Los roles sociales que se asignan a mujeres y hombres marcan diferencias en la manera en que envejecen y también profundizan las brechas de desigualdades económicas, sociales y sicológicas agravadas durante la pandemia de covid-19.
Así lo señalaron participantes en una jornada de reflexión a propósito del Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato hacia las Personas Mayores. El encuentro ocurrió el 15 de junio, en la sede la Asociación Cubana de las Naciones Unidas (ACNU), en La Habana, junto a integrantes de la Cátedra Universitaria del Adulto Mayor (CUAM) y personas de distintos sectores de la sociedad.
Envejecemos de desigual manera debido a distintos marcadores sociales, porque no es lo mismo envejecer mujer que envejecer hombre, significó en el encuentro la doctora en Ciencias Psicológicas Patricia Arés, quien se refirió a la sobrecarga de cuidados que mayormente recae sobre las mujeres.
“Los adultos mayores se convierten muchas veces en una generación sándwich, que cuida a los nietos mientras apoya a los hijos, y eso pasa esencialmente con las mujeres, sobre quienes recaen fundamentalmente las labores de cuidados”, apuntó.
Arés señaló que este año la efeméride encuentra al país en medio del proceso para un nuevo ordenamiento jurídico, que visibiliza como nunca antes los derechos de las personas mayores, en alusión al proyecto de Código de las Familias próximo a discutirse en el Parlamento cubano.
También se avanza en la revisión de políticas sociales de atención a la vulnerabilidad, que incluyen este grupo poblacional como uno de los sectores a atender, pues es necesario elevar su calidad de vida.
Sin embargo, acotó que la isla no está exenta del fenómeno del abuso o maltrato a las personas que sobrepasan los 60 años, grupo poblacional que en la nación caribeña supera a 21 por ciento de la totalidad de la población.
Comentó que, según la Organización Mundial de la Salud, uno de cada seis adultos mayores sufre algún tipo de esas manifestaciones y que ser víctimas incrementa dos veces más las probabilidades de morir que quienes no experimentan esos actos.
Añadió que en el mundo solo se denuncia uno de cada 34 casos de maltrato a adultos mayores, un fenómeno que igualmente existe en Cuba, aunque se desconoce su magnitud.
El abuso y el maltrato tienen lugar básicamente en entornos familiares, por lo que la familia lo maneja con cierto secreto y lo normaliza también, sostuvo la experta. Subrayó que la violencia contra las personas mayores —tanto física, emocional, patrimonial o la negligencia— es mucho más frecuente de lo reconocido.
Existen campañas contra la violencia hacia la mujer o en general por cuestiones de género y orientación sexual, pero todavía la violencia contra las personas adultas mayores se ha quedado a la saga, reflexionó Arés y agregó que, a menudo, esos hechos no son denunciados ni atendidos.
Aunque es un problema de salud pública y social muy importante, pasa inadvertido, suele naturalizarse, señaló, aunque reconoció que el debate del Código de las Familias ha abierto el escenario social para hablar de estos temas.
En Cuba la mayoría de las personas adultas mayores viven con su familia y tienen un rol protagónico en los hogares, sostuvo Arés. Suelen ser titulares de las viviendas, agregó, lo que en ocasiones genera situaciones de abuso para expropiarlos de sus bienes.
Otras realidades descritas por la experta son las de personas de más de 60 años viviendo solas, debido a la migración de las y los adultos jóvenes y sus hijos, por lo que los abuelos se quedan a veces a cargo de la crianza de sus nietos. Ambas circunstancias también colocan a la mujer en el centro del problema, enfatizó.
Como factores de riesgo para que ocurran distintas formas de violencia hacia las personas ancianas, la psicóloga refirió la falta de recursos, las carencias materiales y la convivencia de varias generaciones en una vivienda; también la poca disponibilidad de tiempo y apoyo por parte del entorno familiar, donde en ocasiones hay pocas personas para cuidar.
Además, la sobrecarga de tareas domésticas; la sensación de que la persona mayor tiene muchos deberes y pocos derechos dentro de la familia; la incomprensión de las generaciones más jóvenes, que no les escuchan, no valoran su experiencia. La falta de escucha puede ser una forma de maltrato, dijo.
Otros elementos a tener en cuenta son la negligencia o abandono de los hijos adultos y la terciarización del cuidado; pues, ante la ausencia de los familiares, otras personas asumen estas labores, muchas veces con el propósito de beneficiarse de los bienes materiales del adulto mayor o por el pago de los servicios.
Situaciones como la sobreprotección extrema de los hijos, al punto de incapacitar al adulto mayor; desvalorizar sus opiniones, no hacerle partícipe de las actividades familiares, el maltrato sicológico, la expropiación de bienes y la desatención a sus necesidades son algunas de las formas más comunes de violencia, precisó.
Arés llamó a crear una conciencia social para no convivir con esa violencia no hacerse cómplice de ella. Es necesario hacer valer los derechos de todas las personas que han llegado a la vejez, agregó: derecho al espacio físico y emocional, a ejercer su sexualidad, a no ser institucionalizados a menos que sea estrictamente necesario, a no vivir en aislamiento y a una autonomía apoyada, entre otros, concluyó.
Retrocesos en pandemia
La pandemia de covid-19 significó, en muchos casos, un retroceso en materia de derechos de los adultos mayores, pues abrió paso a expresiones de edadismo, afirmó la profesora de la CUAM, Miriam Marañón Santa Cruz.
Comentó que la propia campaña que invitaba a quedarse en casa, llevada a cabo en esos días, si bien tuvo la buena intención de proteger la salud de este grupo, lo catalogó de vulnerable sin ningún matiz y dio lugar a numerosas limitaciones para personas en condiciones de aportar a la sociedad.
La psicóloga Laura Sánchez, profesora de la Universidad de La Habana, planteó que el edadismo muchas veces está en la base de todas las formas de maltrato y consideró la pandemia como un punto de quiebre para toda la sociedad, con un impacto particular sobre las personas mayores.
Consideró el término vulnerable como “arma de doble filo”, porque tendió a anular la voz de las personas mayores y, bajo ese principio, se atendieron circunstancias puntuales, pero no las causas reales de la vulnerabilidad social o económica, comentó.
Además, emergió un discurso negativo sobre la tercera edad, con una representación muy fragilizada, a la par que se forzó su aislamiento social sin que esas personas pudieran decidir al respecto, una cuestión que propició situaciones de maltrato.
De acuerdo con reportes de los grupos de atención sicológica organizados en esta etapa a través de Whatsapp, se dañó la calidad de vida de este grupo poblacional, con afectaciones a su movilidad, socialización, autonomía y empoderamiento, junto a la ocurrencia de expresiones de violencia, significó.
Apostar por la atención a las personas mayores desde un enfoque de derechos, cambiar la forma de sentir y actuar con respecto a la edad y el envejecimiento, así como desmontar muchas formas de representación social sobre la vejez, que la asocian a lo malo y ofrecen una visión negativa de este proceso, fueron algunas de las urgencias apreciadas por la especialista.
Debemos enseñar a envejecer desde edades tempranas, pero también empoderar a quienes están en esa etapa del desarrollo humano, dijo.
“Una de las directrices fundamentales para generar una nueva cultura gerontológica es la educación, específicamente en el paradigma de aprendizaje para toda la vida. Una educación para la vejez, en la vejez y para quienes atienden a la vejez, que potencie la autonomía, promueva el juicio crítico, la inclusión social y contribuya al conocimiento de los derechos para ejercerlos y ser conscientes socialmente”, valoró.