La Gallega, de regreso a la tierra

Por Raquel Sierra / Foto: Raquel Sierra

Aunque tiene nombre de cuento de hadas, esta Blanca Nieves cubana tiene una vida muy diferente. No está rodeada de sus siete enanitos, aunque sí es hacendosa, despierta, alegre y hasta tiene príncipe propio.
La existencia de Blanca Nieves Cabrera, de 41 años, también conocida como “La Gallega ” (por su procedencia materna) está llena de tribulaciones: la sequía ha secado el arroyo que sirve para dar de beber a sus reses y necesita un molino para extraer agua del pozo que perforaron en el campo.
A ello se suma el ajetreo cotidiano en el paraje conocido como Montegrande, en Santa Cruz del Sur, en el extremo meridional de la provincia de Camagüey, 570 kilómetros al este de La Habana. Nació en la finca El Asiento y allí vivió parte de su vida. Por las vueltas que da el destino, está de regreso, pero ahora es para quedarse, afirma con el típico acento cantado de la gente de campo.
“Somos de aquí nacidos, como quien dice, debajo de la pata de la vaca”, bromea. Blanca estudió hasta noveno grado y comenzó la enseñanza preuniversitaria. Su sueño era hacerse periodista y, cuando vio que no podría porque las matrículas eran muy limitadas, dejó la escuela.
Ese no fue, sin embargo, el momento de acercarse a la tierra. Ella se fue a la ciudad de Camagüey a recibir clases, en las noches, como técnica en viales. Comenzó a trabajar en una industria, la Planta Mecánica, como técnica de control volante (hoy de la calidad); se hizo verificadora de taller, mecánica y llegó a ser jefa de brigada de maquinado.
“Cuando entré a Planta Mecánica, le dije a mi mamá: `estoy trabajando en la agricultura´, y ella me respondió: `ay, te mato, ¿qué haces trabajando en el campo?’ Le tuve que explicar que era un curso, que tenía como cierre dos meses de trabajo en una granja ubicada frente a la fábrica”, relata.
“Un día fueron a sembrar yuca y le dije al que estaba al frente que  esa no era la mejor manera, y le expliqué: `la gente me dice guajira porque soy del campo, y toda la vida he ayudado a sembrar a mi papá, y esa distancia solo sirve para semilla”. Blanca mostró cómo hacerlo para tener mejores rendimientos. “Él se dejó convencer y así, con 18 años, me nombró jefa de brigada y tremenda cosecha que cogimos”, dice con la risa en los ojos.
“A inicios del período especial (como se denomina en la isla a la crisis económica iniciada en los noventa), mis padres estaban muy viejitos. Cuando los fines de semana mi esposo y yo llegábamos a la casa por la noche, mi madre se echaba a llorar, porque se le perdía la finca”.
Ellos son parte de los miles de personas que, en esa etapa, dejaron sus trabajos en las ciudades para ir a trabajar la tierra y garantizar la alimentación a la familia, uno de los aspectos más críticos de esos años.
“Él, citadino de pura cepa, casi halaba más para acá que yo, y así vinimos a dar a Montegrande. En 1992 dejamos la casa en la capital provincial. Nuestros dos hijos tuvieron garantizada, desde entonces, la leche a libre demanda”.
A la tierra que tenía su madre le sumó otro espacio de media caballería (algo más de seis hectáreas) que le entregaron en usufructo, y su hermano se unió a trabajar con ella. “Primero sembramos plátano burro (una variedad del plátano  vianda). Desde entonces seguimos creciendo en la producción”.
Con el dinero de un campo de calabaza, que hicieron dentro de la siembra de plátano, reunieron lo que necesitaban para comprar el ganado y así, en 2000, tuvieron sus primeras novillas (vacas jóvenes) en un terreno no apto para sembrar.  Hoy trabajan en unas 50 hectáreas.
“Tenemos todos los renglones dentro de la finca, cultivos varios y ganadería, además de que mi padre es apicultor. Desde que nací he vivido entre vacas, conejos y pollos. Cuando regresé, comenzamos todo nuevamente. En 2008, llegamos a entregar 11.000 litros de leche y el año pasado fueron 16.000.
Esto convierte a Blanca en la mejor ganadera de su cooperativa, por lo que fue propuesta para el Premio a la Mejor Productora por la filial de Camagüey de la organización no gubernamental Asociación Cubana de Producción Animal (ACPA), que promueve el desarrollo agrario y estimula a campesinos y campesinas dedicados a la ganadería.
