En los últimos años, en el mundo han proliferado las acusaciones de violencia y acoso sexual en instituciones de educación superior, lo que ha puesto en el centro de muchos debates la necesidad de encontrar vías y protocolos para la denuncia y atención de los casos, pero también para su prevención. ¿Hay violencia en las universidades cubanas? ¿Existen mecanismos para atenderla? Para responder estas interrogantes y reflexionar sobre la problemática, SEMlac invitó a las profesoras de la Universidad de La Habana Iyamira Hernández Pita, socióloga; Karla Picart Rodríguez, periodista, y Daybel Pañellas Álvarez, psicóloga, y a la estudiante de Sociología Paula Ríos Maldonado, colaboradora de la red feminista de esa casa de altos estudios.
Según su experiencia, ¿considera que existen manifestaciones de violencia y acoso en los entornos universitarios?
Iyamira Hernández Pita: Existe violencia y acoso en los entornos universitarios, entre los propios estudiantes, también acoso y violencia de pareja, constatado en la práctica desde la investigación académica (tesis de pregrado y de postgrado). Algunas falsas creencias asociadas a este mito son: “es normal sufrir por amor”, “me cela porque me quiere”, “ellos no pueden controlar su deseo sexual y se buscará otra si no encuentra satisfacción en mí”, “me prohíbe ciertas cosas por mi bien”, “siempre quiere saber dónde estoy y qué hago porque no puede estar sin mí”, “a él no le gusta usar condón y yo lo complazco porque nos queremos” y otras más.
Karla Picart Rodríguez: Sí las hay y muchas de esas manifestaciones no son tan siquiera percibidas por las propias víctimas. Tenemos tan normalizado determinadas formas de relacionarnos que, incluso, algunas rozan el acoso y no somos capaces de darnos cuenta, hasta que incorporamos lecturas y aprendizajes al respecto. El estereotipo ligado a la forma de ser del cubano «baboso», entendido como afable en exceso, ya tiene otro nombre cuando esa «afabilidad» transgrede las fronteras del respeto hacia el espacio ajeno y se convierte en acoso.
Paula Ríos Maldonado: Definitivamente, hay mucha violencia simbólica que muchas veces pasa inadvertida y también hay casos más puntuales de violencia sexual o física, tanto de estudiantes hacia otros estudiantes, como de profesores hacia estudiantes. También creo que hay un gran porcentaje de violencia que vivimos nosotras como estudiantes en la trayectoria hacia la universidad (en las guaguas y en la calle), que converge con la vida universitaria.
Daybel Pañellas Álvarez: En los años que llevo en la universidad no he tenido vivencias de violencia y de acoso y tampoco directamente me han llegado experiencias que estén relacionadas con eso. Ello no significa que no me haya preguntado si, efectivamente, han ocurrido o si se han naturalizado de tantas maneras que ni siquiera se identifican como una experiencia de violencia y acoso.
Eso lleva a otra pregunta y otro cuestionamiento. Si están tan naturalizadas —tanto para hombres como para mujeres— que no se vivencian como experiencias de violencia y acoso, ¿realmente funcionan como una experiencia de violencia o acoso? De cara a la subjetividad, es un cuestionamiento importante.
Sí puedo decir que, en mi experiencia como profesora, se hace cada vez más evidente en los estudiantes —tanto varones como hembras— una conciencia de género, un deseo de profundizar en los temas que tienen que ver con las relaciones de género. Eso es algo que se hace más evidente, diría que en los últimos cinco años mucho más. También, antes de entrar a analizar la violencia y el acoso, me cuestionaría en qué medida la Universidad de La Habana tiene un enfoque de género en su currículo, en su estrategia de vida de manera general. No es que no se hable de género, haya investigaciones o distintas disciplinas aborden de alguna manera esta problemática; pero eso es algo muy distinto a tener un enfoque de género en el proceso académico y docente.
¿Cuáles son las experiencias que más éxito han tenido en la lucha contra la violencia de género?
