Por Dalia Acosta
Han pasado más de 30 años del último día en que su madre le puso la mano encima. Carlos ya no se parece al adolescente rebelde que era entonces, se pasa la vida buscando amor, pero no soporta el simple roce de las manos de su madre.
«A veces protesta y me dice: ¡hijo! Pero yo no puedo sentir su mano, ni siquiera su cercanía. Siempre pienso que me va a pegar. Es una sensación más fuerte que cualquier otro sentimiento», confiesa a SEMlac este cubano, de 43 años, víctima desde muy pequeño de la violencia materna.
«No sé cuando empezó, ni sé porqué tenía que ser así, ni siquiera si había un motivo especial. Sólo sé que los golpes aparecen en toda la memoria de mi infancia. Terminó, el día que tuve las fuerzas suficientes para agarrarla por las dos manos y no dejarla que me tocara», afirma.
A pesar de haber nacido y crecido en medio de la violencia, Carlos rompió todos los esquemas y no reprodujo el ciclo. Hoy se reconoce un hombre «pacífico», evade cualquier ambiente agresivo, puede pasarse horas mirando el mar y necesita de la ternura como del aire que respira. La vida de este hombre de manos fuertes, mirada que a veces se vuelve profundamente triste y arrugas demasiado prematuras para su edad, podría haber sido otra. Si hubiera seguido los pasos por donde lo llevaba la vida, sería hoy un delincuente y quizás estaría en la cárcel.
También hubiera podido crecer en un ambiente hogareño armónico, estudiar en la universidad y hacerse un profesional de los mejores. Así y todo, se graduó de técnico medio y hoy se vale de su inteligencia natural para trabajar por cuenta propia en todo tipo de reparaciones menores, a nivel de domicilio.
Ha ido aprendiendo todos los oficios: electricidad, albañilería, plomería…lo mismo levanta un muro que diseña todas las instalaciones de una casa.
El trabajo no le falta. A veces tiene más compromisos de los que puede asumir. «Hay mucha gente por la calle haciendo este cosas, pero también hay mucha gente abusadora: lo que quieren es terminar rápido y ganar lo más posible a costa del cliente. Yo no soy así», dice.
Historias comunes
La historia de Carlos pudiera ser la de tantas personas menores de edad abusadas en cualquier lugar del mundo y también en Cuba: madre maltratadora, hijo varón víctima. Y la salida más común hubiera sido un hombre marginal, violento y, probablemente, abusador de su pareja y su familia.
A diferencia de otros países del mundo, en esta isla caribeña no se reportan casos de matrimonios forzados, mutilación genital, trabajo infantil, explotación sexual o tráfico de menores, y la población en estas edades tiene acceso a la salud y la educación, sin discriminación entre mujeres y varones.
Sin embargo, según investigaciones realizadas en Cuba, por cada niño maltratado por un padre o padrastro pueden llegar a cuatro lastimados por la madre.
Un estudio de 81 menores de edad maltratados, realizado en el hospital pediátrico habanero Juan Manuel Márquez, detectó que las madres fueron las personas que con mayor frecuencia maltrataron a sus hijos (44,5%), seguidas del padre (25,9%), otras personas (22,2%) y los abuelos (7,4%).
El maltrato va desde el descuido de la lactancia hasta lesiones graves. Las causas apuntan a embarazos no deseados, la sobrecarga femenina en la atención a la descendencia y el abandono paterno, entre otros motivos de personalidad, condiciones económicas y características del desempeño familiar.
El doctor Cristóbal Martínez, coordinador de la sección de violencia intrafamiliar de la Asociación de Siquiatría de América Latina, define el maltrato infantil como «toda agresión producida al niño por sus padres, hermanos, familiares u otros, con la intención de castigarlo o hacerle daño».
En su libro Salud familiar (La Habana, 2001), el terapeuta y profesor titular de psiquiatría añade la existencia de abuso cuando «no se atienden las necesidades del niño: alimentación, salud, protección, afecto y cuidado».
«Se habla del maltrato, pero la cantidad de niños y adolescentes que en el mundo son maltratados no se conoce. Hay lo que nosotros llamamos un sub-registro, es decir más casos que los que conocemos. Sucede que el maltrato se produce en la casa, por los familiares allegados», comentó el experto.
Hasta 275 millones de niños están expuestos actualmente a la violencia doméstica, según un informe presentado el 1 de agosto por la Organización de las Naciones Unidas para la Niñez y la Adolescencia (UNICEF) y The Body Shop International, una red internacional de más de 2.000 tiendas.
Según el texto, las personas que crecen en hogares violentos pueden presentar bajo rendimiento escolar, falta de habilidades sociales, depresión y ansiedad. La violencia doméstica se correlaciona con mayor probabilidad de embarazos en la adolescencia, consumo de sustancias ilícitas y conducta delincuencial.
Por otra parte, el factor que mejor permite predecir si los niños perpetuarán el ciclo de la violencia doméstica como perpetradores o como víctimas es haber crecido en un hogar marcado por el abuso: las mujeres más maltratadas son aquellas cuyos cónyuges sufrieron maltrato cuando pequeños o presenciaron actos de violencia contra sus madres, asegura el reporte.
«Muchos de los padres que maltratan a sus hijos fueron niños maltratados o aprendieron en su familia que el castigo físico era un método de enseñanza», añade Martínez en su libro, un texto que incluye los resultados de varias investigaciones realizadas con la participación del autor.
Por suerte, la violencia no siempre genera violencia. De acuerdo con la psiquiatra cubana María de la Concepción Galiano hay personas capaces «de salir fortalecidos de los agentes estresantes del medio que les toca vivir». Son, afirma, «resistentes al estrés».
De acuerdo con la experta, «se han identificado factores protectores individuales como las características de la personalidad, la autoestima y el locus de control interno, es decir, sentirse confiado de que los propios esfuerzos propiciarán los resultados que se desean».
Las vueltas que da la vida
Carlos aún no se explica cómo pudo darle un giro tan radical a su vida. Quizás fue el cariño bondadoso de sus abuelos paternos, o la influencia de aquel tío amante de la pesca submarina o, incluso, el padre severo que le daba la razón al maestro y se la quitaba a él.
Lo cierto es que aquellos tiempos en que armaba una bronca por cualquier motivo y andaba con los pandilleros del barrio, quedaron atrás para siempre. Se fueron borrando con el fin del preuniversitario, los estudios de técnico medio, las exigencias de su primer trabajo y el nacimiento de su hijo.
«Ya es un adolescente. A veces hace sus cosas, como todo joven de su edad, pero nada parecido a lo que yo fui. He hecho hasta lo imposible para que mi hijo tenga una vida diferente a la mía y creo que lo vamos logrando. Él en su casa, yo en la de mi madre, pero bien juntos».
Tiene una hermana, pero quien vive con la madre es él. Anciana, indefensa por su edad y su salud, Amelia sigue siendo dura de carácter. Carlos piensa que «nunca estuvo bien» y no espera que lo esté ahora. Ella es su madre y él está ahí para acompañarla en las noches de soledad. «Así es la vida, ¿no?»
Con los amigos suele hablar sin problemas de «lo que vivió y lo que fue». Así y todo, hay muchas cosas que no comparte, que sólo él y su madre conocen, que se quedan muy dentro y vuelven a su memoria en esos momentos de silencio, cuando quisiera tener la capacidad de no pensar: sólo mirar el mar.
La Habana, septiembre de 2006.-