Una mujer apegada a la historia

Por  Dayneris Mesa Padrón

Iraida Ordaz Franco es una mujer que transmite paz, mediante su voz melodiosa, la cadencia suave, su conversación centrada, sus gestos contenidos… Pero, a la vez, es una persona muy fuerte. Lo reafirma su perseverancia ante los sueños y los anhelos, supuestamente imposibles.

Su historia está ligada a una casa, en la calle Amargura de La Habana Vieja, y por muy hermosa que sea la vista del inmueble en estos tiempos, el pasado no fue tan llamativo.

La edificación, a la que Ordaz nombró Mi sueño, data de la segunda mitad siglo XVIII. Cuentan los registros oficiales de La Habana colonial que su propietario, el Álferez D. Francisco del Pico (natural de Galicia), tenía varias deudas con distintos acreedores, por lo cual en 1759 perdió la casa y también un grupo de esclavos.

Después de este suceso pasó a varios dueños, quienes en su mayoría la usaban para alquilar. Esta condición de arrendamiento contribuyó a su deterioro paulatino, hasta que uno de los últimos propietarios, cerca de finales del siglo XVIII, realizó reconstrucciones en algunas de sus áreas y elevó la calidad y los valores de la edificación.

No obstante estas remodelaciones, la casa siguió siendo arrendada a familias diversas hasta 1959, cuando triunfó la Revolución cubana y pasó a ser una ciudadela donde convivían núcleos numerosos.

Por esta fecha comenzaron los lazos entre la edificación y la propietaria.

A mitad de los años noventa del siglo XX, Iraida Ordaz encabezó las diversas solicitudes de los inquilinos a la Oficina de Conservación del Centro Histórico de la Ciudad. Tiempo, paciencia e inversiones llevaron el sitio a un profundo trabajo de intervención y remodelación.

Para garantizar la continuidad de este esfuerzo, solo dos familias continuaron allí, en tanto el resto fue ubicado por el Estado en otras viviendas de la capital cubana.
Iraida, conocedora de los elementos patrimoniales que poseía la mansión y que poco a poco iban perdiendo su valía, fue la organizadora de esta salvaguarda y es hoy la mayor cuidadora del lugar.

Se encarga de mantener limpia la galería de la planta baja, de regar las plantas y cuidar cada detalle de la casa. Lleva casi 30 años habitándola y hace apenas tres que comenzó a rentarla para quienes visitan Cuba, no solo como un emprendimiento económico, sino porque piensa que otras personas tienen derecho a conocer la maravilla que es su hogar.

«Después del reacomodo de los valores originales de esta joya de la arquitectura cubana, que hoy exhibe su mejor rostro, decidí usar una parte para la renta a viajeros de otros países. Entonces pensé en ponerle un nombre y opté por Mi sueño, porque con su reconstrucción y restauración veo materializados los anhelos sostenidos durante años, cuando la edificación, del siglo XVIII, sufría la decadencia de la sobrepoblación y los malos cuidados.

«Además, no se parece mucho a las opciones actuales. Creo que más que un techo, o un espacio para alimentarse, yo brindo una historia, sentimiento, un encuentro entre el pasado y el presente. Dejo a las personas entrar a mi casa, que a la vez es mi vida, donde están acumulados mis recuerdos, los momentos buenos y los malos».

La conjugación entre el conocimiento del inmueble y su corta experiencia como arrendataria generan un producto exclusivo para el público foráneo; no es sofisticado, pero muy acogedor, familiar y, sobre todo, de buen gusto.

Cuenta Iraida que siempre ha sido una mujer educada, de buenos modales y conocedora de las normas de conducta válidas para cualquier sociedad; sin embargo, no para de leer e investigar sobre la cultura de quienes la visitan. Aprende de sus costumbres, tradiciones, cultura, en aras de documentar las respuestas a las preguntas de los inquilinos.

«No me gusta molestarlos, pero cuando quieren saber, prefiero hablar con conocimientos, usar ejemplos, recomendarles libros, para eso una no puede dejar de estar actualizada».
La casa, en sintonía con su dueña, es discreta, silenciosa, luminosa y encantadora. Y para cada rincón Iraida posee una historia.

Los elementos preferidos por ella son: el sol que habita el balconcito que da a la calle Amargura; el libro de visita con las anécdotas más pintorescas, que lee y relee orgullosa; la cama cómoda e impecable con el colchón original; el café de las mañanas en el sillón rodeado de plantas ornamentales, perfecto para la lectura. Los pequeños detalles hacen que los visitantes lleguen impresionados con la edificación y se marchen enamorados de ella; justo como quedó esta mujer cuando vio la casa por primera vez.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

3 × 5 =