Crítica y memoria feminista, una tradición viva

En Cuba, los feminismos tienen una tradición crítica centenaria en la cultura y la academia, que trasciende los marcos intelectuales para incidir en el cambio social. Zaida Capote Cruz forma parte de ese cuerpo nacional complejo, que actualmente se diversifica. Esta reconocida ensayista cubana resalta los espacios de análisis y libertad promovidos por la crítica literaria feminista en la nación del Caribe, a la vez que cree en la articulación de distintas voces en función de una agenda feminista nacional. Su obra y vida política están atravesadas por una militancia feminista mantenida por más de 20 años.

La crítica literaria feminista ha sido el espacio fundamental desde el cual has construido tu obra. ¿Por qué apostar por ella? ¿Cuánto crees se ha avanzado en el reconocimiento de este enfoque en el país y, específicamente, en la mirada hacia la literatura hecha por mujeres?

Lo que he tratado de instalar en la discusión sobre literatura en Cuba, junto con otras muchas compañeras, es la atención a las condiciones de creación y circulación de esa escritura de mujeres, su relación con el canon, la crítica y la enseñanza de la literatura, entre otros aspectos.

A partir de ahí, me he dedicado a la crítica feminista como un modo de rescatar el cauce subterráneo (a veces visible, otras no) de una escritura, o más bien de una narrativa, que no ha gozado de la misma difusión y atención crítica que la de los escritores.

Cuando empecé a escribir, a comienzos de los noventa, apenas se hablaba en esos términos, salvo en los textos de algunas pocas adelantadas. Entonces cada declaración parecía una batalla, la creación de las mujeres era una ausencia (una carencia, como hizo constar Luisa Campuzano en aquel texto ya clásico de 1984), sobre todo en la narrativa, pues la poesía siempre se ha reconocido como género más afín a las mujeres.

Durante la década anterior, hubo acercamientos específicos: Nara Araujo había comentado textos de Viajeras al Caribe (1983), Olga Fernández había publicado la antología Las mujeres y el sentido del humor (1986) y Susana Montero había estudiado La narrativa femenina entre 1923 y 1958 (1987). Poco a poco, fue armándose la necesaria genealogía que establecía un curso propio, el hallazgo de una voz –o de un conjunto de voces– en un contexto patriarcal, la búsqueda de reconocimiento en la labor previa. En eso fue decisiva la antología Estatuas de sal (1996), de Mirta Yáñez y Marilyn Bobes.

Nuestro trabajo puso en solfa la crítica literaria centrada solo en voces masculinas, que relegaba la creación de las mujeres a un plano menor, siempre insuficiente en relación con su contexto, y contribuyó a diversificar las lecturas circulantes acerca de nuestra tradición, tanto como de la creación contemporánea.

Hoy es habitual pensar en las escritoras cuando se trata de armar un balance, sus obras circulan con mucho más énfasis público, mejor divulgación, se reconocen unas en otras y en antecesoras comunes. Todas son ganancias no solo del trabajo de cada una para establecer una obra significativa, sino de la posibilidad de reconocerse en sus iguales, de haber recibido atención de una crítica comprometida que las puso a circular en igualdad de condiciones que a sus compañeros de generación y trazó una genealogía a la que adscribirse.

Esa crítica feminista generó espacios de libertad en la creación, al proveer lecturas cada vez más atentas y, por ende, una mayor capacidad para escuchar esas voces. Y las autoras se fueron reconociendo como iguales en encuentros y antologías. Había una crítica para apoyar sus búsquedas, sin prejuicios. Eso innegablemente influyó en la calidad de la escritura de las autoras cubanas, en su arraigo en una tradición con conocimiento de causa, en su exploración de formas nuevas y arriesgadas, en una mayor libertad de creación.

El feminismo académico ha sido fundamental para preservar y mantener la tradición feminista cubana, que data de más de un siglo. ¿Cuáles crees que son sus aportes y limitaciones entre nosotras?

A mí me parece que las clasificaciones recortan la experiencia feminista, pues nadie permanece encerrada en un ámbito específico. Hay una tradición, claro. Pensemos por ejemplo en Camila Henríquez Ureña, su labor en el Lyceum, su producción de textos fundamentales para pensar, como intelectual feminista, la condición de la mujer. También acudía a la cárcel de Guanabacoa, participaba en las discusiones públicas, ejercía su capacidad intelectual para el mejoramiento social.

En el espacio académico empezó a divulgarse el pensamiento y la práctica histórica feministas, se estimuló el interés en la exploración de las condiciones de vida y creación de las mujeres, en la indagación de las diferencias y desigualdades, en la visibilización de una experiencia específica.

Sin la divulgación de esas ideas y perspectivas de análisis de la realidad íntima y social, la acción feminista no hubiera sido posible. El pensamiento feminista ha revelado modos de opresión en la vida cotidiana y ha contribuido a crear espacios y estrategias de resistencia, cuestionando los lugares comunes de la feminidad, de las relaciones sexuales, laborales, de la contribución histórica de las mujeres. Sin esa teoría, la práctica no sería la misma.

