¿Cuál es tu VMS? Esta es una de las preguntas iniciales que puede encontrar una usuaria al interesarse por la comunidad de las trad wives (forma acortada del inglés traditional wives, esposas tradicionales, en castellano). VMS son las siglas de “Valor en el Mercado Sexual” y miden el deseo sexual que una mujer despierta en un hombre: son ellos quienes otorgan una nota del 1 al 10 y esta es variable según el gusto de cada uno.
Las llamadas trad wives –organizadas bajo este nombre particular– constituyen un movimiento nacido en internet, en principio minoritario, pero que ha ido ganando popularidad e influencia en el discurso público de Estados Unidos y Europa durante los últimos años. El perfil de una trad wife, a grandes rasgos, es el de un ama de casa que prefiere servir a su marido y tener hijos e hijas en lugar de trabajar fuera del hogar. Mujeres cristianas que se oponen al feminismo, creen en el determinismo biológico que divide la función de hombres y mujeres en la sociedad y proclaman que las familias merecen reconocimiento social. Su ideario político está en sintonía con el autoritarismo nostálgico de la extrema derecha.
“Estas mujeres, al igual que los activistas por los derechos de los hombres, perciben los roles de género como el resultado de la economía del sexo”, explica la periodista Julia Ebner en La vida secreta de los extremistas (Temas de hoy), que se ha infiltrado en unos de estos grupos online para saber cómo funcionan. “La comunidad heterosexual, creen, debería percibirse como un mercado en el que las mujeres venden sexo y los hombres lo compran. En consecuencia, para estos grupos el recurso más importante de una mujer es su VMS”, añade.
Cuando la periodista le pregunta a una de las integrantes del grupo por qué no se valoran otros factores como la inteligencia o el humor, ella contesta que “la feminidad y la edad son las cualidades más importantes para atraer a los hombres. La educación, la carrera o el lugar de trabajo no influyen en el VMS de una mujer. Piénsalo, esos valores no aumentan la satisfacción sexual de su pareja masculina”. Otra participante comenta a continuación que si Ebner no quiere que baje su VMS, debe prestar atención a su número n, “ya sabes, el número de pollas. La naturaleza humana del hombre es desear cada vez menos a una mujer conforme el número de n de esta aumenta”.
Internet: lugar de origen y desarrollo
El movimiento de las trad wives surgió en 2012 como el equivalente femenino de The Red Pill: una comunidad misógina de Reddit, el foro más grande de internet, donde se pretendía “generar debates sobre estrategia sexual en una cultura que carece cada vez más de una identidad masculina”. Algunosde los foros cuentan con millones de miembros: PUA (artistas del ligue, según sus siglas en inglés), donde se enseña a manipular las mentes de las mujeres para ligar; MGTOW, una comunidad anti matrimonio; o la que es la plataforma más grande y violenta hasta el momento, Celibato Involuntario (incel, por su acrónimo en inglés), un movimiento de hombres que busca venganza porque las mujeres de hoy día no quieren acostarse con ellos.
“Estos grupos siguen estrategias diferentes para reconquistar el poder masculino, el orgullo y el privilegio, pero todos comparten una hostilidad manifiesta hacia el feminismo, el liberalismo y los roles de género modernos”.
Aunque en un primer momento –y aún hoy en un enorme porcentaje– The Red Pill se constituyó como un movimiento exclusivamente masculino, el sector femenino ya tiene su aportación concreta: existen unas 30 mil mujeres solo en Reddit que se autodenominan trad wives o red pill woman. Como expone Ebner, “estos grupos siguen estrategias diferentes para reconquistar el poder masculino, el orgullo y el privilegio, pero todos comparten una hostilidad manifiesta hacia el feminismo, el liberalismo y los roles de género modernos. Ridiculizan movimientos como el #MeToo y acusan a las activistas por los derechos de la mujer de ser feminazis”.
Sería un error considerar que estas comunidades solo se desarrollan en lugares oscuros de internet. “La rebelión incel ya ha comenzado”, escribió en Facebook Alex Minassian, un chico de 25 años, antes de matar a 10 personas en Toronto atropellándolas con su furgoneta. Y lo mismo ocurre con las trad wives: internet solo es su lugar de reunión, un espacio para compartir acciones que tienen un anclaje sólido en su forma de participar en el mundo.
