Violencia y entornos digitales: desafío que crece

Las llamadas nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) constituyen hoy un elemento importante en el ejercicio del control, el acoso y la dominación hacia las mujeres. Ellas introducen otras formas de comunicación, interacción y socialización, pero también trasladan a sus escenarios patrones existentes en el espacio físico. Las redes sociales y los teléfonos móviles continúan reproduciendo la disparidad de poder entre hombres y mujeres y favorecen el control, la discriminación y la violencia de género. En busca de reflexiones sobre el tema, No a la Violencia conversó con la psicóloga Dalia Virgilí, la investigadora Carolina García, del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS) y las periodistas Dayneris Mesa, de la Editora Abril y Sayli Sosa, del periódico Invasor, en la central provincia de Ciego de Ávila.

¿Cómo caracterizarías la violencia de género en el escenario de las tecnologías, de los entornos digitales, internet, las redes sociales? ¿Se agudiza ese fenómeno en Cuba?

Dalia Virgilí: La violencia de género en el escenario de las TICS es un tema que se va complejizando cada día, ante la vertiginosidad de ofertas comunicativas. Por una parte, en el entorno de internet hay violencias asociadas a los contenidos pensados de antemano para mujeres o varones, lo que marca accesos diferentes en cuanto a contenidos y aprovechamiento de las TICS para unas y otros. Pero urge centrar la atención en los intercambios posibles por las redes sociales, donde circulan violencias de género de todo tipo: pueden empezar con la simple solicitud de amistad de personas extrañas, pasando por los piropos entre «amigos» y los consejos de belleza o mandatos de lo que debe ser y hacer una mujer y un hombre, que circulan en forma de postales con frases sobre la vida,y terminando con el control constante de la vida de una persona mediante el GPS o el posteo sobre lugares que visita, que puede acabar en acosos fatales o inclusive feminicidios. Tales violencias de género existen en los espacios no digitales y sin el usode nuevas tecnologías también; en mi opinión los entornos digitales vienen a ser una forma más, un camino, un escenario para que estas violencias, sutiles y extremas, tengan otra forma por la que transitar. Su especificidad radica quizás en lo generalizado de la vulnerabilidad. Sinceramente, no creo que haya una especificidad cubana; salvo esa que tiene que ver con el límite que impone la no existencia aún de una banda ancha que permita el acceso generalizado y en particular el uso del GPS para todo. En lo que concierne al resto de las formas de comunicación, creo que Cuba está bastante en igualdad de condiciones; si bien especialmente en su población más joven.

Carolina García: Creo que a las redes sociales y al mundo digital se han exportado las formas tradicionales de violencia de género, transfiguradas por las prácticas y modos de interacción propios de estos escenarios. Visualizo con recurrencia mayores expresiones de violencia simbólica y psicológica mediadas por las tecnologías. Una de las primeras formas en las que se manifiesta es en la invisibilización de la violencia de género en sí misma, pero también de otros tipos de feminidades y masculinidades no estereotipadas o hegemónicas.

En estos espacios se suelen reproducir construcciones de género con énfasis en mujeres y hombres blancos, hetereosexuales, citadinos, exitosos, etc., que terminan socializando un mundo homogéneo, sin lugar para otros modos de ser hombre o mujer, donde se visibilicen sus particulares problemáticas. Luego, hay “nuevos tipos” de manifestación de la violencia que no son más que metamorfoseados mecanismos tradicionales de dominación, de manera que transitamos a variantes como el control del dinero y tiempo invertidos en el celular (cantidad de mensajes y llamadas); a la intervención en las relaciones online, a la censura de las fotos que se comparten en redes sociales, a exigir contraseñas, a espiar los mensajes, los chats y los correos electrónicos, a requerir fotos para comprobar localización y compañía, entre otras tantas.

Lo más preocupante es que continuamos conviviendo de manera acrítica con este tipo de manifestación de la violencia de género. Creo que los consensos sociales se reducen al rechazo a la agresión física, mientras se tiende a naturalizar prácticas prohibitivas y de control que, en este caso, se exportan al escenario digital.

Dayneris Mesa: La violencia en estos escenarios está solapada y subvalorada, incluso por quienes la sufrimos. A pesar de tener más nociones de violencia psicológica y simbólica, continuamos pensando que un meme, un post, una publicación sexista discriminatoria no puede hacernos el mismo mal que una agresión física. Sin embargo, la repercusión de estas acciones en el plano digital es más perenne. Al consentirlas o hacernos de la vista gorda, estamos legitimando la violencia, no importa cuál, es violencia al fin.

