La Habana, febrero (SEMlac).- Incluir mujeres en las universidades, incluso en puestos clave de toma de decisiones, no garantiza que se desmonten las estructuras de poder patriarcales, aseguran más de una veintena de feministas de diversos países que asistieron a un encuentro el 20 de febrero, en La Habana.
¿En qué consiste un proyecto de despatriarcalización para un espacio académico o una universidad? ¿Cómo trazar una ruta para conseguirlo? En busca de respuestas, el conversatorio “Hablemos sobre despatriarcalización”, convocado por la articulación feminista Juntémonos, en el Instituto de Cibernética, Matemática y Física (Icimaf), reunió a profesionales de las ciencias sociales, naturales y exactas de Cuba, México, Ecuador, Argentina, Uruguay y Perú, entre otras naciones de la región.
“El feminismo en ciertos ámbitos académicos ya es políticamente correcto y para ello ha vivido un proceso de asimilación y despolitización, que borra e invisibiliza el problema. ¿De qué sirve que haya una directora, si la estructura de la universidad es profundamente autoritaria, poco participativa?”, se cuestiona la socióloga Selene Aldana, profesora de la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam).
“Despatriarcalizar va más allá de la inclusión de las mujeres. En las ciencias sociales, por ejemplo, hay una feminización de la matrícula y los claustros, pero incluir mujeres sin cambiar las estructuras no es el camino”, insiste.
Para muchas de estas especialistas se trata de ir hacia un cuestionamiento del orden jerárquico patriarcal, pero también colonial y racista, además de atender todas las múltiples violencias que pueden ocurrir en el escenario académico.
Tenemos salir de esa primera comprensión del patriarcado y entender que es un heteropatriarcado, lo que implica que también debemos revisarnos las mujeres, opina la también socióloga peruana Alejandra Santillana, investigadora del Instituto de Estudios Ecuatorianos de Quito, donde reside desde hace años.
“Tenemos casos de profesoras que llegan a ser primeras figuras en espacios académicos y desempeñan sus cargos desde una lógica masculina muy cruel”, ejemplificó.
El debate apuntó, igualmente, a la necesidad de buscar mecanismos comunitarios de gestión de la vida y de los procesos docentes y de aprendizaje, que igualmente son muy verticales. Y a revisar “nuestras maneras de ser feministas”.
A juicio de la socióloga y antropóloga Margara Millán, también de la UNAM, debemos preguntarnos qué feminismo necesitamos hoy y para qué.
La investigadora literaria cubana Zaida Capote, del Instituto de Literatura y Lingüística, coincidió con la experta mexicana. “Siempre me preocupo porque hablamos de cosas que hemos hecho, que debemos hacer o que queremos hacer, pero muchas veces vence la jerarquía del abuso. ¿Cómo gestionar eso?”, indagó Capote.
“Tenemos que revisarnos todo el tiempo para estar permanentemente movilizadas. No se puede ser feministas y no ser solidarias, por ejemplo. Una cosa es verbalizar tu condición feminista y otra cosa bien diferente es ejercerla” agregó.
A Laura Azor, una joven profesora de Biología de la Universidad de La Habana, le preocupa cómo introducir relaciones más democráticas y horizontales en un contexto donde el estudiantado está desmotivado, comparte el estudio con el trabajo para poder vivir y muchas veces está más interesado en tener el título que en aprender realmente.
En ese escenario, compartido por muchos países de la región, otra profesora de la Unam, Esperanza Basurto, aboga por construir las aulas de otras maneras: “respetándonos, escuchándonos, creando y transformando”.
Basurto, Aldana y Millán trabajaron juntas durante las llamadas tomas feministas que se sucedieron entre 2019 y 2020 en la Unam, cuando grupos de estudiantes, cansadas de las múltiples violencias cotidianas que vivían, tomaron las facultades durante meses.
Las tres se hicieron amigas mientras apoyaban a las universitarias en paro y actualmente forman parte del grupo de trabajo de Universidades y despatriarcalización, del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso).
En este espacio discuten “los alcances de este movimiento universitario de mujeres, que se proponen transformar no sólo el espacio, sino también el sentido de la Universidad, poniendo en cuestión el carácter autoritario, patriarcal, androcéntrico y racista de la institución”, según precisa Clacso.
Como lecciones de las tomas de la Unam, contaron que han puesto en práctica herramientas de las epistemologías, pedagogías y éticas feministas, decoloniales, anticapitalistas y populares.
“Le damos reconocimiento a fuentes de conocimiento orales y artísticas, como la música, la poesía, la literatura, el cine y la danza. La poesía y la música han estado diariamente presentes, abriendo y/o cerrando cada clase. También hemos aprendido a escucharnos”, explicó Basurto.
Para ellas hay asuntos centrales: cuestionar las figuras clásicas de lo masculino que parecen intocables y problematizarlas desde la mirada feminista. Eso implica también hacer una historia desde las mujeres, citar a autoras femeninas, a las amigas, aunque no necesariamente tengan reconocimiento académico. Compartir clases, cátedras, ayudar a que el prestigio se democratice.
Pero también se necesita construir redes que brinden apoyos concretos, abrir debates en relación con las denuncias de acoso de las estudiantes y tratar de construir una justicia feminista que eduque y sea menos punitiva.
Hay que organizarse teniendo en cuenta también a esas trabajadoras administrativas de las universidades que no son parte ni de los claustros, ni del estudiantado y “se quedan fuera de nuestras alianzas”, apuntó Santillana
“Necesitamos también que el movimiento feminista de afuera esté siempre interpelando a la academia. Hay que abrir la puerta, permitir ese debate”, reclamó.