De los rechazos cotidianos que experimenta una mujer lesbiana y ex reclusa hasta una cruda, pero auténtica escena de violación dentro del matrimonio, pasando por otras violencias, el desarraigo de la migración interna, la corrupción, el alcoholismo y no pocos comportamientos marginales resulta el abanico temático que ha acaparado la atención –para bien y para mal- de la teleaudiencia cubana que sigue Bajo el mismo sol.
Con guión del escritor radial Freddy Domínguez (La cara oculta de la luna), la última propuesta del espacio estelar dedicado a las telenovelas, las noches alternas del canal Cubavisión, han estado divididas en tres temporadas: Casa de cristal, La soledad y El desarraigo (actualmente en el aire). Esto ha puesto a consideración del público una batería no solo de problemáticas, sino también de personajes –sobre todo femeninos- nada convencionales.
Con más opiniones positivas por parte de la crítica especializada que sus predecesoras, Bajo el mismo sol, sin embargo, también ha estado en el mismísimo ojo del huracán del debate público.
Mientras la aguda mirada de un especialista como Joel del Río le reconoce una «mayor hondura y capacidad inclusiva a la hora de imbricar las facetas públicas y privadas de los personajes», y felicita por un atinado guión, convincentes actuaciones y buena dirección de actores, otros críticos la aplauden por ser más creíble y apartarse del excesivo didactismo que marcó a intentos anteriores.
Públicos diversos, sin embargo, la han atacado por ser, en ocasiones, «demasiado cruda». Pero en este sentido, un cambio cualitativo salta a la vista: si frente a propuestas como La cara oculta de la luna o Aquí estamos no pocos espectadores se cuestionaron el hecho de que se llevaran temáticas como las relaciones homo y bisexuales, por solo citar un ejemplo, a la pantalla, hoy ya no se están cuestionando el qué, sino el cómo.
Si en algo coinciden públicos, científicos sociales y crítica es en el hecho de que estos productos audiovisuales han tenido el valor de despertar polémicas durante muchos años ausentes del medio. Y como reza el proverbio chino, el primero es el paso más largo. Al ser la TV un espacio de impresionante impacto social, a la vez que se empiezan a tocar los temas la agenda se instaura, pero también se abre y complejiza. Comienzan a aparecer entonces otras demandas, otras exigencias.
«La televisión está cambiando», comentó hace unos años el doctor Julio César González, historiador, antropólogo y coordinador de la Red Iberoamericana de Masculinidades.
«Últimamente está mucho más metida en temas complicados y eso, a veces, molesta a la gente. Cuando algo en la televisión se parece mucho a la vida la gente suele molestarse porque, inconscientemente, quieren escapar de los problemas cotidianos».
Si además se trata de telenovelas la polémica crece y se calienta. Criticadas hasta el cansancio y seguidas por miles de televidentes ellas suelen desatar pasiones furibundas, nombrar gripes y hasta modalidades del trabajo por cuenta propia. A menudo cuestionadas por ser demasiado light o lacrimosas, polemistas diversos se preguntan si son el espacio indicado para visualizar temáticas complejas de la realidad social.
Ante la duda, Del Río, por ejemplo, se decanta por desmarcar del género una propuesta como Bajo el mismo sol: «Telenovela, lo que se dice telenovela, no es ni le hace falta serlo», aseveró en las páginas del diario Juventud Rebelde.
Pero telenovela o serie, al final lo más llamativo de estas recientes ofertas audiovisuales es el interés que despiertan, sobre todo si se tiene en cuenta que está probado que los debates públicos en los medios de difusión masiva resultan imprescindibles para que una sociedad se reconozca y pueda comprender cuáles son sus problemas.
Cuando los teléfonos se caen porque la gente llama para aplaudir o para quejarse, lo más importante es que algo se está moviendo. No por gusto expertos de signo diverso afirman que el primer paso para enfrentar asuntos como el respeto a la diversidad sexual o la violencia de género es hacerlos visibles y mostrar los contextos y particularidades que los sigan.
Para la realizadora de televisión Magda González Grau, quien dirigió durante mucho tiempo la división de Dramatizados del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), vale la audacia a la hora de producir materiales sobre temáticas «duras», aún «a riesgo de equivocarnos». En su opinión, telenovela que se debate es ganancia neta pues ha puesto a pensar, a reflexionar.
