Berta Cáceres, un río de muchos afluentes

Cuentan que frente al mar que baña La Habana, Berta Cáceres invocaba al río. Afirman que, como las aguas del Gualcarque, ella dejó en la isla un torrente de muchos afluentes.

Sus luchas ambientalistas y en defensa de los pueblos indígenas en Honduras le ganaron el sobrenombre de guardiana de los ríos. Enfrentarse al extractivismo puso a la ambientalista en el centro de mira de los poderes trasnacionales y, desde su asesinato en 2016, pasó a ser considerada una de las ancestras del pueblo lenca.

A cinco años de aquella injusticia, que continúa impune, organizaciones cubanas desplegaron en las redes sociales digitales una jornada de rememoración que incluyó mensajes, recuerdos, análisis sobre su liderazgo político y experiencias de feminismos populares.

Del 26 de febrero al 3 de marzo, las redes del Centro Memorial Martín Luther King Jr. (CMMLK) protagonizaron el homenaje en sus perfiles de Facebook y Telegram, al cual se sumó la Red Feminista Berta Cáceres que articula el Grupo América Latina, Filosofía Social y Axiología (Galfisa) y otras organizaciones cubanas.
«Qué mejor recuerdo que compartirnos, en este 2021 de pandemia y capitalismo globalizado, su palabra», dijo Jesús Figueredo en Facebook.

Quienes la conocieron en Cuba definen la apuesta de la líder indígena como una política desde abajo, popular, llena de fuerza y radicalmente inclusiva.
«Sin grandes dramas, su concepción era real y profundamente antisistémica. No se puede defender al río si no estás contra un modelo de recolonización y desposesión que es intrínseco al capitalismo», afirma a SEMlac la educadora popular Llanisca Lugo.

«Ella no tenía problemas con eso. Iba hasta el final de lo que significaba la causa y no por eso la amedrentaba el hecho de que la gente le creyera reivindicativa o la menospreciara a veces desde instrumentos supuestamente más sólidos», agrega.

Estos principios gestaron una práctica política que denunciaba las consecuencias y conexiones del capitalismo, el colonialismo y el patriarcado. Una integralidad que no suele ser frecuente en distintos liderazgos y organizaciones de izquierda.

Desde esa concepción, Berta se convirtió en un referente político. Convocar a las mujeres en los territorios y asumir una postura feminista trajo retos e incomprensiones, pero su propia militancia demostró que la práctica revolucionaria y de izquierda puede alcanzar ese nivel.

«De ella aprendí que la lucha es contra esos frentes a la vez o no es ninguna», afirma la educadora popular Carla López.

Cáceres propuso cambiar otros paradigmas. Ponía cuerpo, vida y espíritu en la movilización; apuestas que escapan de la formalidad de los discursos y conectan lo político con lo místico.

Esa comprensión de la cultura y las raíces de los pueblos le ayudó en la construcción de un movimiento social popular cristalizado en el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH).

Cáceres comprendía también la importancia de la diversidad en la construcción de lo político y sus retos en un contexto adverso y de persecución constante, como es Honduras.

«Siempre decía que la construcción de la unidad en el movimiento social popular pasaba por encontrarse más allá y desde las diferencias. Creía que esas diferencias debían asumirse como fortalezas para la construcción de lo político y que en esto jugaba un papel fundamental un liderazgo desde la humildad y la sensibilidad. En eso fue un ejemplo», agrega Georgina Alfonso, de Galfisa.
No es de extrañar, entonces, que entre sus pilares de lucha el COPINH haya establecido el anticapitalismo, el antipatriarcado y el antirracismo.

«El poder no debe ser el fin, es una propuesta de vida para un mundo más justo, más humano. La construcción de poder desde abajo, hacia la izquierda, comunitario, es lo que nos puede encaminar hacia ese mundo mejor», dijo Berta en uno de los Talleres sobre Paradigmas Emancipatorios celebrados en La Habana y a los que nunca dejó de asistir desde 2007 hasta su muerte.

Esta frase y otras de sus intervenciones en los talleres fueron organizadas en una especie de entrevista que la investigadora feminista Yaima Elena Rodríguez Aloma publicó en la página en Facebook del Instituto de Filosofía del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente.

Sembrando vida y cambio

«Ella hablaba con una hondura y una serenidad en la voz que le venían del pecho, una cosa impresionante», rememora Lugo, coordinadora de solidaridad del CMMLK.

