Una mujer que sangra por la vagina representa casi la mitad de los más de siete mil millones de habitantes del mundo. Aunque forma parte inseparable del ciclo de la vida y es un proceso biológico natural, la menstruación aún provoca asco y vergüenza.

El cuerpo de una adulta puede contener hasta 4,5 litros de sangre; la cantidad varía según el peso, la altura y la edad. Esta se define como un tejido vivo, de acuerdo al Instituto Nacional del Corazón, los Pulmones y la Sangre de Estados Unidos. Bajo la piel ocurre la magia: el plasma, las plaquetas, los glóbulos rojos y blancos suministran oxígeno, combaten infecciones y transportan todo tipo de sustancias. Desde los inicios del arte, la sangre estuvo presente. Se observa en las 13 estrías alrededor de la Venus de Laussel, realizada en el Paleolítico, que algunos investigadores relacionan con el ciclo lunar y menstrual. También hay evidencias en las sociedades primitivas que muestran cómo estas utilizaban la sangre animal en sus pinturas rupestres.

El movimiento feminista retomó esta mirada a través del arte menstrual en la década del 70. Por un lado, el cuerpo, sus fluidos y fases cíclicas se posicionaron en el centro del discurso pictórico y performático. Por otro, la sangre se convirtió en la materia prima para incomodar, protestar y crear belleza con igual intencionalidad.

Esta corriente protagonizó la obra de Carolee Schneemann, Judy Chicago, Mako Idemitsu y Shigeko Kubota, entre otras mujeres que la escogieron como mensaje político y poético.

Para Judith Lorber, profesora emérita en Sociología y Estudios de la Mujer de la City University of New York, el activismo menstrual combina la teoría y la práctica, al mostrar cuerpos femeninos desde el empoderamiento. Dicha perspectiva abarca posturas queer y no binarias que desvinculan el sexo (cuerpo, fisiología) del género (identidad, status social).

“Estamos listas para usar nuestros cuerpos menstruantes como armas, como herramientas, como marcadores de lo absurdo, como enunciados performativos, como dispositivos de optimismo salvaje y persistente”, asegura en su libro Out of blood la profesora de la Universidad de Arizona, Breanne Fahs.

En América Latina, la sangre menstrual inspira a diferentes creadoras. Algunas de sus representantes son la costarricense Priscilla Monge, la colombiana Maria Evelia Marmolejo y la chilena Cecilia Vicuña. Esa otra realidad, posible gracias a las artes visuales, incluye las culturas originarias, los feminicidios en aumento y las problemáticas de la región.

“Los fluidos nos hacen mortales; compartirlos, inmortales. Esta frase en particular es un statement en mi trabajo creativo”, afirma la artista colombiana Silvia Ramos. “Me interesa profundamente cómo los fluidos corporales constituyen un tabú en la cultura masculina, pero no siempre vivimos la relación con nuestro cuerpo desde esa perspectiva. Cuando somos bebés y, mayoritariamente, nos relacionamos con nuestra madre, lo escatológico es una parte esencial y no hay vergüenza en ello. Los fluidos también nos recuerdan lo frágiles que somos como cuerpos y eso me parece bellísimo en una sociedad obsesionada con las máquinas y aterrorizada por su propia mortalidad”.

En su acercamiento a la menstruación, Silvia desmonta la idea de esta como un castigo, algo doloroso, repugnante o negativo. A partir de su proyecto “9 meses de tejido/tiempo muerto”, cuestiona el ritmo lineal del capitalismo, comprende el funcionamiento de su cuerpo y la capacidad potencial de generar vida.

“Vivir este proceso desde nuestra propia óptica, desde un orden alejado del desorden masculino, nos devuelve la soberanía sobre nosotras mismas. Todo lo relacionado con el tejido, como coser o bordar, lo aprendí de las mujeres de mi familia. También me parece interesante el tiempo que requiere; me interesan los ritmos más lentos que dependen completamente del estado del cuerpo que los ejecuta. Para `9 meses de tejido/tiempo muerto´ fue importante porque era un guiño a la idea de que la sangre menstrual también es tejido, pero en este caso biológico”.

La joven reside en España y cursó el máster “La política de las mujeres” en la Universidad de Barcelona. Su principal referente es la cubana Ana Mendieta, por la forma de usar su cuerpo de manera impactante y, al mismo tiempo, sutil. De Hilma af Klint, pionera en el abstraccionismo, heredó el interés por la dimensión espiritual en la producción artística. Y por último menciona a la colombiana María Evelia Marmolejo, reconocida en la década de los 80 por la radicalidad política de su arte menstrual en América Latina.

Silvia comenzó a preguntarse por qué la menstruación “se trata como un desecho, teniendo en cuenta que esta no es equiparable a la orina o las heces. La sangre menstrual no contiene toxinas; contiene tejido lleno de nutrientes, que podrían haber alimentado otro cuerpo. Cuando empecé a usarla como materia prima, comencé a perderle el asco a ella y, con ello, a mí misma. Entender todo el proceso que experimenta mi cuerpo para que esta sangre salga de mí y lo que eso significa modificó radicalmente la relación con mi cuerpo”.

La comunicación y el arte se conjugan en Vestales, un podcast donde Silvia Ramos dialoga con otras artistas sobre sus experiencias, procesos creativos y contextos particulares.