Cuando participamos en espacios de activismo público, junto a compañeras provenientes de otros ámbitos, seguimos creando redes y reconociéndonos unas en otras, para abarcar más espacios de experiencia y acción. En el espacio académico e intelectual comenzaron las discusiones que trajeron de vuelta el feminismo al ámbito de la discusión pública, en medio de la comprobación de la tenaz persistencia del patriarcado en la sociedad socialista.

Dadas las condiciones de Cuba, es difícil constituir asociaciones y llevar a cabo proyectos sin la mediación de instituciones u ONGs, así que durante mucho tiempo intenté explicarme mi propia actividad pública como una especie de guerrilla.

Coincidimos en espacios diversos con otras feministas y tomamos decisiones colectivas o llevamos a cabo una acción específica, pero al final terminamos separándonos y volviendo cada una a su espacio cotidiano. Eso, que puede parecer una debilidad, durante mucho tiempo se me antojó una fortaleza. La movilidad te hace menos vulnerable, más libre, más eficaz. Y las alianzas no tienen por qué ser eternas. Debemos facilitar espacios de encuentro para llevar adelante iniciativas específicas y propiciar la colaboración entre colectivos ya afianzados.

Sin embargo, necesitamos acciones colectivas y visibles que puedan llevarnos a decisiones inaplazables en temas urgentes. Y eso nos falta. La mayor limitación que tenemos es la de no reconocernos en nuestras semejantes. A menudo se impone la negativa de las instituciones y estructuras gubernamentales a reconocer el papel desempeñado por el activismo en el avance de la discusión sobre problemas específicos.

Al gobierno cubano le cuesta mucho reconocer que la llamada “sociedad civil” ha sido parte de la discusión y la búsqueda de soluciones a ciertos problemas y cuando llega a tomar una medida específica, suele aclarar que nadie influyó en esa decisión, como si le avergonzara escuchar a quienes deberían ser sus aliados naturales: la gente. Es una actitud un poco infantil, la verdad, y agotadora. Todas sabemos cuánto hemos podido influir en la discusión pública de ciertos temas y en el avance legislativo y de acciones sociales que pueda venir. Pero no hay que cansarse.

En las primeras décadas del siglo XXI hemos visto una diversificación y auge de colectivos, proyectos y, de manera general, del activismo feminista. Teniendo en cuenta la importancia de concertar una agenda común para avanzar, ¿qué problemáticas y puntos claves aportarías?

Para mí, lo primero es promover un debate público amplio sobre la condición de la mujer (y sobre otros muchos temas, claro está), sobre los retrocesos que la crisis de los noventa trajo consigo al interior de la familia y en la escuela, en la educación que se iba construyendo para una sociedad más justa, en los servicios públicos que contribuían a equilibrar los medios de reproducción de la fuerza de trabajo.

También acerca de temas específicos de salud pública, como el aborto; o sobre la diseminación de una ideología conservadora sobre el lugar de la mujer en la familia y la sociedad; las representaciones sexistas en el arte, con la cosificación del cuerpo femenino como trofeo; o sobre la legalización del matrimonio igualitario. Sería interminable. Y hay una reticencia muy profunda a tener esa discusión pública, permanente y abierta, ineludible para identificar los problemas más serios de nuestra sociedad, como las agresiones sexistas, el empobrecimiento y el regreso de muchas mujeres a lo doméstico en régimen casi de servidumbre, la discriminación racial, la atención específica en salud, las claves para un envejecimiento saludable, etc.

Lo fundamental sería crear redes amplias y llevar a cabo encuentros solidarios, de manera que todas participemos, nos conozcamos mejor y nos apoyemos en acuerdos colectivos.

En 2020 recibiste el Premio Alejo Carpentier de ensayo por el libro Tribulaciones de España en América. Tres episodios de historia y ficción. En las palabras del jurado se reconocen los aportes de la investigación a preguntas como “¿Qué heredamos? ¿Por qué somos como somos? ¿Cómo juzgar el derecho a la voz? ¿Quién y cómo ha contado nuestra historia?”.

Para la Cuba de hoy y las complejidades que vive, qué valor tiene la memoria; mirar de manera crítica –y feminista— nuestra historia.

La historia nos permite conjeturar el origen de ciertas actitudes colectivas y gestos compartidos, de algunos prejuicios. Volver a la historia puede alimentarnos. Cuando, desde el presente, revisamos las voces confluyentes en un momento dado, o en su devenir, y comprobamos la diversidad, las discusiones, la pelea por la interpretación, entonces queda claro que siempre hay algo más que el registro objetivo de un hecho específico.

Asumir esa historia desde una perspectiva crítica y feminista permite dudar de discursos afianzados, buscar la raíz de las interpretaciones previas, interrogar el destino de las mujeres donde antes apenas eran visibles y traer al presente sus ideas, prácticas vitales, producción cultural, estrategias de lucha. Es una vía para recoger esa experiencia previa, interpretarla y aprender de ella.

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