Sus tentáculos ideológicos han perpetrado las redes sociales mainstream. #tradwife es un hashtag con 43 millones de menciones en Instagram y 84 millones de visualizaciones en TikTok, la red social donde más horas pasa hoy la generación Z (personas nacidas entre 1995 y 2009). Bajo este paraguas se reúnen críticas al feminismo radical, recetas de cocina, consejos para la crianza y formas de aumentar tu VMS. Sus post y vídeos están cargados de colores pastel, paisajes bucólicos, panes horneados con ingredientes “naturales”, sonrisas y niños y niñas rubios. Las mujeres tradicionales siguen en sus perfiles de redes sociales una estética particular, la de la esposa estadounidense de los años 50.
Pero existe una gran diferencia con ellas: si antes esta era sencillamente la vida que estaban obligadas a vivir la mayoría de las mujeres por el hecho de serlo, las trad wives del siglo XXI trabajan en una campaña para promocionar su forma patriarcal de ordenar al mundo. Es decir, son más bien influencers de los años 50: utilizan un lenguaje publicitario que vende la vuelta al hogar como una aspiración y una lucha diaria contra lo establecido. “Creo que mi vida adulta ha sido muy diferente de lo que es normal hoy día: estoy casada y he sido mamá desde los 18 años. Solo Dios sabe cuánto dolor me infligí a mí misma y a los demás al no escuchar siempre la voz de coraje que encontré a esa edad. Todavía me causa dolor vivir con las consecuencias de haberme apoyado en la narrativa común de lo que es el éxito femenino”, escribió en Instagram para celebrar su cumpleaños la danesa Ekaterina Andersen, (@ekaterinaandersen), una de las trad wives con más influencia en Europa.
Para la filósofa alemana Catherine Newmark, este trabajo en redes sociales les otorga un estatus muy diferente al de antaño, “las trad wives no son solo amas de casa, esposas y madres, como pretenden ser”, expone en un artículo publicado en Zeit online. “Como estrellas de Instagram, reciben mucha atención en forma de ‘me gusta’ y comentarios, algo que no se suele recibir por el trabajo reproductivo, ni por las repetitivas y anodinas tareas de limpieza y cocina en el día a día del hogar. Al autopromocionarse, participan activamente de la esfera pública de una forma que nunca se habría permitido a un ama de casa subordinada en el sentido histórico”. Newmark concluye que resulta incluso difícil imaginar que este laborioso trabajo de autopromoción identitaria –sesiones de fotos, larguísimos textos, grabación de podcast y mantenimiento de páginas web– sea compatible con las tareas “femeninas” que se enorgullecen de realizar.
¿Quién quiere ser una trad wife?
El auge del movimiento #tradwife no puede entenderse sin las políticas neoliberales que han creado un mercado laboral precario, ultracompetitivo, donde predominan los trabajos temporales y la inseguridad. Su discurso neoconservador explota el malestar social de las clases populares del mismo modo que la ultraderecha.
El diagnóstico de la actualidad es para las trad wives igual de catastrofista que para los sectores reaccionarios: las mujeres blancas son más infelices que en 1950 y ya no tienen criaturas porque deben trabajar una doble jornada, dentro y fuera de casa. Este ejercicio nostálgico ofrece una exposición simple que los datos parecen corroborar y, al mismo tiempo, demuestra su incapacidad de avanzar hacia otros imaginarios: las esposas de la ultraderecha consideran que invertir los roles y dejar su papel familiar no es posible para la mayoría.
Es entonces cuando se despliega el argumento biológico: las mujeres están programadas para estar en casa –como madres y cuidadoras– y los hombres están hechos para ganar dinero en el sistema productivo. Y sobre esta base despliegan también su discurso de odio hacia la comunidad LGTBIQA+ por perturbar sus planes binaristas. En sus foros, la homosexualidad se puede curar y la transexualidad, que apenas se nombra, es una monstruosidad.
