El mundo vive situaciones de crisis agudas, a las que no escapa Cuba y con ella, sus poblaciones adolescentes. Estas personas jóvenes viven tiempos muy complejos; sus procesos de crecimiento avanzan con apoyo de diversos actores sociales, matizados por “pandemias”, crisis alimentarias y recrudecimiento de un bloqueo que se expresa en la vida cotidiana mediante carencias de todo tipo. Las crisis medio ambientales, las constantes amenazas bélicas mundiales, conforman lo que se ha llamado tiempos sindémicos, caracterizados por la confluencia de varias crisis y pandemias al mismo tiempo, en medio de las cuales sigue adelante la vida de todas las generaciones.

Esta situación agudiza las desigualdades sociales, por lo que además de la diversidad propia de la naturaleza humana, el paso por estas edades transcurre para unos y otras, de manera diferente. Esto tiene que ver con las situaciones socioeconómicas, sanitarias y culturales del medio donde transcurren esos procesos de crecimiento.

Ante estos escenarios, los seres humanos buscan una salida, también lo hacen personas adolescentes; en unos casos se sumergen en el mundo virtual, en otros esperan a que alguien los movilice para hacer algo y hay quienes duermen, despliegan su creatividad, desarrollan diferentes habilidades, tienen tiempo para explorar todo tipo de comportamiento: fumar, beber, oír música, bailar, leer, en fin, todo lo que les ocupe el tiempo en aislamiento.

Para las adolescentes que han iniciado su vida sexual tempranamente, e incluso que se inician en medio de la pandemia, estos tiempos aceleran la frecuencia de los encuentros con sus parejas y raramente se habla de protección anticonceptiva, pues el reconocido preservativo, como medio de autocuidado, forma parte de las carencias.

¿Qué hacer entonces si no hay condón? A mi juicio, una de las violencias sutiles de estos tiempos es la omisión de información. Es cierto que no hay condones, pero existen otros métodos que previenen el embarazo, como los dispositivos intrauterinos (DIU), con un nivel alto de efectividad, que están disponibles en la atención primaria de salud y no se solicitan. Habría que preguntarse qué papel juega la familia ante su hija adolescente con una vida sexual activa. En el caso de los varones, raras veces son cuestionados, por lo que se enfatiza más en la protección femenina, lo cual constituye “una desventaja y discriminación de género”.

Entrevistas semiestructuradas realizadas a un pequeño grupo de adolescentes que solicitaron el servicio de interrupción voluntaria del embarazo (IVE) y a sus acompañantes permitieron identificar algunas características comunes y brechas relacionadas con la calidad del acompañamiento familiar, en este caso la madre, hermana o tía (siempre una mujer):

Por lo general, se trata de muchachas que solo identifican a su mamá como fuente de información y, en menor medida, a la escuela.

Tienen una escolaridad de nivel medio, como corresponde a su edad, lo que significa que la escuela pudo dejar una huella en ellas en cuanto a educación sexual, ya que estamos en pandemia hace solo dos años.

La comunicación con sus madres es aparentemente fluida, pero en términos de información y trasmisión de valores y conocimientos relacionados con la anticoncepción es muy elemental: “¡tienes que protegerte!”.

No se trata el tema de la protección con profundidad, por lo que no hay un proceso de asimilación de ese conocimiento. Falta una respuesta consciente de autoprotección.

No existen otros actores ocupados en asegurarse de que estas muchachas, activas sexualmente, comprendan la importancia de protegerse, de contar con un método que les permita el disfrute sexual sin riesgo.

En el caso de una de las entrevistadas de 18 años y con antecedente de dos interrupciones de embarazo anteriores (a los 16 y a los 17 años), se confirmó que no funcionaron los consejos de la madre. La adolescente asegura que ahora sí se cuidará, pero ¿qué o quién lo puede garantizar?

De estas entrevistas también se concluye que muchas madres no cuentan con recursos eficaces para garantizar la protección de sus hijas adolescentes, sobre todo informativos. Ellas no saben cómo hacerlo mejor, no buscan ayuda especializada, ni el personal de salud conoce de esta situación. Falta trabajo comunitario, de trabajadores sociales, exploración de terreno del personal de salud y de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC).

Esta situación también manifiesta una violación al derecho de informar y educar a los más jóvenes, lo cual opera en el ámbito de las violencias sutiles, pues tiene que ver con que, si bien las madres creen cumplir con su papel educativo, solo las alertan, no logran ser eficientes, las hijas no interiorizan los mensajes dados por las madres y responden más a los intereses de la pareja y a estereotipos culturales patriarcales.