“Hablar con otras mujeres me ha hecho entender que la libertad no es un concepto universal y abstracto. Tampoco coincido con esta idea individualista que nos han vendido, donde se es libre independientemente de todo. Pienso que la libertad se construye en relación con otras y con el contexto en el que se está. Los espacios de conversación y escucha permiten que se despierte la curiosidad sobre las otras y que accedamos a universos diferentes a los nuestros. Es vital que mantengamos viva la curiosidad y así hacernos plenamente conscientes de que vivimos y hablamos desde lugares muy diversos”.

Para Pamela Labiano, sin embargo, la sangre no es la única forma de polemizar sobre el cuerpo y sus procesos biológicos. La artista argentina utiliza además el papel y la escultura para abordar estos temas. El feminismo la acercó a las educadoras menstruales, los productores agro ecológicos y a su abuela, vasta conocedora de la tierra y las plantas. Dichas influencias transformaron su perspectiva sobre el ciclo ovulatorio, la alimentación consciente y el autoconocimiento.

“A veces es solo una mancha, a veces es un párrafo explicativo, a veces es estar presente en un debate. Creo que, si una sabe lo que quiere, los medios se presentan solos. Las imágenes portan una gran información que se internaliza en cada ser según sus esquemas anteriores. Me encanta ver resistencias, ahí queda clarísimo que aún hay muchos tabúes. Mi tarea consiste en el cuestionar suave y fluido, no obligar ni dar tiempos”, confiesa.

El color de la sangre, las hormonas, los componentes del útero y las herencias ancestrales conforman la obra de Pamela Labiano. La información al respecto permite abrazar la condición cíclica de la mujer. La argentina aprovecha este estudio sobre sí misma para personalizar mapas biológicos y prestar atención a las emociones cada mes.

“La inspiración que encuentro en la sangre menstrual, y por lo cual la integro en mis procesos artísticos, busca resaltar y poner en alto su valor histórico, en relación con vivencias culturales originarias, el sentido simbólico dentro de comunidades y el abuso de poder de un sistema machista y macabro que transforma la sangre menstrual en un objeto de control, mediante el asco y las teorías de higienismo. Esto aleja al flujo natural de su origen sagrado: nuestro cuerpo, templo de vida y creatividad nos conecta con nuestro linaje”.

Para la fundadora de LAP, un proyecto creativo basado en objetos escultóricos y pictóricos sobre la libertad y la ciclicidad, el activismo menstrual pone en tela de juicio los parámetros culturales. Su objetivo es deconstruir estereotipos corporales y pensamientos obsoletos en torno a la soberanía de los cuerpos.

“Lo bello como (única y absoluta) posibilidad de narrar lo real, a la vez tremendo, pútrido, terrible, desolador”, dijo el escritor Ahmel Echevarría sobre la obra de Cirenaica Moreira. Aunque la serie de la artista cubana Cartas desde el inxilio se relaciona con el arte menstrual, ella no se siente parte de esa categoría. Cirenaica traspasa los límites del cuerpo femenino y su discurso desemboca en el tránsito hacia la muerte, una experiencia común para todos los individuos sociales y privados. “El sudor para mí es un elemento importante a la hora de pensar una presencia escénica. Entonces es metáfora, pero también actitud. Está en mis performances más recientes. La sangre, la lágrima son símbolos demasiado fuertes como para obviar, que pueden constituirse en metáforas de vida, con una imagen, y llevarte a la conmoción porque hay un peso histórico en su valor y en el que le hemos conferido. Y las revolucionamos creándoles nuevos significados para nuevos contextos: la nación, la familia, el amor, el exilio, el sexo. Percibo esos fluidos como expresión de resistencia. Porque hay mucho dolor también en el acto de vivir, de sobrevivir a cada día. Piensa en algo que duela más que el amor. Piensa el modo en que somos vaciados de fluidos para nuestro entierro. Es perturbador y el arte se ocupa de ello”.

Para la autora de Sueños húmedos y Con el empeine al revés, existen muchas contradicciones a la hora de discursar y emancipar libertades “de género”. Ante preguntas como ¿somos diferentes o somos iguales?, ¿tenemos o no tenemos los mismos derechos?, la artista reflexiona sobre el ser humano, la organicidad con su entorno, su urgencia existencial y su condición finita. En una oportunidad, expresó: “Nos estoy retratando a todos como ese gran caos que estamos habitando”. “Soy mujer y he sido víctima y abusada; en mi casa y cuando he recorrido después la ciudad de estación de policía en estación de policía y me he topado con un muro de insensibilidad y desprotección legal, porque ‘no hay un hecho de sangre demostrable’”, denuncia Cirenaica Moreira. “Las estadísticas siguen confirmando que somos más mujeres que hombres abusados. Es ahí donde la sangre se convierte en metáfora. Y es una necesidad, una responsabilidad que no deja de ser cívica. No me interesa llevar el horror sin pulir, sin traducir a la imagen. Como cuando vas al ballet porque quieres ver otra vez la escena de la locura de Giselle. Y es tremendo y doloroso y hermoso a la vez. Si necesito otra experiencia, voy directamente al manicomio. Pero entonces ya no es Giselle, ni Adolphe Adam, ni Jules Perrot, ni Téophile Gautier”.

El arte menstrual propone una travesía del interior al exterior, de la vagina a la mancha. En las obras de Silvia Ramos, Pamela Labiano y Cirenaica Moreira hay un elemento común: la sangre. El tejido vivo tiñe una superficie o protagoniza una obra con la misma naturalidad que cae entre las piernas.

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