Urge despojar los textos periodísticos del mito del amor romántico, ese que desde el “todo lo puede” o “todo lo aguanta” sostiene imaginarios que perpetúan la violencia machista, coincidieron periodistas y profesionales de la comunicación en el XIII Encuentro Internacional de Género y Comunicación “Isabel Moya Richard” in Memoriam., celebrado en La Habana del 31 de octubre al 2 de noviembre.
Para la colombiana Mónica Echevarría, junto a otras construcciones desde la lógica hegemónica de dominación patriarcal, es este mito recurrente en el tratamiento de la violencia de género en los medios de su país.
Así lo evidencia el estudio que llevara adelante junto a su colega Luis Ramiro Lenguizamo sobre el feminicidio de mujeres mayores de edad en la nación suramericana. A partir del monitoreo de los casos de feminicidio y tentativa de feminicidio publicados entre marzo y diciembre de 2017 en 20 periódicos nacionales y locales, analizaron la función que cumplen los medios en la construcción del relato sobre este tema.
La periodista refirió que luego de estudiar 1.011 casos publicados, la macroestructura textual que se esperaría encontrar en productos noticiosos sobre casos de feminicidio de mujeres mayores de edad distaba mucho de ser la del feminicidio tratado y analizado como problemática social, exponiendo sus causas y consecuencias.
Datos del estudio arrojan que, en 62 por ciento de los casos, el victimario resultó ser la pareja o expareja de la víctima y la motivación, según el medio, osciló entre abandono de la víctima al victimario (24,8 %) y los celos (23,8 %).
Los vocablos más usados en las publicaciones fueron, en mayor medida, la combinación de las palabras abandono, celos, amor e infidelidad, si bien en menor medida aparecían otras como crimen pasional y suicidio.
“Estamos en presencia de la supresión y selección de palabras que connotan significados muy distintos. Es lo que ocurre cuando llamamos al feminicidio crimen pasional; volvemos a enmarcar a esa mujer en el ámbito privado de madre, amante, hija, esposa, de la cual jamás se sabe su profesión. Se suprime, no es importante porque siempre se está relacionando el feminicidio con su relación de pareja y familiar”, apuntó la periodista.
Es frecuente el uso de la imagen de la mujer ligada al erotismo, la belleza y la maternidad. Titulares al estilo: «…un brasier que dejaba al descubierto los pechos firmes de una mujer y el rostro perdido en la profundidad de la muerte…» (HSBnoticias.com, 2016) o «Su marido le disparó en la cabeza… sin importarle los dos hijos que ella le dio» (HSB.noticias.com, 2017), evidencian ideas preconcebidas como la de ser madres antes que seres humanos, dijo.
De acuerdo con el estudio, 11 por ciento de los victimarios de la muestra, luego de cometer el feminicidio, trataron de suicidarse o lo hicieron. “Ello comienza a recrear otro tipo de estrategia de amor romántico en la prensa. Al estilo de Romeo y Julieta, nos morimos, y el victimario es perdonado porque su amor era tan grande que se quita la vida. Lastimosamente, los periódicos más consumidos siguen reproduciendo estos estereotipos”, apuntó la periodista colombiana.
“Si no rompemos con el mandato de masculinidad, esto va a seguir pasando, y ello significa que no podemos seguir enseñándole a los hombres que son menos hombres cuando una mujer termina la relación o cambia de pareja. A fin de cuenta, también ellos son víctimas de un orden patriarcal”, dijo.
“Es sumamente preocupante que muchos medios de comunicación están replicando la pedagogía de la crueldad de la violencia machista y le están dando la voz a los victimarios», expresó Echevarría, al referirse además a cómo los medios describen los detalles de los hechos.
Al respecto, la periodista cubana Ivet González consideró que si bien «es dañino mostrar de manera espectacular los feminicidios, también lo es y desprotege a las mujeres no hablar de ellos».
De la dimensión ética de la violencia simbólica en los medios habló Anayfer Milagros Murgar, a partir de un análisis de la programación informativa en Radio Jaruco, una emisora de la provincia de Mayabeque, a 54 kilómetros de La Habana.
Los materiales analizados le permitieron comprobar que se encasillan en los conceptos patriarcales del amor romántico entendido como “media naranja”, esa persona que solo está completa si tiene una pareja, dijo.
A su juicio, el periodista tiene un Código de Ética que respetar, y en el caso del que promueve la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) en su artículo 3, sentencia: “Debe informar con veracidad, precisión e inmediatez, y expresar oportunamente sus criterios, sin violar los derechos constitucionales de otras personas. Además, debe contribuir a promover los mejores valores nacionales, el conocimiento de las leyes y el perfeccionamiento de la sociedad socialista”.
“Cuando se descuida el correcto lenguaje y enfoque de género, cuando se cae en violencia simbólica, por omisión, exclusión, o cualquier tipo de discriminación, se quebranta no solo el Código de Ética de la UPEC, sino la Constitución de la República aprobada el pasado 24 de febrero”, insistió.
Romper imaginarios de la violencia
En el panel se presentaron además buenas prácticas en el periodismo y la comunicación de género, como las campañas de bien público “No es no”, implementada en municipios de la ciudad catalana de Barcelona y enfocada, entre otros objetivos, a prevenir las relaciones abusivas.
También la campaña cubana “Evoluciona”, coordinada por el Centro Oscar Arnulfo Romero y dirigida a las juventudes como grupo vulnerable ante la violencia, especialmente al segmento comprendido entre 18 y 24 años de edad.
Tras un año de aplicación, Evoluciona ya ofrece algunos resultados y no pocas resistencias. Entre las expresiones de estas últimas, la periodista Mayra García mencionó el uso del término feminazi, para ridiculizar y minimizar el impacto ideológico del feminismo y descalificar a aquellas mujeres que se declaren abiertamente feministas o son fervientes activistas por la igualdad de género.
También el cuestionamiento a la capacidad intelectual de las mujeres y la defensa de fuertes preceptos fundamentalistas, esto último muchas veces amparado por las tendencias religiosas más conservadoras, que amenazan derechos como el aborto y el matrimonio igualitario.
Son posturas de resistencia, asimismo, la revictimización de quienes han padecido la violencia de género, cuestionar constantemente la credibilidad de la víctima, sus posturas, vestimentas… y exigir pruebas contundentes sobre los hechos, dijo García.