Personas cercanas coinciden en que el suyo era un carácter forjado desde la suavidad y la fuerza, desde la bondad y la rectitud, desde la alegría y el disfrute. Sabía los peligros que corría, podía refugiarse y abandonar la lucha, pero ese no era su camino.

Para «cargar las pilas» venía a Cuba, un vínculo estrecho desde los años 90. Las personas entrevistadas para este reportaje reconocen que su estancia en la isla caribeña era un tiempo de alianzas regionales sin amenazas de muerte, de descanso y abrazos de fe.

«No tenía miedos y amó a Cuba siempre, amó la Revolución. Eso es una verdad. Le escuché decir que aquí encontraba una serenidad que también le hacía falta. Nosotras estamos acostumbradas a defender las ideas, tener nuestras batallas aquí, pero otra cosa distinta es estar en peligro de morir cada día y que eso puede ocurrir con total impunidad, como lamentablemente le ocurrió», reflexiona Lugo.

¿Y qué semillas dejó la líder indígena por su paso en la nación caribeña? Para Lugo, Cuba encontró en ella a una mujer que no tenía límites para entregarse a la gente, síntesis orgánica de muchas luchas que aún, en el contexto nacional, no es frecuente encontrar juntas.

«Berta era un ejemplo, un testimonio que nos inspiraba mucho a no caer en caminos dogmáticos, a no creer en la política que se instaura desde arriba, a refundar poder popular desde abajo con la gente, en las bases, a no separar luchas importantes de luchas menos importantes», opina.

Ese ejemplo e impulso se combinó con dolor a partir del 3 de marzo de 2016. Llamadas desde Honduras y reportes de medios internacionales trajeron al país la noticia de que habían entrado a su casa y la habían asesinado a balazos en medio de la noche. Tenía 44 años.

Le sobreviven su madre y sus hijos: Salvador, Berta, Laura y Olivia, quienes crecieron entre marchas, trabajo en las comunidades y el amor a la cultura lenca.
«Ella fue inmensa en su compromiso, inmensa en su humildad y sencillez, tremenda en su solidaridad; no siempre los revolucionarios alcanzan esa estatura. Parece que le es más dado a las revolucionarias», afirma Joel Suárez, coordinador General del CMMLK, en un video.

Por su parte, Alfonso recuerda que fueron sus hijas quienes le dijeron: «mamá, están diciendo por la TV que mataron a tu amiga». No entendía aquellas palabras y del desconcierto pasó al dolor, un dolor que se ha repetido otras veces, pues la noticia de asesinatos de líderes sociales ha seguido llegando a La Habana.
Según un informe de la organización Global Witness, en 2018 más de la mitad de los asesinatos a activistas ambientales se reportaron en América Latina.

El Instituto de estudios para el desarrollo y la paz en Colombia reporta más de 300 líderes sociales asesinados en ese país, solo en 2020.

Para Alfonso, feminista y directora del Instituto de Filosofía, esta realidad no debe ser ajena a quienes luchan por la justicia social en Cuba.

«Ninguna lucha de mujeres en el mundo nos puede resultar ajena y tampoco nos podemos ir con el cuento de que desde una cómoda disidencia se hace revolución. Las revoluciones son desgarradoras y cuestan la vida; pero cuando decimos que cuesta la vida, es porque para hacer revolución hay que hacer vida y saber vivir desde la solidaridad, desde el acompañamiento, desde la fraternidad y la sororidad. Esa es una de las cosas que aprendí siendo compañera y amiga de Berta», afirma conmovida la feminista cubana.

Inspiradas por Berta, en 2016 un grupo de feministas de la Red Ética y Política desde el Movimiento de Mujeres en Cuba, que articula Galfisa, decidieron cambiar el nombre de la red por el de la líder latinoamericana; desde entonces colectivos y activistas de la región se han ido sumando a la iniciativa y sus espacios en las redes sociales.

«Cuando una es mujer y desde ser mujer se propone un liderazgo revolucionario, la vida se le hace muy difícil en muchos sentidos. Pero cuando sabes que no estás sola, que existen muchas mujeres que se acompañan o se apoyan; no es que la muerte tenga sentido –la muerte nunca vale–, pero una se queda viviendo para siempre. Y eso es lo que ha pasado con Berta», afirma Alfonso.

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