Una especial combinación de bebidas y platos, bajo el sello de comida natural vegetariana, atrae cada vez más comensales a Camino al Sol, una suerte de tienda-café privada, en la capital cubana, que ofrece pastas frescas artesanales, meriendas y almuerzos, para llevar y consumir allí; a la vez que invita a un estilo sano de alimentación y nutrición.
Detrás de este proyecto está Yunalvis Hernández Pérez, su impulsora principal, junto a un equipo que todos los días reinventa la cocina con imaginación y muchos deseos de saciar el paladar desde la creatividad y la energía que portan viandas, frutas y vegetales.
Aunque gana fama por ser uno de los pocos espacios que ofrece auténticos alimentos vegetarianos en la capital cubana, Camino al Sol es para Yunalvis, sobre todo, la consagración de un sueño.
Ingeniera informática de profesión, ella ha devenido nutricionista autodidacta, una vocación desde la cual emprendió este proyecto, en 2013, poco después de relanzarse en el país el trabajo por cuenta propia y empezar a tomar auge, nuevamente, la economía privada.
Una pregunta había rondado por mucho tiempo sus pensamientos: «¿qué puedo dar, de lo cual nunca me cansaría y que amo tanto que sería capaz de crear?» La respuesta fue el derrotero que marcó la decisión de cambiar profesión y empleo: la comida.
Ya había recorrido un camino personal marcado por la experiencia personal, el estudio y la investigación. También había experimentado con recetas y sabores que terminaba ofreciendo y disfrutando entre amistades.
Sus indagaciones la habían llevado a profundizar en temas como los valores nutricionales de los alimentos y la información que transmiten o no en la memoria celular.
«Por eso tratamos de formar un equipo de trabajo muy consciente de que lo que usted va a darles a las personas es justo lo que reciben. Los alimentos contienen información, están llenos de energía y en ellos transmitimos también lo que sentimos y queremos ofrecer», explica.
Ahora lleva cuatro años al frente de Camino al Sol, donde la acompañan sus hermanas Odalys y Groenlandia, junto a Onilda, Maribel, Ivis, Ornelis y Dainel. Ninguno es chef ni cocinero graduado: «todos venimos de cocinar en nuestras casas», acota.
«Me definí prácticamente como vegetariana, no porque representase la parte mejor o peor del alimento, sino porque iba creciendo un deseo en mí de aligerarme; lo comprendí así. Y decidí, por mi experiencia personal, ofrecer justamente lo que disfruto de la nutrición y el alimento», sostiene.
Eso la llevó a romper con su trayectoria laboral y empezar desde cero en un nuevo proyecto, a riesgo de poder fracasar en un ámbito donde cultura, consumos y costumbres de la culinaria tradicional cubana se enfocan hacia carnes y alimentos fritos, muy lejos de la comida vegana.
Más que ofrecer comida, solamente, le interesa toda la filosofía que le da origen. Por ello habla de «encontrar lo mejor de uno mismo, como ser humano, para ofrecerles a los demás», una divisa que ponen en práctica en cada bebida y plato que brindan.
También aboga por un enfoque que no se base en la competencia, sino en la colaboración. «No importa que haya otros espacios en la misma línea que la tuya, pues ninguno será igual. La creación viene de un lugar casi misterioso, que no es del área intelectual ni técnica. A la hora de crear, todas las personas tenemos algo diferente que entregarle a la vida», afirma.
La falta de un mercado mayorista, las carencias de materia prima y los elevados precios del mercado minorista no les detienen. Cada escollo parece convertirse en incentivo para la creación y la imaginación.
Ello ha implicado también dejar atrás las creencias y los prejuicios de cada cual respecto a los alimentos y barrer con los «no hay» y «no se puede». «Si tienes solo una berenjena y un tomate, juega con eso, transfórmalo y ponle lo mejor de ti», expone Yunalvis como fórmula infalible.
Una oferta habitual de Camino al Sol son las pastas naturales artesanales que pueden comprarse para llevar y cocinar en casa. Entre otras, están las de moringa, curry, culantro, ajo, laurel, remolacha, acelga, orégano, canela, aromas mixtos, legumbres, jengibre o achicoria.
Normalmente pueden encontrarse allí, además, de siete a ocho platillos para consumir en el lugar, como las tortas de frutas, los elaborados con arroz integral y las hamburguesas de garbanzos.
Para beber, el menú incluye de siete a ocho variantes de jugos, con las más creativas combinaciones: mango y jengibre; manzana, remolacha y naranja o piña con ciruela china, entre otras.
Aunque algunos platos gozan de particular demanda, no tienen un recetario fijo que seguir al pie de la letra, pues muchas veces dictan la dinámica del día las verduras, viandas y frutas que se logren conseguir.
«Todos los días hay una experiencia nueva y, a veces, nos sorprendemos de lo que creamos. Lo bueno y lo malo de las carencias, a nivel material, es demostrarte a ti misma que eso es irrelevante, hasta cierto punto, cuando tienes ganas de crear», asegura.
Otro aprendizaje ha sido aprovechar al máximo cada material de trabajo. «Tenemos ideas erróneas sobre el vegetal, las cáscaras y las raíces. Hemos aprendido a no desperdiciar nada. Por ejemplo, la cáscara de zanahoria, los tallos del apio o el mínimo pedacito de cebolla se guardan para hacer el caldo vegetal. No se desecha nada».
Aunque alejada de entrevistas y comerciales que a veces solo pueden llegar a mostrar lo externo y visible de su comida, Yunalvis apuesta por el conocimiento y los valores que se transmiten desde el empoderamiento de las mujeres, desde lo que ellas son capaces de emprender.
Ahora amplía su proyecto porque se agrandan los intereses comunes con un público que «se anuda en una espiral que crece», asegura, «porque no vienen a comprar el alimento y ya, se involucran con lo que hay detrás y así se empieza a generar un diálogo: es lo que llamo colaboración», relata.
Su próximo proyecto, desde Camino al Sol, es crear espacios de talleres abiertos al público para el aprendizaje y el conocimiento. «No para dar recetas», aclara, «sino para intercambiar y conocer, pero sobre desaprender y borrar la información errónea, aprender a trabajar con la inteligencia del cuerpo y conocer nuestros propios límites», explica.
Satisfecha plenamente por el giro que le dio a su vida en Camino al Sol, Yunalvis pasa buena parte del día en la cocina, creando y renovando alimentos junto a su equipo, y tiene un diligente colaborador también en su esposo, Gianluca Bailo.
«No vivo la cocina como un trabajo; la disfruto y hasta sueño con ella. Pero tampoco me identifico con la cocina totalmente: me encanta escribir, tengo mucho escrito sobre nutrición y espiritualidad. Es una gran pasión. Cuando se hace lo que se ama, encuentras un material inagotable, nunca te cansas de dar», concluye.