Camino con vallas
Amén de la razón que puedan tener polemistas, seguidores y detractores de Bajo el mismo sol en particular y de las telenovelas en particular, un hecho se hace evidente: las problemáticas en este tipo de dramatizados cubanos han cambiado, en la misma medida en que se ha transformado durante las últimas décadas la realidad social de esta isla.
Desde la antológica El derecho de nacer, de Félix B. Cañet ha llovido mucho. El amor prohibido entre el señorito y la sirvienta, el llanto por la virginidad perdida o el desamparo de una mujer abandonada pierden sustancia en un contexto en que las damas han conquistado papeles protagónicos en el escenario social.
Ya existían antecedentes: durante las décadas de los años 70 y 80 del siglo pasado, realizadoras como Maité Vera y Xiomara Blanco habían tratado de llevar conflictos de género a la pequeña pantalla.
Pero en el caso de las novelas de Vera, dos elementos, entre otros, se conjugaron para minimizar su impacto: un excesivo didactismo en muchos de los guiones y el planteamiento recurrente de situaciones para las que aún la sociedad cubana de entonces quizás no estaba preparada, como las parejas interraciales.
En las ofertas de los últimos años una mirada atenta puede descubrir bajo las tramas evidentes, conductoras de la historia, una más general, más abarcadora.
Más allá de conflictos sociales como el machismo, el alcoholismo, las infecciones de transmisión sexual, la diversidad sexual, la violencia y las adicciones, miradas escudriñadoras pueden descubrir que la telenovela contemporánea cubana está intentando contar también cómo se construyen el machismo y la subordinación femenina en la sociedad, desde los espacios escolares, hogareños o de diversión, aunque este empeño resulte mejor o peor logrado, según la obra de que se trate.
«El género telenovela ha ido asumiendo, según los contextos, la realidad más inmediata y metamorfoseándola a los cánones del género», asevera la doctora Isabel Moya, experta en el análisis de los nexos entre las teorías de género y de comunicación.
Y lo más interesante es que ha logrado impactos evidentes. La cara oculta de la luna, por ejemplo, transmitida en el año 2006 y popularmente llamada «la novela del sida», hiló cinco historias diferentes de personas seropositivas al virus de inmunodeficiencia humana (VIH, causante del sida) y concretó un anhelo no siempre alcanzado por los medios de comunicación: según investigaciones posteriores, tras su puesta, unas 22 mil personas más que lo habitual acudieron espontáneamente a realizarse las pruebas del VIH en la isla.
Un impacto de 4 mil 256 llamadas contabilizadas en la línea telefónica confidencial LineAyuda, del Centro Nacional de Prevención de ITS/VIH/sida, y unos 750 correos electrónicos recibidos, además de índices récord de teleaudicencia, confirmaron que la teleserie no pasó inadvertida para la reflexión del público cubano.
Otras series como Historias de fuego, Oh La Habana, o Aquí estamos, son apenas algunos ejemplos de ese camino ya recorrido en que la telenovela se ha alejado del melodrama para instalarse de lleno en un espacio de transformación social, aunque a veces peque de parlamentos regañones, charlas sancionadoras y dedos levantados sobre el pobre televidente.
En pocas palabras, hemos asistido a una suerte de prueba y error en las propuestas de estos dramatizados, pero sin dudas lo más valioso de ese proceso, coincido con Gonzáles Grau, ha sido que no pasó inadvertido.
Estas producciones han tenido la virtud o la valentía de proponer otros perfiles de hombres y mujeres, con matices, y cada vez más lejos de la versión contemporánea de la Cenicienta y el príncipe encantado que pueblan la mayoría de las telenovelas mexicanas, colombianas o al estilo Univisión y Tele Mundo, de las cuales no nos hemos librado, pues siguen capitaneando las propuestas de los vendedores ambulantes de discos y agotan las reservas de no pocos bolsillos.
Otra razón para aplaudir las propuestas que han pasado por nuestras pantallas, quizás incompletas aún, es cierto, pero con una indiscutible utilidad: están ayudando a posicionar otros modelos.
Para Moya, por su parte, el desafío es utilizar los dramatizados televisivos con toda su capacidad de convocatoria de audiencia, con su sentido lúdico, con sus potencialidades para debatir sobre nuestra realidad, problematizarla y reflexionar sobre posibles caminos nuevos «para que los viejos conceptos discriminatorios renazcan envueltos en ropajes de modernidad».