de sus familias y también de las familias de sus parejas. Y así, un sinfín de estrategias abusivas que se valen de tácticas y del lenguaje verbal y extraverbal, como construcciones simbólicas que remiten al ejercicio de la violencia.

¿Cómo desnaturalizar y reconocer esas diversas expresiones de violencia?

Desnaturalizar lo que no es natural pasa por promover el cambio cultural. Podremos tener leyes y una transformación legislativa como la actual, que ha visibilizado y colocado la violencia de género en la normativa jurídica; pero si no desmontamos las concepciones sexistas, será muy difícil aplicarlas.

Debemos sensibilizar e implementar currículos con perspectiva de género para identificar las causas de discriminación y las inequidades. Tenemos que desmontar la familia patriarcal, las concepciones de ese tipo que predominan en ellas y la educación sexista. Trabajar con los medios de comunicación que son portadores de esos valores y los legitiman; capacitar a decisores, realizadores y autores de textos; modificar los imaginarios sexistas de quienes administran la justicia, policías y de todas las personas que tienen la obligación de prevenir y atender la violencia.

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