Investigaciones científicas revelan que las trabajadoras cubanas en el sector cooperativo sufren las consecuencias de la división sexual del trabajo y de los estereotipos machistas.
“El sector cooperativo es un sector de oportunidad, tanto personal como social. Sin embargo, en las cooperativas no agropecuarias hay un predominio de adultos medios, blancos, de escolaridad preuniversitaria y hombres”, concluye Claudia María Caballero Reyes.
Caballero Reyes expuso resultados de su investigación sobre redes sociales en cinco cooperativas del occidente del país, al intervenir en la comisión Género y Trabajo en contextos urbanos y rurales del X Taller Internacional Mujeres en el Siglo XXI, celebrado en La Habana del 6 al 9 de marzo.
En consonancia con los datos públicos de la Oficina Nacional de Estadísticas (Onei), la psicóloga pudo encontrar una subrepresentación de personas de escolaridad secundaria, adultos mayores, personas negras y mujeres.
Al indagar sobre las redes sociales en el ámbito laboral, familiar y de tiempo libre constató que la ausencia de las mujeres tiene que ver con estrategias y redes de apoyo distintas para uno y otro género.
“Lamentablemente, ellas suelen tener menos acceso a redes con capital y recursos que les permitan conectar con espacios atractivos y ventajosos», afirma la investigadora.
Si bien llegar puede ser difícil, el acceso también está marcado por la división sexual del trabajo. Del total de cooperativas estudiadas, las asociadas fueron mayoría solo en una que ofrece servicios de peluquería, lo cual refuerza los estereotipos patriarcales.
Relegar a las mujeres a roles reproductivos y a los servicios, actividades menos remuneradas, es un comportamiento que se refuerza mucho más en espacios rurales.
Semejantes resultados obtuvo un grupo de investigación de la Universidad de La Habana al indagar sobre las brechas de género en la cadena de valor agrícola en cooperativas agropecuarias de cuatro provincias (Matanzas, Las Tunas, Granma, Holguín).
“Existe una segregación horizontal y vertical hacia las mujeres en el trabajo por cuenta propia y en las cooperativas, donde ellas se asocian a sectores en los que reciben menos ingresos”, afirma la economista feminista Teresa Lara.
El diagnóstico con perspectiva de género pudo constatar que en el ámbito rural la mayoría de los hombres son los dueños de la tierra; las mujeres se ubican principalmente en actividades no agrícolas y perviven estereotipos de género en los puestos de trabajo.
El bajo porcentaje de titularidad y protagonismo en la toma de decisiones marca las brechas de equidad que se expresan también en la sobrerrepresentación de las mujeres en roles reproductivos que no se suman a la cadena de valor.
En el caso de las cooperativas analizadas por el equipo que lidera Lara, los hombres son los presidentes de las cooperativas; las mujeres constituyen 15 por ciento de los asociados y su participación se concibe como una “ayuda familiar agrícola”.
Otra de las brechas de equidad de género encontradas por el grupo de expertos fue la “escasez de tiempo” para el esparcimiento y la superación que manifiestan las cooperativistas.
Apostar por ellas…
Frente a la existencia de brechas de género varias pueden ser las respuestas.
El Proyecto BASAL optó por las acciones afirmativas, al concluir un diagnóstico con perspectiva de género en otros tres municipios de la isla (Los Palacios en Pinar del Río, Güira de Melena en Mayabeque y Guáimaro en Granma).
BASAL (Bases Ambientales para la Sostenibilidad Alimentaria Local) tiene como objetivo “apoyar la adaptación al cambio climático, contribuyendo al desarrollo socioeconómico continuado y sostenible de la República de Cuba” y para ello se propone empoderar a grupos de mujeres que viven y laboran en las zonas escogidas.
Disminuir la inequidad de género que permanece en el campo cubano, pese a los avances en materia de género que cosecha el gobierno socialista cubano, es un reto, reiteraron participantes.
Para Oravides Almagro Peñalver, una de las coordinadoras de la experiencia, las acciones positivas se justifican por “la existencia de oportunidades diferenciadas, desigualdades que expresan injusticia y diferentes vulnerabilidades”.
El proyecto que lidera la Agencia de Medio Ambiente (AMA), el Ministerio de la Agricultura y el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) se propone en los próximos dos años desarrollar acciones que tienen en su centro a las mujeres.
Entre ellas se encuentran poner en funcionamiento nuevas áreas productivas; mejorar las condiciones de las ya existentes para incrementar su productividad y diversificar sus cultivos; así como empoderar y sensibilizar a mujeres y hombres líderes de las comunidades.