De la adolescencia se ha escrito e investigado mucho. Es una etapa compleja en la que transcurren diversos procesos que conforman la personalidad y la imagen corporal, los cuales se consolidan en la juventud.

Entre las construcciones que ocurren en lo psicológico, en estas edades, están las identidades, las cuales se expresan desde diferentes aristas, lo que significa que en cada persona se configuran diversas identidades, de acuerdo con los distintos grupos con los que interactúa y donde se manifiesta la identidad colectiva.

Así, la identidad será cultural si pertenece a algún grupo específico (cantantes, bailarines, entre otras expresiones); sexual, según el sexo biológico (femenino o masculino); de género (mujer, hombre, transexual, queer, entre otras); territorial, de acuerdo a dónde se vive (campesinos, citadinos); etaria, según el grupo de edades al que pertenece  (infancia, pubertad, adolescencia temprana y tardía, juventud, entre otras) y/o por color de la piel (negros, mulatos, blancos), entre otras.

En fin, son muchas las variables que intervienen y permiten responder definitivamente a la interrogante ¿quién soy? Una respuesta en ocasiones difícil, si de género se trata, pues tiene que ver con la coherencia entre lo que siente la persona y la valoración social al respecto.

La identidad de género constituye una construcción social que responde al cómo se reconoce cada persona; es una vivencia individual asociada al cómo quiere que los otros lo perciban. Ha sido muy controvertida socialmente, por desconocimiento y por el rechazo a quienes se les asigna el sexo femenino o masculino al nacer y luego se sienten hombres o mujeres en el transcurso de sus vidas, es decir, se perciben con un género diferente al que corresponde a sus genitales.

La ya legitimada existencia de las personas trans, es decir, las que sienten que no pertenecen a la estructura genital de sus cuerpos, en las que no corresponde el sexo biológico con los roles sociales asumidos, comportamientos, funciones sociales, imagen corporal, entre otros aspectos que conforman el género, no ha sido suficiente para lograr que las personas que crecen con estas particularidades sean aceptadas en la sociedad en que viven y, sobre todo, en su medio familiar. Aquí comienzan las violaciones a los derechos de quienes se manifiestan de manera diferente a lo que se espera en su medio social. Toda persona tiene derecho a tener una vida digna y a expresar su sexualidad plenamente.

La primera reacción de las familias, sobre todo de los padres, cuando descubren que sus hijos no se comportan de acuerdo a lo esperado (sexo asignado), comienza a menudo con prohibiciones y castigos para que cambien su comportamiento, lo cual significa una violación del derecho a proyectarse cómo se siente esa persona. Sin embargo, esa actitud paternal se tolera en la familia, pues se piensa que el muchacho o muchacha debe cambiar. La madre sufre porque maltratan a su hijo o hija, pero en el fondo cree que tal vez el padre tenga razón y lo que falte sea una mano dura.

Cuando el hijo o hija llega a la adolescencia, ya ha sufrido todo tipo de castigos, como obligarles a practicar un deporte de combate que no les gusta, en el caso de los muchachos, jugar futbol o irse al campo a trabajar. Se les vigila y prohíbe toda manifestación femenina y se les lleva al psicólogo para que los “arregle”. Esta situación es válida para quienes nacen hombres y se sienten mujeres, como para mujeres que se sienten hombres. Cuesta comprender que no son personas enfermas y, en algunos casos, les hacen la vida tan difícil, que ellos deciden irse.

La insistencia de la familia en relación con que esta identidad es modificable suele mantenerse en el tiempo, aún y cuando los especialistas les confirmen que será así hasta que muera. ¡No hay nada que arreglar!

La familia, por lo general, se resigna, se avergüenza y a veces envía a sus hijas e hijos a vivir con otros familiares. Todo ello afecta la salud integral de estas personas jóvenes, al sentirse rechazadas, humilladas, despreciadas y culpadas por algo que no escogieron y que no pueden cambiar, aunque lo intenten. A veces encuentran refugio con las abuelas u otro familiar. Cuando ya son algo mayores, suelen irse a vivir con personas similares, en las que encuentran comprensión y les inician en una nueva vida para que puedan sustentarse.

