La interrogante que titula estas reflexiones está relacionada con muchos asuntos, pero en esta ocasión se refiere, específicamente, a las adolescentes que quedan embarazadas y, ya sea por sus rasgos personológicos, por ambivalencias en la toma de decisiones, por las dinámicas familiares, por el contexto social o, incluso, por la desatención que reciben, entre otras causas, no manifiestan cuán solas se sienten ante el impacto de la gestación.
Ellas pueden haberse sentido ansiosas o desprotegidas, al no confiar en alguien cercano para contarle lo que les sucede, y entonces lo sufren en silencio; pero, por nada del mundo expresan algo negativo respecto a sus madres y padres.
El embarazo en la adolescencia, por solo poner un ejemplo, puede estar relacionado con antecedentes familiares de embarazo en edades tempranas por la parte materna; puede asociarse al desconocimiento sobre la sexualidad y, en particular, sobre las relaciones coitales, por la ausencia de protección anticonceptiva. Pero también puede tener su origen en que esa muchacha no haya sabido decirle a la pareja que aún no estaba preparada para tener relaciones o que debían protegerse para ello.
A veces, no saber cómo decirle a la familia lo que les ocurre o tener una pobre comunicación con ella trae como consecuencia un embarazo o una infección de transmisión sexual para las adolescentes. Puede suceder que se les pase el tiempo requerido para poder solicitar una interrupción, pues para acceder a ese procedimiento deben ir en compañía de un adulto responsable. También ocurre que sientan miedo o vergüenza a contarle su situación a padres y madres. En fin, son diversas las razones que demoran la toma de una decisión de esa naturaleza y, con ello, pudiera complicarse su futuro.
En el peor de los casos, ante la noticia, se rompe el vínculo con la pareja de la adolescente, ya sea por la sorpresa, porque no había llegado a consolidarse la relación o porque esta fue casual. No pocas tuvieron la relación coital ante la presión del varón o para demostrar que ya eran adultas, entre otros motivos.
Lo cierto es que muchas de las que se encuentran en esta situación vuelven a quedar embarazadas una y otra vez, sin que logren pensar profundamente en sus aspiraciones antes del primer bebé, en sus sueños de ser “alguien en la vida” e incluso en cómo ofrecerles a sus hijos o hijas más de lo que ellas tuvieron en su proceso de crecimiento.
Estas chicas están siendo violentadas por quienes las rodean; por sus familias y demás adultos responsables de su formación, aún inacabada. Ellas tienen derecho a recibir educación e información; y también servicios de calidad, de manera que puedan prepararse para tomar decisiones, en particular las relacionadas con su vida reproductiva.
Estas muchachas necesitan vivir seguras. En nuestras entrevistas y consultas, muchas declaran que la familia es lo más importante para ellas, pero no precisamente porque lo experimentan, sino porque lo añoran. En ese camino, temen expresar algo que pueda poner en tela de juicio a las personas de su entorno más cercano. Esto enmascara realidades que no siempre se descubren para poder ayudar a transformarlas.
Cuando se investiga con adolescentes y jóvenes acerca de sus familias, en ocasiones muchachas y muchachos encubren sus circunstancias y suelen ofrecer una imagen que refleja lo que ellos quisieran tener, no lo que tienen. Ello conduce a que oculten el ambiente en que viven. En ese sentido, omiten cuestiones entre las que pueden encontrarse, entre otras:
• Presencia de alcoholismo o ingesta frecuente de alcohol.
• Peleas frecuentes entre madres y padres.
• Educación basada en gritos y golpes.
• Presencia de amenazas de diversa índole.
• Falta de apoyo en cuestiones relacionadas con la escuela.
Hay familias que, cuando son convocadas a la escuela, tampoco expresan verdades que pueden estar asociadas a que su muchacho o muchacha desempeñe otras tareas que les proporcionan ingresos, y que apenas les dejan tiempo para estudiar, porque saben que no deben hacerlo. Eso también es una violación de los derechos de las infancias, adolescencias y juventudes.
Hay familias que estimulan a sus hijas a buscarse parejas que les dejen beneficios, un comportamiento que ya va aumentando también en los varones. O les permiten fumar, beber alcohol, lo cual es lamentable para sus procesos de crecimiento, donde el autocontrol es posible cuando se conocen sus consecuencias. En una reciente encuesta1, adolescentes declararon que fuman porque lo hacen sus padres y madres o porque es común entre sus amigos. Ello significa que la imitación, en estos casos, juega una mala pasada, un comportamiento o hábito que pudo evitarse.
