De París a Caimito

Anabel Cantarero es una joven nicaragüense que decidió mudarse a los campos cubanos. ¿Por qué y para qué? La tierra tiene las respuestas

Trabaja en el campo cada día y dice que venía de un medio rudo: las cocinas en Francia. Allí tenía que hacerse un lugar como mujer, en un mundo de chefs liderado por hombres. Cuba debe luchar ese espacio con los campesinos. Pero confiesa que es más fácil. «Si te ven hombro a hombro con ellos, te dicen que te has ganado un lugar en su corazón. Eso nunca lo escuché de un colega en París», reconoce.
Porque la historia de Anabel Cantarero es la de una joven nicaragüense que llegó a Cuba por amor. A una persona y al planeta. En mayo de 2014 conoció el poblado de Caimito, en la provincia cubana Artemisa, con el propósito de unirse a sus suegros y esposo, y emprender el proyecto de una finca familiar orgánica. Francia le mostró la importancia de preparar los platos con alimentos que provinieran directamente de los productores.

Así nació Tungasuka, nombre que rinde honor a uno de los primeros poblados peruanos de resistencia ante los españoles y que responde a la procedencia de su esposo Alfredo, quien es de Perú y proviene del lejano mundo de la Informática.

Esa es la finca familiar en la que todos han participado y aportado desde los saberes y sueños personales, pero cada uno dejándose la vida en todos los esfuerzos cotidianos.

«Mis suegros viven en Cuba hace 20 años. Ella siempre se interesó en la medicina natural y nos ha hecho sembrar muchas plantas medicinales. Mi esposo se motiva por la siembra de frutales, y adora hablar con los vecinos y guajiros que colaboran con nosotros y le comentan sobre la desaparición de algunos frutos. Por eso nos hemos dedicado a sembrarlos», cuenta.

La finca estuvo abandonada mucho tiempo. Los primeros dos años solo fueron para limpiarla de toda la maleza, recuperar todas las plantaciones de la zona, y nutrirse de todo cuanto les enseñaban las experiencias locales.

«Tenemos muchos vecinos que practican la agricultura por varias generaciones, algunos con prácticas sostenibles. Ellos nos recibieron y compartieron sus semillas con nosotros para que pudiéramos empezar», explica.

Actualmente, Tungasuka posee alrededor de 2.500 frutales de diferentes variedades de guayaba, mango, canistel, mamey, mamey Santo Domingo, guanábana y otros. «Ahora nos estamos centrando en la diversidad y en darle importancia a las semillas criollas para comenzar nuestras propias siembras», ilustra Anabel.

La finca está en una zona con caseríos distantes, pero cercanos al municipio. Todos formamos parte de la Cooperativa de Créditos y Servicios Jesús Menéndez y podemos vender los productos en la feria municipal de los domingos, además de que tenemos contratos con acopio y otros puntos de venta de la cooperativa, dice.

Luego comparte emocionada que una de las partes más bonitas del trabajo ha sido con las personas que adquieren los productos. «Nos hemos aventurado a llevar los menos tradicionales al mercado y nos ha sorprendido que todo se acaba, la gente sigue pidiendo que vayamos y nos recibe con mucho cariño», relata la joven soñadora, pero con los pies en la tierra. Literalmente.

El cambio de chef a campesina, de París a Caimito, sorprende a muchos. Pero la idea de Anabel era llegar a ser más activa en la producción de alimentos y no quedarse solo como espectadora. «Lo queríamos hacer en Cuba porque sentimos que es el momento para apoyar a quienes están deseando una alimentación más diversa y orgánica», acota.

Estos primeros tiempos han sido de trabajo de campo, con muchos errores cometidos y tratando de minimizar nuestro impacto en el suelo, porque es fácil causar erosión si no están las prácticas adecuadas, cuenta.

Y para ilustrar el cierre de un ciclo, Anabel confiesa que está estudiando nutrición mediante un curso online, porque pretende volver a unir la cocina con el campo. La idea comenzó con los amigos y familiares cercanos, a quienes enseña a preparar los alimentos de un modo más saludable. Después seguirá creciendo para todos en el poblado.

«Me di cuenta de lo importante que es un suelo sano para que el alimento sea saludable, y vi la distancia tan grande entre cocineros y campesinos, y la brecha de los chefs en temas nutricionales. Me he dado cuenta de que todo está de la mano. La idea es poder ser un poco más integral y lanzar un proyecto de alimentación empezando por la localidad», sueña la joven.

«Reconectarse con la naturaleza es un proceso que cambia la vida. No me imagino sin un espacio verde. Sé que todos no tenemos la oportunidad de hacer ese cambio, pero al menos podemos ser más coherentes con las necesidades actuales del planeta y la sociedad. Lo más lindo ha sido el crecimiento personal, gracias al impulso de todos», resume.

Como tesis de nuestra conversación, la nicaragüense enamorada del campo cubano respalda que el trabajo en la tierra es un asunto de principios, de querer, de sentir una obligación con las personas que están esperando la cesta de vegetales o frutas orgánicas sin pesticidas. Por eso se despierta cada día. Y lo seguirá haciendo porque pasión y sensibilidad hay de sobra.

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