Si bien ninguna de las madres de las entrevistadas evadió la responsabilidad, tampoco en todos los casos la cumplieron con efectividad y no se manifiesta un cambio hacia la preocupación por protegerse. Igualmente, estas madres no se aseguran de que sus hijas conozcan el uso adecuado de las píldoras, ni las acompañan para que se les coloque un DIU, u otra variante anticonceptiva que resulte eficiente para ellas.

La mayoría de estas madres no ha podido evitar las relaciones sexuales tempranas de sus hijas y prefieren aceptarlas para no distanciarse de ellas. Incluso, en muchos casos, creen que las muchachas se protegen. 

La situación se agudiza, pues durante la pandemia la escuela no ofreció información sobre estos temas, debido a que las teleclases se centraron en los contenidos docentes más importantes y priorizados.

Por otra parte, si bien el personal de salud en la atención primaria debe de realizar el servicio solicitado, por lo general las supuestas charlas educativas se convierten en información para el procedimiento a seguir en el servicio de interrupción voluntaria del embarazo, no para evitar que se reitere la solicitud y se modifiquen las conductas de riesgo.

No brindar información ni educar a las adolescentes en cuestiones de salud sexual y reproductiva, por parte de los adultos q quienes les corresponden, es violar su derecho a ser informadas y educadas. De alguna manera ellas son víctimas. Aquí está la sutileza: ¿cómo garantizar que ese conocimiento se convierta en valor que movilice el comportamiento?

La violencia se reproduce sutilmente cuando se evaden los procesos educativos, cuando son deficientes, cuando no se comprueba la asimilación de prácticas seguras en la adolescencia, incluso en la infancia.

Cuba cuenta con una producción de anticonceptivos de calidad, al alcance de las poblaciones necesitadas, y esto no siempre lo conoce la población ni lo divulgan las entidades de salud responsables. Violencia sutil es la falta de divulgación de aquellos métodos con los que sí se puede contar.

En tiempos de pandemia, cuando lo más importante es alcanzar las condiciones sanitarias para seguir salvando vidas y lograr la menor contaminación, asegurando las medidas que garantizan la protección de todas y todos, la salud sexual y reproductiva sigue necesitando ser atendida y lo está, con los ajustes necesarios para ofrecer un servicio digno.

En tiempos de aislamiento, cuando el mayor contacto de las adolescentes es con sus familias, estas deben estar más atentas y preocupadas por sus hijas e hijos. Las relaciones sexuales, según declaran las muchachas, han sido deseadas en todos los casos, son conocidas por sus familias o estas imaginan que existen. La mayoría de los novios son mayores que ellas (más de tres años), están pasando el Servicio Militar Activo, son técnicos e incluso a veces ellas no saben en lo que trabajan.

Las “alertas”, en este caso, no solo deben ser anticonceptivas. La elección de la pareja forma parte de los tantos contenidos que deben ser objeto de intercambio familiar en general. Los riesgos de una relación temprana pueden estar relacionados con presiones, incomprensiones, falsas promesas, ambivalencia afectiva, miedo y una dinámica familiar frágil, en la que se omiten contenidos importantes en las conversaciones habituales.

La omisión de información, la evasión de educación, el cansancio y la expresión: “¡que haga lo que quiera!” generan situaciones de vulnerabilidad; constituyen violencias sutiles que repercuten en la salud de las adolescentes.

Las violencias de género y las violencias generacionales se entrecruzan y provocan situaciones complejas de desventaja para muchachas que, aunque cuentan con el apoyo de sus familias, no acceden a información de calidad, su educación es parcial, sin recursos eficientes para controlar sus impulsos, su cuerpo y encontrar los medios para garantizar su autocuidado.

Mientras no se ofrezca a la población adolescente servicios de calidad, que logren modificar su comportamiento espontáneo hacia conductas responsables, seguras y saludables, será preciso seguir reforzando la participación mancomunada de los actores sociales que conforman la red de apoyo en este tema.

Las adolescencias necesitan del acompañamiento adulto; evadir este compromiso las deja desprotegidas y, en el caso de las mujeres, requieren de recursos puntuales para garantizar una salud sexual y reproductiva plena. La salud integral de estas muchachas se logra con el accionar multisectorial y multidisciplinario de quienes comparten este empeño. La familia sola no puede lograr los resultados necesarios, es preciso reforzar el acceso al conocimiento, a los medios y recursos efectivos del proceso educativo.

En esta situación, los varones también son víctimas de violencia porque se les priva del derecho a decidir, por ejemplo, ante la continuidad o no de un embarazo. Entonces, deben ser más activos en la prevención de su comportamiento sexual con su pareja.

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