El título de este trabajo, tomado de un cartel de la artista Laura Moran, constituye una expresión de la ocurrencia, tras bambalinas, de la violencia cotidiana, invisibilizada para muchas y muchos porque transcurre en el día a día y porque, a pesar de los pesares, todavía es cuestión restringida a la vida privada.
La historia de América, una mujer que a los 50 aparenta tener menos años, hermosa, rubia, de ojos claros, vestida de blanco, elegante a la par que discreta; podría ilustrar el fenómeno.
Ella está casada, hace quince años, con Alberto, un mulato de buen ver, de 63 años, alto, fuerte. De esos cubanos que hay que mirar, a pesar de las “canas en las sienes”, a decir de las novelas del corazón.
Alberto es director de un conjunto musical con amplia demanda en el exterior, proveedor por excelencia del dinero, de los alimentos, de adornos y arreglos florares que a ella le “gustan” porque su placer es “tener la casa bonita, para sentirme bien”.
Cuenta América que dejó de trabajar porque “él me lo daba todo y me halagaba siempre”.
Su música suave sirvió de fondo para una relación “ideal”: “me encantaba que tocara lo que a mí me gustaba, sentía como si fuera su única inspiración”, dice. Y agrega que “esta relación con la música fue verdaderamente un puente de unión y una de las razones que contribuyó a que me enamorara de él”.
Pero la música se ha ido tornando de alegre y rosada a triste y gris. Ahora, cuando la relación supuestamente debía ser más sólida, se acrecientan manifestaciones de prepotencia del “macho proveedor”. Frases como “yo te lo doy todo”, “yo lo compro todo” son cada día más frecuentes.
“Cuando nos encontramos con el grupo de amigos, o con sus compañeros de trabajo, y trato de intervenir en alguna conversación o emitir algún criterio sobre un tema, él me dice: ’tú no pienses, no digas nada, hazlo todo como yo te digo‘, como si yo no fuera capaz de pensar. Me siento como si tuviera siempre un pie arriba”, confiesa.
Aunque ella trata de entenderlo y de comunicarse, cuando está tranquilo, su intento choca “contra una pared. Me ignora y me dice que no hable boberías, que él me idolatra o, sencillamente, entra en un silencio castigador”, refiere América.
Ella también es sancionada por la duda a su fidelidad: “El día que murió mi papá, al salir del cementerio, mi primo me abrazó. (En medio del dolor la familia se estrecha, los cariños se potencian para dar consuelo). Cuando llegamos a la casa me dijo bruscamente: ‘¿te acostaste con todos los machos que estaban en la funeraria?‘. Con palabras más ofensivas”.
Sencillamente no hay comunicación. Además, las relaciones sexuales son cada vez más esporádicas y América siente que cada día tiene menos deseos. Ella lo asocia a la menopausia o a que no puede pasar del “disgusto al gusto”.
“El romance y el galanteo se acabaron. Cuando estamos juntos, él no logra la erección completa. Sin embargo, en lugar de asumir su situación, me culpa por ello y me dice que yo lo tengo que provocar, que él tiene esos problemas porque yo no lo incito, porque estoy en otras cosas, y que eso me toca a mí”, manifiesta.
En resumen, América se siente culpable: “vivo en una jaula de oro con una soledad extrema, siento miedo, me siento cuestionada. No se trata de daño físico, sino de uno que me hace sentir cada vez más disminuida”. Pero esta historia, la de América, no siempre se asocia con la violencia y es cada vez más frecuente entre nosotros.
Por lo general, la violencia se identifica con expresiones cruentas como golpes, empujones, asesinato. Sin embargo, la historia referida es expresión característica de una de las formas de la violencia basada en el género (VBG), porque se produce por el ejercicio de poder del hombre sobre la mujer, la que siempre se encuentra en posición inferior y trata de alcanzar el reconocimiento por diferentes vías, sin ser atendida.
En particular, en la conducta de Alberto hacia América, la violencia se puede identificar por los siguientes hechos: insulto, trato sin respeto, humillación y no respeto ante los otros, y culpabilizarla por la inadecuada calidad de la relación sexual, sin asumir sus propias deficiencias. Además, se identifican otras formas como la prepotencia, la exigencia de subordinación por la provisión de alimentos o castigos expresados en silencios mantenidos. Todo como un reflejo de la asimetría de poder en la relación de pareja, en detrimento de la mujer.
La VBG es una pandemia que es necesario enfrentar. Se requiere de una visibilización de todas sus formas de expresión, desde las sutiles hasta las severas. Es necesario desarrollar acciones para contribuir a que las mujeres se empoderen, incrementen la autoestima y sean capaces de tomar conciencia de su valía para afrontar decididamente, sin miedos, este fenómeno castrante de la vida actual, que contribuye al deterioro de la salud mental de las mujeres.