La situación se hace evidente desde la infancia y la adolescencia, pero aún no logra ser preocupación social; se considera que es asunto de las familias. Luego, cuando llega a la escuela, el pequeño o la pequeña se encuentra con la misma incomprensión, pues el personal docente, en su mayoría, no cuenta con la preparación para acompañar este proceso de construcción de la identidad de género no hegemónica.

La escuela pocas veces busca apoyo para acompañar a las personas que se sienten trans. Muchas se aferran al “reglamento” y se centran en el uniforme que deben llevar, de acuerdo con el nombre del carnet de identidad. No existe un trabajo a fondo para resolver un problema que, aunque parezca individual, no lo es.

Gracias al trabajo intenso del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex), algunas personas trans han recibido apoyo para manifestarse tal cual se sienten. La lucha por permitirles al menos cambiar el nombre con que fueron inscritas, por uno con el cual desean ser reconocidas, ha sido ardua. Muchas lo han logrado, aunque sea en su mayoría de edad. El hecho de asistir a la escuela con el uniforme que prefieran o el modo de llevar el pelo, sigue atravesado por la decisión de la dirección de cada centro escolar.

Sin precedente alguno, los debates acerca de la diversidad de género se hicieron muy populares desde que comenzaron los intercambios institucionales y comunitarios sobre la nueva propuesta de la Constitución de la República de Cuba, aprobada finalmente en 2019 y, luego, del Código de las Familias. Surgieron controversias, defensas fundamentadas y, en general, un profundo proceso en el que difícilmente alguien no supiera acerca de la existencia de estas personas conocidas por las siglas LGTBIQ+ (lesbianas, gay/homosexuales, transexuales, bisexuales, intersexuales, queer, entre otras clasificaciones).

Toda la población cubana tuvo la oportunidad de participar y ofrecer su punto de vista. Se hicieron programas televisivos, de radio, se divulgaron en las redes sociales unas y otras posiciones. Se distribuyeron folletos explicativos de los principales conceptos para entender, sobre todo, que se trata de personas que tienen los mismos derechos que el resto a vivir su sexualidad plenamente y a ser respetadas por lo que sienten.

Pese a toda esa experiencia vivida, muchos adolescentes de ambos sexos siguen sufriendo discriminación, temen mostrar su identidad de género y su orientación sexual, reprimen su sexualidad. Se viven tiempos donde la Educación Integral de la Sexualidad (EIS) es insuficiente en las escuelas y fuera de ellas. Muchas familias evaden esta responsabilidad y apenas conversan con sus hijos e hijas, ni aclaran sus dudas sobre estos temas, lo que también constituye una violación del derecho a estar informado y a la educación.

Sin embargo, los artículos 41, 42, 43 y 44 de la Carta Magna de Cuba y el Título I y II del Código de las Familias dan cuenta de la voluntad política y el apoyo gubernamental de la dirección del país, de manera que la invisibilidad de esta problemática no tiene excusa.

El artículo 41 de la Constitución trata el principio de la no discriminación, el 42 precisa lo relacionado con el género y la orientación sexual e identidad de género y el 43 reconoce la violencia basada en género y la responsabilidad del Estado de proteger a las mujeres. Asimismo, el artículo 44 define que el Estado crea las condiciones para garantizar la igualdad, educa a las personas en el respeto a este principio y lo hace efectivo con la implementación de las políticas y leyes que potencien la inclusión y la salvaguarda de los derechos.

En tanto, el Código de las Familias contiene, en el Título I, artículos del 3 al 7, las cuestiones relacionadas con el interés superior del niño y en el Título II enuncia las referidas a la no discriminación y a la violencia en el ámbito familiar.

En estos documentos jurídicos se resguarda la protección desde edades tempranas a los asuntos asociados a la diversidad sexual. Pero la resistencia al cambio, a la transformación de la realidad, tienen que ver con la educación y con la apertura en todos los sentidos.

El desafío está en quienes ostentan la dirección de los diferentes procesos educativos, quienes conducen el desarrollo personológico desde la infancia hasta la adultez. No basta con las normas, ni las leyes, pues la invisibilización está en quienes tienen el poder para decidir en el ámbito familiar, escolar, laboral y jurídico, esencialmente, y siguen violando derechos humanos importantes para la salud, sobre todo de niños, niñas y adolescentes.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

diez + 8 =