El acoso, los contenidos de carácter sexistas, discriminatorios. En las redes sociales muchas veces damos likes o compartimos contenidos con este carácter. El tema de los celulares y el control de las parejas o la pornovenganza son otras variantes.

Sayli Sosa: Creo que es una expresión de la violencia de género que se manifiesta en la “vida real”, si es que aún se puede hablar en términos de real y virtual. Los individuos han volcado sobre los espacios y plataformas digitales sus experiencias previas, la información escrita en su ADN social y cultural, y las redes en Internet las han magnificado en dimensiones insospechadas. Todos tienen una opinión y se sienten libres de expresarlas, incluso cuando la manera en que asumen la vida soslaya, minimiza, invisibiliza o anula el derecho de los otros.

Los patrones heteronormativos, el machismo y la misoginia han encontrado en las redes sociales una caja de resonancia inmejorable que, al estar articulada e interconectada, sobredimensiona cualquier mensaje o expresión de violencia de género, o de cualquier tipo de violencia. Uno de sus rasgos es precisamente ese, la interconexión y articulación de actores con esquemas de pensamiento similar, que reproducen hasta el infinito un mensaje cargado de violencia, estereotipos, complejo de superioridad, etc; la capacidad de generar instantáneamente reacciones de apoyo ante un video que muestra la agresión física o verbal, un meme con un chiste o la foto de una persona objeto de burla, incluso con la proliferación de sitios generadores de contenidos fundamentalistas (aunque esa característica también funciona en sentido contrario, de manera que al tiempo que es amenaza es oportunidad para desmontar la violencia de género, al menos en el plano del mensaje)

La variedad de manifestaciones va desde la reproducción acrítica de chistes abiertamente machistas o discriminatorios, al que se le da Me Gusta o Me Divierte sin miramientos; los llamados memes, que son imágenes descontextualizadas o tergiversadas, que tienden a la comicidad apoyadas en el absurdo, la farsa, la burla, etc.; los videos viralizados, compartidos una y otra vez, con contenidos que buscan el morbo y la “espectacularidad”, sin importar si se trata de una paliza a una joven o el apedreamiento a un homosexual; los videoclips, las “fake news”, los youtubers considerados “influencers” dictando cátedra no únicamente sobre la moda, sino sobre qué pensar con respecto a disímiles asuntos de la vida en sociedad.

Las consecuencias han sido documentadas, incluso, en estas mismas plataformas. Desde el bullying en centros escolares por motivos de género (digamos niños con orientaciones sexuales no heteronormativas, adolescentes transgénero); hasta los retos virales o el linchamiento mediático al que son sometidas las víctimas (proliferan los casos de publicaciones de conversaciones privadas o fotografías comprometedoras).

Retos, desafíos: ¿Qué se puede hacer?

DV: Los espacios de prevención tienen que ver con la divulgación de la perspectiva de género. Es lo que he intentado sostener en mis investigaciones sobre la noción de sensibilización: primero hay que crear la toma de conciencia, producirla, es decir, hacer visible y explícita la desigualdad, anunciarla, analizarla, dar cuenta de ella; y en segundo lugar hay que garantizar que dicha desigualdad sea calificada como injusta. En muchas ocasiones encontramos personas e instituciones plenamente conscientes de la desigualdad y esto no produce ningún cambio, justamente porque falta el elemento actitudinal, valorativo, que resulta clave, movilizador. Solo cuando una desigualdad se califica como injusta puede advenir la posibilidad del cambio.

Así que, para prevenir la violencia en las redes hay que generar divulgación, debates que den cuenta de la discriminación y que pulsen al posicionamiento, la toma de partido. Hay que deconstruir imágenes constantemente, dado que hoy las redes sociales más famosas se sostienen sobre la producción y proliferación de imágenes. Exigir las preguntas: qué transmiten, qué objetivos tienen, qué función cumplen. Y hay que exigir el posicionamiento ante ello: ¿la producirías?, ¿la compartirías?, ¿te representa?, ¿es lo que deseas?, ¿es a lo que aspiras?, ¿te hace feliz?

