Marga Sánchez Romero (Madrid, 1971) defiende que la sociedad vive en el eterno prejuicio sobre las mujeres, y que la arqueología, que en el siglo XIX fue de élites de hombres blancos y europeos, ha contribuido a construir estos discursos. Por eso ella empuña su lanza (conocida como ciencia) para desmontar mitos, estudiar qué fuimos y somos, seguir investigando y divulgando sobre la otra mitad de la humanidad: nosotras. Y para ello usa la Academia y la divulgación, participando en el programa de televisión El condensador del Fluzo, que emite La 2, y escribiendo libros Prehistoria de mujeres (Destino, 2022).
Porque, ¿se acuerdan de los Mármol y los Picapiedra? Betty y Vilma delgadas, guapas, cuidadoras de sus retoños, amas de casas sin rechistar, y sus contrarios, gordos, fuertes, que llegan a casa agotados de trabajar y se ponen a beber cerveza. La construcción de la historia –y sus ficciones– no es inocente; y la arqueología y las historiadoras feministas levantan otro relato que pone el ojo dónde nunca nadie miró. Y cuando se hizo, se desdeñó por categorizarlo como “cosas de mujeres”.res e hi
Su libro Prehistoria de mujeres lleva seis ediciones. Enhorabuena a usted y a su editora Martina Torrades. ¿Por qué considera clave el relato de la Prehistoria para la composición de toda la historia de las mujeres?
Los relatos sobre las sociedades de la Prehistoria se han hecho para sustentar las desigualdades. En el presente, hombres y mujeres seguimos siendo desiguales; pero para mantener el statu quo, el patriarcado tiene que trabajar los argumentos. Bajo el argumento de “esto es así porque ha sido siempre, desde la Prehistoria”, es como si la desigualdad fuera inherente al ser humano o formara parte de lo que somos. Mientras más lejos lo pongan y más cercano a los primeros seres humanos, más difícil es comprender que no, que esto es cultural, construido, y que no tiene nada de biológico. El patriarcado necesita sustentar el discurso actual, que se generó a partir de la segunda mitad del siglo XIX cuando la arqueología se articuló como disciplina y obtuvo validez. Pero no. Cuando hablamos de la Prehistoria, estamos hablando de decenas de miles de años, y la mayor parte de la humanidad ha sido igualitaria.
¿Qué se está demostrando con la arqueología feminista?
Abre el campo a nuevas formas de entender quiénes somos. Cuando en el siglo XIX se hicieron los discursos sobre cómo funcionan las sociedades del pasado, lo que se hizo fue elegir una serie de actividades como el culmen de la sociedad: la caza, la guerra, el comercio y el arte rupestre. Estos elementos, que son los que supuestamente nos hace evolucionar, se situaron todos en manos masculinas. De manera que las mujeres, las personas en edades avanzadas o en situación de discapacidad, no están en el relato. Cuando el feminismo llega a la arqueología a finales de los 70 o principio de los 80 lo que dice es: “¡Os habéis dejado tanto sin contar! El cuidado, la socialización, la crianza, la alimentación, las tecnologías relacionadas con el textil…”.
Es decir, la historia es parcial y todo esto no se consideró porque se vinculó esencial, natural y biológicamente a la mujer. Además, las mujeres sí cazábamos, sí pintábamos, sí viajábamos y desgraciadamente, sí peleábamos en los conflictos violentos. El dato científico también pone a las mujeres ahí. Sin olvidar que lo que se consideraba que no tenía importancia es lo único que realmente la tiene, porque si no crías, cuidas, socializas, curas, alimentas… no puedes hacer nada. Estas actividades de mantenimiento son las que de verdad son estructurales e imprescindibles en todas las sociedades. Y todas estas informaciones respecto al pasado se han obviado porque estaban vinculadas a la mujer.
Vamos a grabarlo a fuego: las sociedades paleolíticas eran igualitarias.
Sí, las desigualdades empiezan con la producción. ¿Qué te hace a ti ser desigual a otra persona? Tener más o poseer cosas distintas. La desigualdad arranca con la acumulación y con el excedente. Cuando en el Neolítico se empieza a cultivar y a tener ganadería, poco a poco, empieza a haber gente que tiene algo más. Todo esto es muy sutil y son procesos de miles de años. El que cada vez intenta tener más, fabrica el discurso para que el resto crea que lo natural es que unos tengan más que otros.
Aquí empiezan también las desigualdades de género, porque la producción depende de la reproducción. Si no se producen hijos que sean mano de obra, no se produce más, con lo que empieza a haber un control de la reproducción por parte de los hombres. En las poblaciones cazadoras recolectoras las mujeres se mueven por el territorio igual que los hombres, por eso las sociedades móviles tienen muchos menos hijos que las sociedades sedentarias. Las crías humanas en el primer año están en estado fetal, son dependientes completamente, por eso las madres se quedan en los espacios de protección mientras que los hombres siguen moviéndose. En esa situación ellos intentaron controlar el discurso. Y luego llegaron los griegos y dijeron que las mujeres no somos seres humanos completos.
¿Y de ahí viene la división sexual del trabajo?
