Alter ego: el transformismo como herramienta de la comunicación de género

El transformismo, como recurso de las artes escénicas, se erige no solo como una manifestación artística de gran relevancia y singularidad, sino también como una poderosa herramienta de comunicación de género. Esta práctica ha desafiado convenciones y explorado las profundidades de la identidad y la expresión, lo cual ha permitido a los artistas adoptar y presentar múltiples facetas, a menudo cruzando las barreras de género y desafiando las normas sociales establecidas. Así, no se limita a la imitación o caracterización; es una forma de arte y, al mismo tiempo, un medio de comunicación que permite comentar sobre la política, la sociedad y la cultura, para ofrecere una perspectiva única, que puede ser tanto provocativa como iluminadora. Mediante el transformismo, los artistas exploran y comunican temas de identidad, sexualidad y sociedad de maneras que otros medios difícilmente permiten. Esta práctica se convierte en una celebración de la diversidad y la autoexpresión y, a menudo, sirve como un espacio seguro para quienes se sienten marginados por la sociedad.

De este modo, actúa como un vehículo para la narrativa y el comentario social, brindando una plataforma para que las voces subrepresentadas sean escuchadas y entendidas. Aunque algunos artistas del transformismo pueden identificarse con comunidades LGBTIQ+, el acto de transformarse no implica, necesariamente, una declaración sobre su identidad de género o preferencias sexuales, sino que se convierte en un vehículo comunicativo que, bien empleado, puede ayudar a desafiar, o modificar, normas sociales y culturales sexistas y discriminatorias.

Una manifestación con historia propia

En el contexto cubano, la historia del transformismo ha sido intermitente y su desarrollo ha estado estrechamente vinculado a los debates sobre género y diversidad. Desde sus orígenes, en el siglo XIX, en fiestas patronales y carnavales, hasta su incorporación en el teatro bufo y el género alhambresco en el siglo XX -aun cuando haya sido como expresión humorística o de cierto choteo, como afirma el investigador y teatrólogo Norge Espinosa en un intercambio con SEMlac-, ha sido una vía para interpretar y reinterpretar las expresiones de género, dotándolas de vida propia. Así lo asevera la investigadora colombiana Paola Álvarez Moreno en su artículo “Lo más divertido de ser hombre es ser mujer: una aproximación al transformismo bogotano”, publicado en 2016 en la revista de la Universidad de los Andes.

Figuras como la cantante Rita Montaner y otros artistas de cabarets y teatro de la psada década de los cincuenta, así como personajes televisivos icónicos como “Mamacusa Alambrito” y “Pelusa”, marcaron hitos en la visibilidad de esta práctica, aunque la censura y la estigmatización siempre estuvieron presentes.

La Revolución cubana heredó estas limitaciones y el transformismo comenzó a asociarse erróneamente con la identidad de género o la preferencia sexual. Pese las prohibiciones, algunos artistas defendieron este arte de forma clandestina, improvisando espectáculos con los recursos limitados que tenían a mano. La manifestación continuó siendo estigmatizada como manifestación pública “escandalosa” de la homosexualidad, anclada en una homofobia instalada a todos los niveles de la sociedad cubana.

No es hasta la creación de El Mejunje, en Santa Clara, en 1994, que esta práctica vuelve a tomar cierto auge, aunque siempre disfrazada dentro de otras acciones culturales. Más de una década después, con las campañas por el respeto a la libre orientación sexual e identidad de género lanzadas cada año por el Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex) -se iniciaron en 2008-, se empezó a hablar de transformismo como expresión del arte y como herramienta de comunicación para la diversidad de género.

El cambio de paradigma real llegó en 2009, cuando el Cenesex redefinió el transformismo al reconocerlo como manifestación artística, decisión que se consolidó en 2010, con la inauguración de un show transformista en el capitalino bar “Las Vegas”, en el municipio de Centro Habana, primera presentación de transformismo reconocida por el Ministerio de Cultura de Cuba, donde surgieron personajes míticos como Margot e Imperio.

