“Ya no aguanto más, si esta pandemia no termina me voy a volver loca. Y es que todo cae encima de mí: lavar, limpiar, buscar comida, cocinar, las teleclases del niño, atender a mi suegra, cumplir con mi trabajo. Y a mi esposo no se le puede decir nada, porque con todo esto está muy alterado y hasta me grita; y yo, para que eso no suceda, mejor me callo”.

Esto no es ficción, es la realidad de una amiga que, desesperada, busca un asidero emocional a la angustia que atraviesa. Y no se trata solo de la historia de una mujer, sino la de muchas que sufren las consecuencias de un modelo de relación construido desde la hegemonía masculina, desde un patriarcado enquistado en las subjetividades individuales y colectivas y que, a la más mínima oportunidad, renueva sus votos de solidez y perpetuidad. También es la historia de aquellas que, en tiempos de pandemia, se enfrentan a una vida cotidiana cargada de desafíos, no solo en el plano objetivo, real y de la sobrevivencia humana, también en el de las relaciones interpersonales.

Hay quienes podrían aventurarse a pensar que esta historia está un poco sobredimensionada por parte de su protagonista, que está exagerando en sus argumentos, y anulan cualquier posibilidad de trasformación de esa realidad con expresiones tales como: “…y qué va a hacer, eso le toca a ella que es la mujer de la casa”. Sin embargo, otros abrimos el espectro de inferencias y reflexiones, y consideramos que esas maneras de establecer vínculos relacionales son manifestaciones de violencia de género directas, que si bien no son físicas (para muchas personas la única violencia que existe), rodean toda una expresión simbólica que inquieta de manera menos explícita pero más profunda. Según la sicóloga Consuelo Martín[2].

Entre los múltiples rostros que se han develado ante la vocid-19, se encuentra el de la cotidianidad de muchas mujeres. Según la definición anterior, la reiteración de acciones, en cualquier ámbito, constituye la esencia de la estructura de esta vida cotidiana. A ello se le suma la fuerte carga de sentidos y significados que regulan lo ordinario y extraordinario en un momento histórico concreto.

La pandemia les coloca un añadido a muchas mujeres: responder a las expectativas de un modelo estructural, para el cual estar dentro de la casa implica asumir su control y las tareas domésticas que esta genera. Algunas han incorporado dicha dinámica desde una familiaridad acrítica, es decir, se produce a nivel psicológico un fenómeno de acostumbramiento, naturalización y obviedad.

El espacio compartido en familia en tiempos de pandemia se ha convertido, muchas veces, en escenario de violencia. Se sobrecarga el ambiente familiar, coinciden múltiples generaciones, intereses y prioridades diversas, tensiones, preocupaciones y otras tantas realidades que ponen a todos, sin excepción, en una situación muy vulnerable a este fenómeno.

Violencia tiene que ver con maltrato, con imponerse para someter a alguien. Describir los tipos de violencia de género que existen puede ser engorroso para esta reflexión, pero sí resulta necesario dejar claro que se refiere a un tema que afecta las relaciones de hombres y mujeres, más allá de la edad, la raza, el nivel escolar y se expresa de diversas formas, abarcando desde las conductas más evidentes, hasta aquellas menos visibles que pasan como ocultas, a fuerza de su reiteración y silencio.

La crisis que es capaz de generar en las mujeres la sobresaturación de su realidad tiene dos caras. Por una parte, puede ser el detonante de reiteradas manifestaciones de violencia, las que suelen expresarse a través de juicios que la confinan a zonas sociales de silencio, custodiadas por estereotipos de género que sustentan la cultura patriarcal; y, por la otra, esa crisis puede constituir una oportunidad de transformación, al generarse una desestructuración de lo obvio y lo natural a través del análisis y la reflexión activa. ¿Cómo puede producirse esa ruptura?, ¿qué elementos servirían como hoja de ruta en el proceso de crisis para la transformación?

El camino para realizar una crítica de la vida cotidiana está en la integración y desarrollo de habilidades en los planos afectivo, cognitivo y conductual. Se establecen varios elementos importantes para la reflexión que transversalizan esos componentes:

– Es importante determinar cuáles son las vivencias que experimenta en su realidad, en un tiempo y espacio concreto.

– Es necesario romper con el mito de lo auto-evidente, a través de una observación crítica, capaz de develar obviedades de esa realidad.

– Reflexionar, problematizar, cuestionar, establecer una distancia reflexiva necesaria que nos permita comprender, a profundidad, la situación problémica.

– Lograr un esquema de transformación de esa realidad, tomando en consideración los diferentes niveles de actuación involucrados.

Esta reflexión invita a una suerte de apuesta por la transformación de esas realidades. Deconstruir paradigmas es un proceso doloroso. Como todo parto, el proceso duele, pero el resultado ilumina, da esperanzas, alienta. La invitación es a pensarnos como sujetos críticos de nuestra cotidianidad y, aunque a veces las salidas no son inmediatas y mucho menos las más deseadas, provocar la reflexión sobre ella es la semilla de un cambio necesario.

 

2 Martín, C. (2000) “Cuba: vida cotidiana, familia y emigración”, Tesis Doctoral, Facultad de Psicología, Universidad de La Habana

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