Ten en cuenta que es una estrategia económica para ser lo más efectivos posibles. Es cierto que histórica, etnográfica y arqueológicamente se documenta que las mujeres han estado más vinculadas a las actividades de mantenimiento y los hombres a la producción, en un sentido más amplio de la palabra. El problema no está en la división en sí, sino en el valor que le damos, no que tienen. Todo lo relacionado con lo masculino lo ponemos arriba y las actividades relacionadas con lo femenino abajo. Además, el reparto del trabajo pudo ser más fluido. Por ejemplo, los barcos balleneros en Alaska que dicen que las mujeres no van en los barcos, ¿y cuando el hombre se pone malo? Pues va una mujer. Pero es cierto que cuanto más especializadas (en cerámica, metalurgia…) son las sociedades, más férrea es la división sexual del trabajo.
¿Qué están estudiando ahora?
Nosotras trabajamos con la cultura material. Yo excavo y extraigo cuerpos, objetos, contexto en el que están; a partir de ahí, podemos ir reconstruyendo. Lo importante en realidad son las preguntas que hacemos. Por ejemplo, estamos estudiando la lactancia: analizamos los dientes de las criaturas para saber cuándo se empieza a producir el destete y cuando termina. Analizamos el interior de las cerámicas para saber qué productos se consumían y cómo se preparaban. Estudiamos el cuidado en los huesos, porque cuando se rompían había formas de soldarlos. Hay personas enfermas que sobrevivían, y si lo hacían es porque las cuidaban. También miramos los enterramientos: con quién, cómo, con qué. Esto nos habla de la identidad de esas personas. Hasta ahora, lo encontrado solo había servido para reconstruir la vida de los hombres. Ahora estamos reconstruyendo la vida de las mujeres, por tanto, la vida del grupo.
Esta conversación se está produciendo por videoconferencia. Y veo detrás de usted muchísimas estatuillas de Venus. Digo estatuillas, pero he aprendido -en su libro- que se llama “arte móvil”. ¿Qué son? ¿A qué responden?
Son estatuillas muy diversas. El problema es que con el término “venus” se simplifica demasiado, porque solo en el Paleolítico conocemos unas ciento y pico figurillas. Hay adolescentes, mujeres embarazadas, obesas, otras con los rasgos sexuales muy marcados y señoras mayores. Al llamarlas “venus” se nos viene a la cabeza la Venus de Praxíteles y esto está relacionado con una ideología, con una ética y moral, que no tienen nada que ver con la Prehistoria.
La única relación es que son mujeres desnudas, pero el término “venus” se relaciona con la sexualidad y la reproducción, y esto es reducir el pensamiento simbólico de 30 mil años de historia. Yo digo que responden a motivaciones diferentes y que reconocen el cuerpo de las mujeres como un elemento fundamental en la explicación de sus vidas. Creo que representan la feminidad. En los años 80, la arqueóloga Prudence Rice las estudió y concluyó que no representan reproducción sino feminidad.
¿Pudo Altamira ser pintado por mujeres?
Por lo menos no se puede asegurar que solo fueran hombres. Lo que pasa que cuando pensamos en un genio creador se nos viene a la cabeza un hombre: Picasso pintando Altamira. Pero ¿podemos asegurar cien por cien que lo pintaron hombres? No, podrían haber sido mujeres también. El arte rupestre es muy complejo y muy diverso. Lo hay en todas partes del mundo y en cada sitio responde a una cosa distinta. Es una forma de comunicación y una forma de expresar identidad. En la Cueva del Trucho hay un panel con manos y encontramos hasta de bebés. Es como decir “aquí estoy yo, esta es mi identidad y pertenezco a este grupo”. Del arte rupestre hay cuestiones que no entenderemos nunca porque no tenemos los códigos simbólicos de la sociedad de la Prehistoria. Es por eso que reducir a que solo los hombres pintaron es completamente acientífico.
Sobre el presentismo, ¿cómo ha influido a la hora de escribir la historia?
Es la idea de que las circunstancias de cualquier momento histórico han sido iguales a las del presente. El presentismo es malo, pero tampoco podemos desvincularnos de quiénes somos. Y el feminismo es muy de punto de vista situado: yo miro al pasado con mi punto de vista y estoy buscando a las mujeres de la prehistoria porque me interesan las mujeres del presente. La honestidad es fundamental, porque si solo hablo de hombres estoy haciendo ciencia, pero si meto a las mujeres en el discurso nos dicen que ya estamos haciendo política. Perdona, pero política se estaba haciendo antes negando a una parte de la población e visibilizando solo unos trabajos y actividades que supuestamente solo hacían hombres. Política hacemos todos.
¿Quiénes son las Past Women y qué hacéis?
Somos una red de compañeras. En los años 2000 vimos que nos interesaban estos temas, pero estábamos muy aisladas las unas de las otras. Yo en Granada, otras en Barcelona, en Valencia, en Jaén… y hacía que la arqueología feminista no acabara de cuajar. A principio de los 2000, de mí se reían lo más grande. Ahora si lo hacen tiene que ser para dentro. Era muy complicado. En 2003 organicé en Granada un curso de arqueología feminista y las invité a todas. Se generó una red que nos sustenta, sostiene y que son mi referente. Esto ha permitido que la arqueología feminista en España crezca de forma brutal: yo no sería quien soy si no fuera por mis compañeras. Tenemos muchas líneas de investigación abiertas que se van materializando en nuestro recurso web. Empezamos trabajando en construir imágenes, hace unos años solo eran tíos y tíos. Ahora también sacaremos una línea de publicación en clave divulgativa porque hay que hacer accesible la academia a la ciudadanía.