A todo volumen

El claxon de los autos, vecinos que hablan en voz alta de una ventana a otra, los equipos del aire acondicionado de la oficina aledaña, el radio o el televisor a todo volumen, los automóviles que parecen discotecas ambulantes por toda la ciudad…

Los pobladores de la capital cubana viven en medio de sonidos y ruidos que, sea en el día, la tarde o la noche, se han convertido ya en un agresivo ingrediente cotidiano de su existencia.

«Es verdad que somos muy expresivos, gestuales, que hablamos alto y a veces no nos damos cuenta», comenta a SEM Mercedes González, una profesora jubilada de 63 años de edad.

Sin embargo, por ese mismo camino se van elevando los decibeles y tanto, en ocasiones, que empiezan a invadir casi todos los espacios. «El ruido no mata, pero a veces tampoco te deja vivir en paz», dice González, quien más de una vez ha estado a punto de mudarse impulsada por la búsqueda de «un poco de tranquilidad y silencio».

González vive hace 12 años en un edificio de seis plantas. El de ella es uno de los 15 apartamentos del inmueble ubicado en la barriada capitalina del Vedado, donde dice padecer a diario las molestias de tanto ruido a su alrededor. «No es un mal lugar, pero es muy escandaloso», confiesa.

La suya es una queja repetida entre cada vez más pobladores de la capital cubana, aquejados por las molestias de la contaminación sonora que no pocos reconocen ya como una agresión que llega a formar parte de la violencia social.

La de La Habana parece ser una historia muy similar a la que viven varias capitales del mundo, donde cada año se incrementa el nivel promedio de intensidad del sonido en un decibel, según reportes internacionales.

Hace ya 15 años, un estudio ambiental realizado en zonas residenciales de la ciudad de La Habana había concluido que el ruido era uno de los factores que más afectaba a la población, tanto en el hogar como en el trabajo.

Entonces los especialistas del área de Proyectos de la Construcción y del Instituto de Higiene y Epidemiología comprobaron que los niveles superaban con creces lo permitido por la higiene sonora y las normas nacionales e internacionales consultadas.

A menudo, el tema aparece en los medios locales de prensa escrita y radial en la isla, donde una legislación regula y sanciona la emisión de sonidos, aunque lo hace muy dispersamente, según algunos, y resulta poco conocida y factible de cumplir.

«En Cuba existen leyes, normativas y reglamentos relacionados con el ruido, aunque no muchas, ni sistémicas», asegura el ingeniero Luis Felipe Sexto, autor de Ruido, normativa y legislación en Cuba, documento disponible en el sitito en Internet del Grupo de Trabajo de contaminación acústica, del Ministerio cubano de Salud Pública.

Las disposiciones vigentes en relación con el ruido y las vibraciones abarcan el ámbito laboral, ambiental y un cuerpo de nueve normas de aplicación obligatoria para su medición y control.

Además de resoluciones y decretos, se hace referencia al tema en la Ley de Protección e Higiene del Trabajo, la de Protección del medio ambiente y el uso racional de los recursos naturales y, más recientemente en el decreto-ley No.23, en vigor desde el año pasado y que prohíbe elevar el volumen de los equipos de radio o música en los vehículos.

Para la capital, específicamente, existe un reglamento con cuatro años de existencia y en el que se establecen los niveles de ruido tolerables en cada lugar y horario del día o la noche.

Sin embargo, se carece de instrumentos de medición de los sonidos, también de suficiente dominio por parte de quienes deben exigir su cumplimiento y quienes deben llevarlo a la práctica.

«Se supone que la policía debe actuar, impedir que ciertas cosas ocurran y llamar la atención a quienes incumplen lo establecido. Pero yo los he llamado de madrugada, para quejarme por la música a todo lo que da en la casa de al lado, y me han dicho que no pueden hacer nada, que hable yo con los vecinos», relata González.

En opinión de Sexto, hay varios aspectos todavía insuficientes en el entramado legal. Por una parte, faltan procedimientos de medición y criterios de evaluación, pero tampoco hay precisión sobre las distintas situaciones de ruido que no necesitan medición para prohibirse.

Tampoco está determinado el carácter punitivo y alcance de las sanciones a los infractores, y menos aún su propósito preventivo, «propiedad casi exclusiva de una legislación muy avanzada», que haga hincapié «en evitar la contaminación y no en sancionarla», señala el experto.

Para muchos, la promulgación de normativas denota un reconocimiento del problema y la intención de solucionarlo, pero coinciden en que su sola existencia no basta para contrarrestar la contaminación acústica y sus efectos nocivos.

Los especialistas insisten en que la contaminación sonora provocada por el ruido ambiental es quizás menos evidente, pero tan dañina como cualquier otra, con impactos nefastos para la salud y la calidad de vida.

El ruido se define como un sonido complejo producido por una mezcla de diferentes frecuencias sin relación armónica, e incluye cualquier sonido no deseado. Los ruidos agudos resultan mucho más agresivos que los graves.

De acuerdo con estimados especializados, los 50 decibeles se consideran como el límite máximo adecuado para la salud humana. Por encima de 80, y con una exposición continuada, pueden producirse lesiones y daños a la capacidad auditiva.

El ruido puede llegar a provocar incluso sordera, sobre todo entre las personas que, sin una adecuada protección, deben permanecer en fábricas, entre equipos ruidosos, como parte de su jornada de trabajo.

Además, la exposición indiscriminada a sonidos dañinos puede provocar envejecimiento prematuro del oído, alteraciones del sistema nervioso y otras enfermedades psicosomáticas como dolores de cabeza, malas digestiones, irritablidad o estrés.

El padecimiento crónico de González es la migraña. Ella no sabe si se debe al ruido u otro motivo, quizás hereditario. De lo que sí está segura de que conciliar el sueño o relajarse, cuando está adolorida, es un eterno problema para ella.

«Ahora tengo una nueva vecina en los altos que, invariablemente, todas las noches, se la pasa moviendo los muebles de un lado para otro, en un ruido constante. A veces se pone a caminar , parece que con zapatos de tacones o de madera, de esos que se usan ahora, con pasos tan fuertes que me desvelo», se lamenta.

Como muchas personas que a todo volumen ven televisión, escuchan radio, conversan y hacen su vida en la capital cubana, posiblemente la vecina de González desconozca que  existe un reglamento interno del consejo de vecinos de los edificios multifamiliares que censura actos de ese tipo.

Según esa norma, los «ruidos que molesten al resto de la comunidad, los excesos en el uso de instrumentos, equipos musicales y otros», están prohibidos. Aunque, por ahora, existan pocas maneras prácticas de impedirlos.

 

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