Más huracanes, ¿otro lado feo del cambio climático?

Yaremis Orta vive en una pequeña loma, cercana al poblado de San Diego de los Baños, en Pinar del Río, unos 80 kilómetros al oeste de La Habana. Hoy tiene una casa nueva, de tablas de palma. La vieja se la llevaron los vientos de Gustav, uno de los huracanes que hicieron estragos en Cuba, en 2008.

Ante el paso del ciclón, a finales de agosto pasado, Yaremis y sus tres niños fueron evacuados al balneario del poblado, de unos 7.000 habitantes, en la más occidental provincia cubana. Su esposo, Raciel Rodríguez, permaneció cerca de la vivienda, guarecido en la «vara en tierra», una construcción rústica, con techo de ramas de palma, a dos aguas, anclado directamente en el piso.

Su vieja casa fue una de las miles arrasadas en Cuba, el año pasado, cuando pasaron tres huracanes que provocaron pérdidas económicas valoradas en más de 10.000 millones de dólares por daños en infraestructura, redes eléctricas, comunicaciones y en la agricultura.

Mientras levantaban la nueva casa, vivieron en el antiguo cuarto trasero que servía de cocina. Allí se acomodaron, aunque todo era estrecho, y la vida siguió su curso. Puede decirse que Yaremis y su familia tuvieron suerte: se acogieron a un proyecto que empleó la madera de las palmas derribadas por los meteoros que azotaron esa región occidental, la más visitada por este tipo de fenómeno.

Según los reportes del Instituto de Meteorología, de 1900 a la fecha han azotado Pinar del Río cerca de 150 organismos tropicales, la mayoría de ellos en los meses de agosto, septiembre y octubre.

Gustav e Ike, los más recientes, barrieron con cerca de 100.000 hogares, escuelas, consultorios médicos, la infraestructura económica y los cultivos tradicionales de la zona, entre otros perjuicios.

Las viviendas del nuevo asentamiento, que acoge a quienes perdieron su casa y –luego de poner todo en una balanza– decidieron dejar la loma, incluyen un baño de bloques con techo de hormigón, que en caso de huracán puede servir de refugio para las pertenencias más importantes, lo que evitaría pérdidas para las familias, explica la arquitecta Tania Núñez.

Todavía hoy, cientos de personas esperan que sus viviendas destruidas total o parcialmente sean construidas, lo que pudiera demorar indefinidamente debido a la contracción en la construcción, a raíz de la crisis global, que cada día toca más fuerte a la isla de 11,2 millones de habitantes.

Aunque los especialistas no se ponen aún de acuerdo, en el futuro las consecuencias del cambio climático podrían hacerse cada vez más frecuentes.

En los últimos años, las temporadas ciclónicas han sido muy activas, como consecuencia también del cambio climático, que provoca el calentamiento de los mares.

«Es una realidad que la actividad ciclónica en la cuenca atlántica no sólo se ha incrementado en número, sino también en la intensidad que alcanzan los huracanes», explica la meteoróloga Maritza Ballester, del Centro de Pronósticos del Instituto de Meteorología.

Cuba, incluida en dicha cuenca, no ha escapado a ese incremento. En el presente siglo, el archipiélago cubano ha sido azotado por siete huracanes intensos (Michelle, Charley, Iván, Dennis, Gustav, Ike y Paloma), número récord para un período de ocho temporadas», declaró Ballester a SEMlac.

Pero, aclaró, «hasta el momento no existe una respuesta científica definitiva sobre el incremento de la actividad ciclónica observado en la región atlántica, por lo que se debate aún si éste obedece ya al calentamiento global o es resultado de una variabilidad natural, beneficiado en parte por el aumento, tanto cualitativo como cuantitativo, de las técnicas de observación».

 

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