“Al principio me puse a ordeñar la vaca de mi mamá y solo le saqué un vasito de leche.  Ella se burlaba, pero así aprendí. Casi no tengo fuerza en las manos para ordeñar, por la artritis, pero todavía las amarro junto al ternero”, comenta.
De su madre Clotilde Novoa, 76 años, campeona ganadera en su juventud, heredó Blanca su tremenda disposición. Ha atendido partos, “sino, en lo que el veterinario llega, se me muere la vaca. Cada cual aprende lo que le nace hacer. Lo mismo inyecto a un animal enfermo, que le curo los bichos”, dice.
Su aporte a la entrega de leche tiene una trascendencia que va más allá de Montegrande: la isla se empeña en disminuir las compras de leche en polvo en el mercado internacional, como parte de su política de reducir las importaciones de alimentos, que le cuestan al país cada año más de 1.500 millones de dólares. El campesinado cubano aporta 70 por ciento de la alimentación agropecuaria.
Para contribuir al incremento productivo, Blanca se benefició del proyecto Rehabilitación Socio Productiva de Cooperativas Agrícolas afectadas por los huracanes Ike y Paloma, en las provincias de Camagüey, Las Tunas y Granma, con financiamiento de la organización no gubernamental Oxfam, que facilitó la construcción de una nave rústica para el ordeño de las vacas, así como molinos, techos, alambres y remotorización de tractores.
Otro proyecto entre la organización española Acsur, la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños, y las asociaciones de Producción Animal y de Técnicos Agrícolas y Forestales, permitió la recuperación de los techos de las viviendas dañadas por los huracanes.
Ahora el arroyo está seco. Los ciclones de años pasados rompieron un embalse aguas arriba y la sequía deja la huella en la tierra y en el color quemado de la hierba. No obstante, “las vacas están preciosas, gordas, y todas están pariendo, lo que es sinónimo de que están bien atendidas. Pero si no les garantizas agua por las noches, en la mañana no tienes leche”.    
Otra garantía para los lecheros es producir el alimento animal, mediante el sistema de cuartones, que posibilita tenerles comida todo el año, explica, mientras muestra un terreno que recibió hace un tiempo, “lleno de marabú (un arbusto invasor indeseable, que ocupa buena parte de las tierras cultivables del país) del gordo de un hombre”.
Hoy tal vez estaría en una oficina, pero las dificultades para alimentar a la familia en la ciudad y los padres solos en la finca determinaron su  rumbo.
“Desde que me levanto atiendo los pollos, los conejos, la casa. Si están en siembra los hombres, me voy para allá a sembrar con ellos. Por lo regular muchas veces voy al campo con mi esposo y mi hermano; otras no, ellos me botan de allá”, cuenta.
En camisa, sombrero,  botas, toda “forrada”, se protege del sol del trópico, que castiga sin compasión a quien trabaja en el campo.
“Para nosotras, las mujeres, es más complejo porque además estamos pensando en la comida de la familia, en si hay que plancharle el uniforme del colegio al muchacho para el otro día y otras cosas”.
Blanca Nieves es también vicepresidenta de la Cooperativa de Créditos y Servicios Mártires de Pino 3. Eso implica otras muchas responsabilidades. “Eso es sin ganar nada, se hace por voluntad. Y cuando no estoy en la finca, alguien debe hacer el trabajo por mí”.
Ella reconoce que el mérito no es solo suyo, pues cuenta con el apoyo de su  hermano Pedro  y de su esposo. “Es una unión preciosa entre dos hermanos y sus parejas; ojalá sigamos trabajando todos juntos  hasta ser muy viejitos y no nos separemos nunca. Las decisiones las tomamos entre mi hermano y yo”.
Algunos quieren comprarle su casa en la ciudad; otros le recriminan por “vivir en el monte”, pero Blanca Nieves, protagonista del cuento de su vida, dice que se quedará donde el olor a espiga de maíz la despierta en las mañanas.

Junio 2010
(Solicite el trabajo completo a semcuba@ceniai.inf.cu)

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