IHP: Considero que las campañas de bien público diseñadas e implementadas por el Centro Oscar Arnulfo Romero (OAR) jugaron un papel importante en la visibilidad del tema en el contexto cubano e impulsaron el trabajo preventivo. También la transmisión de la serie “Rompiendo el silencio” y la elaboración de la Estrategia Nacional para la prevención y atención de la violencia de género y en el ámbito intrafamiliar, la cual tiene carácter vinculante para el abordaje del tema, además de los cambios en el panorama jurídico cubano.
KPR: En primer lugar, la inclusión de esos temas en las clases. Cada día se habla más en las aulas sobre violencia de género, discriminación, estereotipos… y eso es un gran paso para identificar cuándo se está en una situación de violencia o para combatirla. La creación de la red feminista de la universidad es, aunque aún incipiente, un avance. La participación de estudiantes y profesoras en la elaboración de programas, productos comunicativos y campañas, además de la existencia de instituciones que aborden estos temas, constituye también un paso de adelanto. Comprender que el feminismo igualmente es una lucha social válida e incluir actividades de corte educativo sobre género en los planes de trabajo de la juventud y las organizaciones estudiantiles, al menos en nuestra Facultad de Comunicación, es un elemento a resaltar.
PRM: Creo que la mayor herramienta en la lucha contra la violencia es la educación, la concientización y la sororidad; en la medida en que las víctimas de violencia se reconocen como tales, son capaces de actuar y buscar ayuda. Por último, la sororidad ha sido una gran forma de apoyo para nosotras, para compartir nuestras experiencias y darnos cuenta de que muchas hemos tenido experiencias similares y de que no estamos solas.
DPA: Creo que, en primer lugar, están aquellas experiencias que visibilizan la violencia de género y, en ese sentido, tengo como experiencia reciente las de OAR o de UNICEF, de cara a la prevención y a la visibilización de la violencia de género. Pienso, además, que son un éxito experiencias que trabajen con las poblaciones infanto-juveniles, porque debemos empezar a educar desde edades tempranas en todos los temas, pero fundamentalmente en aquellos que tengan que ver con las relaciones de género y, por supuesto, con la prevención de la violencia de género. Experiencias exitosas en violencia de género son aquellas que también puedan realmente visibilizar que sí es posible romper con la violencia, aunque sea en el espacio micro; que sean capaces de decirle a una mujer: es posible acabar con esto, es posible hacer justicia.
¿Cuáles son los principales desafíos?
IHP: Garantizar estrategias de comunicación que logren informar sobre el tema y sus diferentes manifestaciones, mensajes no sexistas que den mayor visibilidad de la violencia simbólica y estructural. Es imprescindible lograr servicios integrales a nivel comunitario para la prevención y atención de la violencia, como parte de la implementación de la estrategia. Igualmente, integrar al trabajo preventivo con los hombres y agresores. Y muy importante: sensibilizar a quienes toman las decisiones sobre la necesidad de abordar el tema como sistema, porque se trata de un problema estructural y sistémico. Esto aplica también al interior de la comunidad universitaria.
KPR: Un desafío, sin duda, es la creación de mecanismos de denuncia contra la violencia de género en la universidad, que ahora mismo no existen. Consagrar espacios seguros, con apoyo psicológico y de la institución para enfrentar esos procesos. Educar, educar y educar siempre será el desafío mayor, entender que es una lucha de todos y no solo de las mujeres.
PRM: Siento que uno de los desafíos más grandes es la concientización sobre la urgencia del feminismo, hay muchas personas que intervienen en nuestros espacios y a veces que tienen un papel decisivo en ellos, que no entienden todavía la verdadera necesidad de la lucha feminista.
DPA: Un primer desafío es entender que existe violencia de género; que existen diferencias por género que suponen desigualdades y discriminaciones. Trabajar sobre esa base significa también contar con estrategias de género que transversalicen la vida cotidiana, la vida de la sociedad.