Cuba, una nación con una rica historia y una cultura vibrante, enfrenta hoy uno de los retos más complejos de su desarrollo social: el envejecimiento acelerado de su población. Este fenómeno, acompañado de una alta tasa de migración externa, ha dado lugar a un número significativo de adultos mayores que viven solos, dependiendo de cuidadores remunerados contratados por familiares residentes en el exterior.
Esta realidad se entrelaza con transformaciones demográficas históricas y limitaciones económicas que reconfiguran las dinámicas familiares e institucionales, según confirma el estudio “El envejecimiento en América Latina y el Caribe: Instituciones, actores y políticas”, publicado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe en 2022. Este análisis busca explicar cómo este contexto sociodemográfico fragiliza a las personas mayores, exponiéndolas a múltiples formas de violencia, un fenómeno social frecuentemente invisibilizado a pesar de sus graves implicaciones.
Contexto sociodemográfico en Cuba: envejecimiento y migración
Cuba exhibe el índice de envejecimiento más alto de América Latina, con alrededor de un 25 por ciento de su población mayor de 60 años al cierre de 2024, según cifras preliminares de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (Onei), dados a conocer en una reunión de la comisión gubernamental que atiende la dinámica demográfica realizada en febrero. Se proyecta que para 2030 esta cifra supere el 30 por ciento.
Este envejecimiento acelerado resulta de una baja tasa de natalidad y una esperanza de vida elevada (76 años para hombres y 80 para mujeres). A ello se suma el éxodo de jóvenes y adultos en edades productivas y reproductivas.
La emigración ha sido una constante a lo largo de los años en Cuba. Desde la crisis de los años 90, agudizada por el colapso de la Unión Soviética y el recrudecimiento del bloqueo impuesto por Estados Unidos, dicho fenómeno se ha convertido en válvula de escape para quienes buscan mejores oportunidades económicas. Esta situación se ha intensificado en los últimos años debido a las difíciles condiciones económicas y sociales en el país.
Entre 2020 y 2023, según datos de la Onei, más de 400.000 cubanas y cubanos emigraron y, actualmente, más de 1.5 millones residen en el exterior, principalmente en Estados Unidos, España y México. Como consecuencia, muchas personas mayores han quedado en la soledad, sin el apoyo directo de sus familiares, y dependiendo de la contratación de cuidadores remunerados para atender sus necesidades.
La paradoja es evidente: quienes emigran envían remesas para sostener a sus familiares, incluyendo el pago de cuidadores, pero la distancia física y emocional abre un abismo de vulnerabilidad. Ancianas y ancianos, en muchos casos con pensiones insuficientes, dependen de ese flujo monetario externo para sobrevivir, lo que les sitúa en una posición de dependencia asimétrica, tanto de sus familiares como de sus cuidadores.
La violencia contra los mayores: entre el abandono y la explotación
La violencia hacia las personas mayores, en este contexto, adopta formas sutiles y brutales, a menudo naturalizadas como “daños colaterales” de la crisis. Quienes les cuidan, contratados muchas veces mediante acuerdos informales, no siempre cuentan con formación profesional o supervisión ética. En muchos casos son vecinos o conocidos que asumen el rol por necesidad económica, pero sin vocación ni preparación para ello.
La violencia es un fenómeno multifacético que puede adoptar diversas formas: físicas, psicológicas, económicas y negligencia. En una indagación realizada con algunas personas mayores objeto de cuidado en el municipio de Plaza de la Revolución se obtuvieron resultados que encendieron las señales de alerta, dado que se mencionaron formas de violencia que resultan preocupantes.
En primer lugar, destaca la violencia económica: las personas entrevistadas refirieron recibir remesas de sus familiares en el exterior. En muchos casos, mencionan que los cuidadores se apropian de parte o la totalidad de estos recursos para controlar sus finanzas. Se aprecia una manipulación a los ancianos, pues justifican gastos inexistentes o aumentan los precios de los productos básicos.
También se identifica violencia psicológica, más sutil, pero igualmente dañina. Insultos, amenazas, humillaciones y aislamiento social son mecanismos para socavar la autoestima de la persona dependiente de cuidados y mantenerla en una posición de sumisión. En las entrevistas refirieron que los cuidadores les dirigen frases como “tus hijos te abandonaron” o “si yo me voy, nadie más te va a cuidar”, lo cual refuerza su sensación de desamparo. Este tipo de instrumento emocional es común en contextos donde la persona depende completamente del cuidador. En relación con la violencia física, aunque menos visible o denunciada, también ocurre, sobre todo cuando los cuidadores ejercen fuerza bruta contra las adultas y adultos mayores (empujones, restricción de movimientos e incluso golpes). En uno de los casos, la anciana con quien conversábamos planteó que, en una ocasión, sufrió moretones a causa de su cuidadora. Este comportamiento apunta a que la falta de control directa de los familiares puede facilitar este tipo de abusos.
La negligencia y el abandono se apreciaron también como manifestaciones de violencia sufrida por estas personas, especialmente cuando los cuidadores no cumplen con sus responsabilidades básicas, como proporcionarles alimentos, medicamentos, atención médica o cuando los dejan solos durante horas. En un contexto con frecuentes apagones y escasez de medicamentos, esta negligencia puede ser mortal para los ancianos cuidados.
Factores que contribuyen a la violencia
Varios factores contribuyen a la violencia hacia las personas mayores que reciben cuidados en Cuba. En primer lugar, la desregulación y supervisión de cuidadores remunerados es un problema derivado de la informalidad de estos trabajadores, lo cual facilita que personas sin la capacitación o la ética necesaria asuman estos roles.
En segundo lugar, la distancia geográfica entre los adultos mayores y sus familiares en el exterior dificulta la supervisión directa. Muchos familiares dependen de llamadas telefónicas o mensajes para verificar el bienestar de sus seres queridos, lo que no siempre es suficiente para detectar abusos.
Las familias que viven en el exterior suelen actuar bajo una lógica mercantil al contratar a alguien «de confianza» para el cuidado de sus mayores. Sin embargo, esta dinámica genera un círculo complejo: la culpa por la separación geográfica y la idealización del cuidador (percibido como quien hace «un favor» a la familia) se combinan con situaciones en las que ancianos y ancianas ocultan abusos por temor a perder su único apoyo y compañía. Este entramado inhibe las denuncias, perpetuando un sistema donde la vulnerabilidad se agrava por la falta de supervisión y la dependencia emocional.
Finalmente, las difíciles condiciones económicas en Cuba también juegan un papel importante. Los cuidadores remunerados, obligados muchas veces por sus propias dificultades financieras, pueden ver a las personas mayores como una fuente de ingresos, lo que aumenta el riesgo de explotación.
Hacia una respuesta integral, ¿qué hacer?
La violencia hacia las personas mayores en Cuba es un problema complejo, que requiere una respuesta multisectorial.
Es preciso fortalecer redes comunitarias y promover programas locales donde los vecinos, trabajadores sociales y de la salud identifiquen casos de riesgo de sufrir violencia. Asimismo, se deben realizar acciones de educación y sensibilización, mediante campañas públicas, para visibilizar estas formas de maltrato y fomentar su denuncia.
En un contexto marcado por el envejecimiento demográfico y la migración externa, es fundamental que se toman medidas concretas para proteger a este sector vulnerable de la sociedad. Ello no incluye solo la implementación de políticas públicas, sino también un cambio cultural que promueva el respeto y la dignidad hacia las personas mayores, para garantizar que vivan sus últimos años con la seguridad y el bienestar que merecen.