Ayla Stewart es una de las trad wives más conocidas en Estados Unidos, responsable de popularizar el uso de este término en los medios tradicionales tras su apoyo al expresidente Donald Trump en la campaña de 2016. Hoy, lo primero que aparece en su página web Wife with a purpose (esposa con una misión) es un mensaje en letras grandes debajo de su foto: “La madre cristiana más censurada en Estados Unidos”. Stewart, con una marcada estética hiperfemenina, afirma ser una “exfeminista” y partidaria del “nacionalismo blanco”.
Lo que ella considera censura se ha producido tras años publicando vídeos en diferentes canales en los que pedía a las mujeres que se sumaran al “reto del bebé blanco”. Frente al descenso de la natalidad, “no podemos renovar nuestra nación con los bebés de otros”, exclama, como solución a la idea del “gran reemplazo” que proclaman los partidos de extrema derecha.
Stewart sirve como paradigma del papel que han cumplido las trad wives en el ascenso de la ultraderecha durante los últimos años, transformando su imagen de una forma muy concreta. Tal y como explica la periodista Susanne Kaiser en el libro Odio a las mujeres (Katakrak), “estas mujeres aparentemente inofensivas quieren participar en una guerra racial imaginada con sus armas de mujer (que se reducen a la capacidad de dar a luz y criar a los hijos). Sin embargo, también hablan del legítimo deseo de sentirse realizadas en una vida matrimonial clásica y en la maternidad y de este modo alejan la atención del contenido extremista.
Con sus bonitos rostros de niña y su actitud, que se puede confundir fácilmente con conservadurismo, estas jóvenes quieren conseguir una normalización en el centro de la sociedad”. Silenciando el núcleo violento de su ideología en los canales de marketing, estas mujeres son las encargadas de transmitir la idea, explica Kaiser, de que un “estilo de vida identitario” puede ser agradable, tranquilo y, por último, deseable.
Cada vez más, el movimiento #tradwife tiene influencia en la política institucional. En Polonia, el partido ultraderechista Ley y Justicia (PiS, por sus siglas en polaco) llegó al poder en 2015 gracias al voto femenino: más mujeres que hombres votaron por un partido que quería limitar sus derechos reproductivos y que consideraba una “amenaza a los grupos LGBTI”. ¿Por qué lo hicieron? Una de las primeras medidas que tomó el PiS tras alcanzar el poder fue lanzar el programa Familia 500+, concediendo a las familias una asignación mensual a partir del segundo hijo o hija y un bono especial si llega inmediatamente después del primer nacimiento. También se aprobó la concesión de mil euros para aquellas mujeres que dieran a luz criaturas con una enfermedad terminal o discapacidad grave. Las madres de cuatro hijos o hijas o más tendrían derecho a una pensión básica aunque no hubieran trabajado y la edad de jubilación de las mujeres se redujo a 60 años –la de los hombres es de 65–.
Aunque estas medidas han beneficiado a muchas familias desde el punto de vista económico, también han expulsado a las mujeres del mercado laboral y empobrecido los hogares que no entran en la categoría de familia normativa. Y lo que es peor: hoy podemos comprobar que las medidas allanaron el camino para la prohibición casi total del aborto –también en casos de malformaciones en el feto–, provocando situaciones de extrema violencia e incluso a la muerte, para algunas embarazadas. Como han denunciado las miles de mujeres feministas que salieron a la calle para protestar por esta restrictiva ley, las ayudas de Familia 500+ empoderaron a algunas a costa de aumentar la precariedad de otras.
Esto sintetiza bien la situación del movimiento trad wives: al definirse en primer lugar como antifeministas, siempre estarán supeditadas al feminismo. Paradójicamente, la visibilidad y la influencia pública que tienen sobre millones de mujeres solo es posible gracias a las ideas que denigran. Pero como demuestra el caso de Polonia, y de su creciente impacto en la política institucional en Estados Unidos y otros países de Europa, el hecho de que sean figuras de contingencia ligadas al feminismo las hace más peligrosas que si fuesen un movimiento silencioso y abnegado de repliegue al hogar.
11 Lagarde, M. (1994). “La regulación social del género: El género como filtro de poder”. En: Antología de la sexualidad humana, tomo I: 389-426. México: Consejo Nacional de Población.