Soy defensora de que esto hay que hacerlo profesionalmente, desde nuestros lugares de trabajo pero también en lo personal. Ha sido siempre mi gran delirio feminista: una tiene que dar cuenta de cómo construye su matrimonio en equidad, de cómo educa a sus hijos e hijas, a sus sobrinos y sobrinas desde la equidad, de cómo arma sororidad ante una problemática cotidiana o laboral. Eso hay que visibilizarlo y es lo único que hará de verdadera resistencia a la violencia. Una tiene que mostrar, comprometerse con mostrar otros modos posibles de vida, de vínculos, que sirvan de modelos para el cambio.

Ahora bien, ¿qué hacer una vez que ya se ha vivenciado una situación de violencia en las redes, por ejemplo?

Cuba tiene que aprender de algunos pasos que han dado los sistemas judiciales del mundo, incluidos algunos países de América Latina. Hoy es posible denunciar en la justicia experiencias de sexting, grooming o ciberbullying; siempre con la tenencia de pruebas que lo avalen. (Esto queda al margen, dado que el sistema judicial en todos lados es positivista, y no está del todo mal que así sea). Tanto en Argentina como en Chile, en las Comisarías policiales existe personal que recoge las denuncias de este tipo y son calificadas como delitos informáticos. Algunos casos mediáticos han tenido una favorable resolución, incluso. Si bien en los códigos penales de ambos países solo el grooming cuenta ya con su figura delictiva, la noción de delitos informáticos y su complementación con las amenazas agravadas devienen una alianza que permite actuar, en no pocos casos.

En Cuba debe avanzarse en esta dimensión, garantizando una estructura de respaldo a las mujeres, condición necesaria para los avances generales en materias de igualdad y específicamente como límite a la expansión de la violencia. Máxime cuando la política de uso de internet encuentra avances vertiginosos en el último tiempo– en relación con lo que han sido en los últimos 10 años.

No obstante a lo anterior, quisiera advertir algo. No es un dato menor que solo el grooming haya obtenido ya su figura delictiva en Argentina, Chile y otros tantos países. La perspectiva de género tiene que ser también colocada allí. Sin duda, la desigualdad de género constituye una de las más difíciles de visibilizar. Hoy en el mundo se observan más fácilmente legislaciones y cambios en favor de la deconstrucción de otras desigualdades por sobre la de género. Esta deviene una de las más naturalizadas, de las más funcionales a la economía global y, por tanto, su modificación subjetiva y legal es uno de los desafíos más inmensos.

CG: Visualizo los principales retos en dos sentidos: formación de sujetos críticos para una socialización de nuevo tipo, con otros recursos; no educar para dominar un aparato, sino educar para entender el mundo con otros códigos -políticos, cívicos, culturales, económicos. El otro estaría específicamente centrado en el trabajo en pos de revertir las desigualdades de género y las violencias. Creo que es imprescindible repensar los modos en los que se concibe la prevención de la violencia y los discursos que se construyen sobre el tema: la violencia de género se representa usando herramientas tradicionales y también reproduciendo estereotipos; no se ha logrado diversidad en diálogo con dimensiones como el color de la piel, generaciones, territorio, clases, etc. Los productos que se crean para compartir en estos nuevos escenarios no tienen lo suficientemente en cuenta sus herramientas y lenguajes, se trata de espacios todavía desaprovechados que muchos actores sociales comprometidos en el trabajo por la no violencia contra las mujeres están cediendo a otros. Los vacíos que las estrategias en pos de esta causa no han llenado, lo ocupan otras construcciones y discursos machistas de la realidad, que algunos/as observan críticamente, pero otros reproducen.

DM: Como mujer o víctima de estas manifestaciones de violencia, hay que documentarse y medir siempre las consecuencias de lo que permitimos, consentimos, publicamos. Como profesional implicada en estos temas, pues socializar más los contenidos para que las personas entiendan el peligro; advertir; documentar. Hay que dar voz a expertas, pero también a personas que han estado en estas situaciones, que son capaces de mover los sentimientos de los grupos vulnerables.

SS: Creo que la clave está en la educación. En educar a los individuos en temas de género, derechos humanos y civilidad, y por supuesto en seguir trabajando por la equidad en las oportunidades, los derechos de las minorías yel respeto al ser humano, en la “vida real”. Además, insistir en el uso con sentido de las redes sociales y de la tecnología en general, en la democratización de su acceso, pero con responsabilidad. En exigir a las plataformas que regulen y prohíban las expresiones violentas, racistas, discriminatorias (Facebook, por ejemplo, bloquea imágenes de desnudos, lo ha hecho con pinturas famosas, sin embargo, el algoritmo falla cuando se trata de semántica). En la supervisión de los niños y adolescentes y el tiempo que le dedican a estar conectados.

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