La Cuba actual se encuentra en un punto de inflexión positivo para debatir sobre el transformismo y su utilidad como espacio de visibilidad y promoción de derechos. La reforma constitucional de 2019 y la aprobación del Código de las Familias en 2022 han abierto debates en torno a nuevas feminidades, masculinidades y diversidades sexo/genéricas, en busca de una sociedad más equitativa. Las campañas educativas impulsadas por el Cenesex y el Ministerio de Salud Pública han creado un contexto favorable para la revalorización del transformismo, no solo como espectáculo, sino como un lenguaje que contribuye a la alfabetización y sensibilización en torno a las cuestiones de género. Los nuevos modelos de negocios, proyectos culturales y centros nocturnos han promocionado la imagen del transformista, atrayendo a un público joven y sensibilizado con la performatividad de género. Si bien en décadas pasadas la lucha era por la legalización de los espacios y el reconocimiento profesional, la batalla actual es por el reconocimiento pleno de la actividad laboral y la mejora de las condiciones de trabajo, así como por continuar sensibilizando y alfabetizando a los públicos sobre la riqueza y complejidad de las expresiones de género.

El transformismo, como expresión artística y comunicativa, es una manifestación de la identidad y la creatividad que trasciende la mera apariencia. El proceso de transformación que experimenta el artista, desde su apariencia cotidiana hasta el personaje que encarna en el escenario, es un acto de arte y, al mismo tiempo, una declaración sobre la construcción social del género. El maquillaje y el vestuario no solo embellecen, sino que esculpen y redefinen la identidad, permitiendo comunicar historias, emociones y conceptos.

La integración con otras disciplinas artísticas, como la danza, el teatro y el canto, enriquece la experiencia, creando un espectáculo multidimensional que puede resonar profundamente con el público y servir como un puente entre el artista y la audiencia.

Así, el transformismo se consolida como un testimonio de la constante búsqueda humana de autenticidad y libertad de expresión y, sobre todo, como una herramienta fundamental para comunicar y visibilizar las realidades de la población no heteronormativa. Para potenciar esta función, es fundamental reconocer y promover su capacidad de interpelar, educar y sensibilizar a públicos diversos sobre la pluralidad de las expresiones de género.

Y entonces, ¿qué hacer?

En primer lugar, el transformismo debe ser visibilizado no solo como una manifestación artística, sino como un lenguaje performativo que permite cuestionar y desestabilizar los discursos hegemónicos sobre el género. Al encarnar y reinterpretar roles masculinos y femeninos en el escenario, los artistas transformistas demuestran que el género es una construcción social y cultural, no una realidad fija ni inmutable.

Esta puesta en escena de la fluidez y la performatividad del género, como señala Álvarez Moreno, tiene un efecto pedagógico que puede contribuir a desmontar prejuicios y ampliar los horizontes de comprensión sobre la diversidad sexo-genérica.

Para potenciar su función comunicativa, el transformismo puede aprovechar los espacios culturales y mediáticos como plataformas de diálogo social. Los espectáculos transformistas, especialmente cuando se integran con otras disciplinas como el teatro, la danza y el canto, generan experiencias

multidimensionales que no solo entretienen, sino que también transmiten mensajes poderosos sobre la inclusión, la empatía y el respeto a la diferencia. La presencia de transformistas en bares, centros culturales y medios audiovisuales, así como la realización de documentales y campañas educativas, ayudan a normalizar la diversidad de género y a combatir la estigmatización.

Asimismo, puede fortalecer su impacto comunicativo al vincularse con procesos de alfabetización y sensibilización en torno al género. En este sentido, se convierte en un puente entre las experiencias personales de los artistas y el imaginario colectivo, ofreciendo relatos que humanizan y acercan las vivencias de quienes desafían la heteronormatividad.

Finalmente, para que el transformismo potencie aún más su función como herramienta de comunicación de género, es necesario continuar luchando por el reconocimiento social, profesional y legal de los artistas transformistas. Solo en un contexto donde se valoren y respeten plenamente sus derechos laborales y su aporte cultural, esta manifestación podrá desplegar todo su potencial como agente de cambio y sensibilización social.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

cinco × cuatro =