Claro que la familia es muy importante cuando contribuye al desarrollo positivo de sus hijos e hijas, pero daña cuando no se ocupa de que así sea. La formación de las generaciones más jóvenes requiere constancia y una dedicación muy particular, porque la adolescencia y también la juventud son edades donde se forman rasgos personológicos que van acompañados de un modelo a seguir. En estas edades es muy importante sentir el amor de las familias e, incluso, que son importantes para el círculo familiar del que forman parte.
La influencia del grupo, de nuevas amistades, de la información que reciben por las redes sociales, de la pareja, entre otras fuentes de información, a veces es muy fuerte y logra debilitar la autoridad de la familia, por buena que ésta sea.
Cuando la familia no vela por el bienestar físico y psicológico de su hija o hijo; no está al tanto o no sabe con quién se reúne, ni qué piensa, por qué vive inmerso en su móvil u otra tecnología, está incumpliendo con el deber de protección y cuidado que le corresponde desempeñar.
No es posible que la familia pierda de vista a sus hijos e hijas, porque dentro de sus roles está darles compañía, apoyo, mostrarles caminos saludables, de crecimiento y desarrollo positivo. Estos roles a veces conllevan incomprensiones, contradicciones, desacuerdos, los cuales, en no pocas ocasiones, se asumen desde actitudes violentas que devienen respuestas evasivas, como irse de la casa, ante las cuales la familia no debe claudicar. Cuando se llega a este límite, hay que buscar apoyo; nunca desentenderse y decir ¡no puedo más!
La diversidad de familias de hoy lleva a que no exista un “manual” para que reine la armonía en todo momento, pero sí pautas para hacerlo lo mejor posible. A veces la justificación de algunos adolescentes es: “mi mamá y mi papá tenían mucho trabajo”, o “a mí me crio mi abuela y ella hizo lo que pudo”, “mi madre es buena, pero nos educó a golpes, era lo que sabía hacer”. Hay muchos argumentos para defender las dinámicas familiares que generan vulnerabilidad, lo que impide, a veces, conocer mejor lo que sucede con aquellos adolescentes que tienen comportamientos agresivos y violentos.
La familia es parte del grupo de apoyo que contribuye a la formación de jóvenes y adolescentes; pero el barrio, la comunidad, la escuela, entre otros espacios, también influyen. Cuando la familia no percibe determinado comportamiento, entonces puede hacerlo alguien de cualquier de esos otros contextos de inserción.
Sin embargo, cuando unos y otros creen que ese asunto no les compete, entonces la vulnerabilidad del menor se hace mayor y corre el riesgo de delinquir, consumir drogas, ser irresponsable, desmotivarse con los deberes escolares, tener relaciones coitales desprotegidas o aspirar a obtener dinero rápido y “fácil”. La evasión de responsabilidades violenta el buen desarrollo de ese proceso de crecimiento.
La multisectorialidad es importante en los procesos de desarrollo positivo de adolescentes y jóvenes, e incluso puede ayudar a las familias a encontrar los caminos más saludables.
Las violencias naturalizadas y sutiles generalmente se asocian a la evasión de responsabilidades con hijos e hijas, a no exigirles sus deberes escolares, de higiene y hábitos de vida. Por ejemplo, considerar que una alerta de una tercera persona es una intromisión, calumnia o sencillamente algo falso, que desacredita a la familia, también es una forma de violencia y un comportamiento que enmascara y naturaliza.
Estas situaciones ocurren en todo tipo de familias, no importa su instrucción, su nivel de vida, los cargos de dirección que tengan madre o padre, el sector donde trabajen o el ecosistema en que vivan. Lo cierto es que la reproducción de la violencia puede estar asociada a esa imagen idílica que se les atribuye a las familias y las lleva a protegerla, lo cual no favorece los procesos de reparación, alerta y cuidado. Siempre hay una oportunidad de enmendar, rectificar y comprender los roles familiares en la formación de las nuevas generaciones.
Así mismo, las descendencias no tendrán vergüenza de describir la dinámica de sus familias, tal cual es, si confían en encontrar ayuda y posibilidades de recuperación y aprendizajes que les permitan reconstruir, de manera saludable, la verdadera la armonía que tanto contribuye al crecimiento y desarrollo positivo.
1Prosalud-Cesj (2023) Informe sobre Salud Sexual y Reproductiva en Adolescentes. Centro de Estudios sobre la Juventud (Inédita)