Violencia de género: Pasar del silencio al grito, aunque moleste

Entrevista con la escritora cubana Laidi Fernández de Juan

En las soberbias cuatro líneas que componen su más reciente creación literaria, la escritora cubana Laidi Fernández de Juan resume una denuncia rotunda de la indiferencia social que padecen las mujeres víctimas de violencia.

«Naderías de hoy», gran premio del VIII Concurso Internacional de Minicuentos El dinosaurio 2014, afianza a la autora como una de las más relevantes voces de las letras cubanas contemporáneas, pero también consolida su defensa a favor de los derechos de las mujeres en la isla caribeña.

La situación de la mitad femenina del mundo ha sido un tema habitual en la obra de la médica y escritora, con más de una docena de libros de narrativa y ganadora de los más importantes premios de cuento convocados en su país.

Cada vez más, la actitud cuestionadora presente en sus páginas se concreta cuando participa en foros, proyectos, campañas y reclamos públicos para, desde las artes, contrarrestar la agresividad machista. Fernández de Juan tiene razones para esa consecuencia, en las que indagó SEMlac durante esta entrevista.

 

¿Qué te hace volver una y otra vez al tema de la violencia en tu obra literaria?

 

Es una reiteración decir que el arte imita la vida. Desdichadamente, la violencia es un mal que permanece y adopta unos disfraces muy difíciles de detectar. No conozco ninguna mujer que no haya sido víctima de violencia, y es triste. Muchas veces ellas mismas no lo saben, pero el silencio, el desprecio, el acoso físico, psicológico o por los medios más modernos de la comunicación masiva son violencia.

Hasta cierto punto, nosotras contribuimos a la perpetuidad de la violencia de género porque, en muchas ocasiones, no somos capaces de detectarla y, al no hacerlo, dejamos de combatirla, además de que muchas mujeres también fomentan ese tipo de discriminación al plegarse a una tradicionalidad ancestral. Hacemos poco por quebrar esas leyes, que no por antiguas dejan de ser injustas.

Por mi parte, intento ser leal, no solo en mis relaciones humanas, sino también en mi obra. Quiero ser consecuente con mi pensamiento y quiero ser transgresora. En los más de 20 años que llevo escribiendo, he tratado de depurar mi estilo y centrarme en algunos asuntos sensibles para mí, como la violencia, la maternidad, las relaciones de pareja, entre otros.

Considero necesario denunciar determinados males cuyas soluciones no tengo, pero como artista podré al menos contribuir a visibilizar. Es nuestro deber social, nos toca hacernos preguntas para que otros las respondan. Lo que no puede ocurrir es edulcorar el arte para ofrecer una imagen irreal.

No trabajo este tema porque esté de moda ni para sacarle partido, sino porque fui víctima de la violencia psicológica y conozco muchas mujeres que pasaron por esa situación. La violencia y el humor, aunque parezcan mecanismos antagónicos, son los objetivos fundamentales que me he propuesto reflejar como escritora.

 

La escritora recibe el Premio El Dinosaurio en manos de Eduardo Heras León, directo del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso Es difícil trabajar este tema porque está naturalizado. ¿Basta la sensibilidad o hace falta informarse para escribir sobre la violencia de género?

 

Se parte de la intuición, porque ninguna manifestación artística puede ser realizada si detrás no hay un talento, una sensibilidad, una entrega, una capacidad de desnudez. Ese es uno de los grandes conflictos del arte: hasta dónde eres capaz de desnudarte, hasta dónde eres capaz de exponerte, porque los artistas estamos expuestos todo el tiempo.

Pero no basta el deseo de expresar algo para hacerlo adecuadamente. La información siempre es útil para aportar nuevos argumentos. Por ejemplo, yo no era capaz de percibir que el silencio es una forma de violencia hacia las mujeres. A través de mis amigas feministas he aprendido no solo una terminología muy peculiar, sino la esencia de esta agresividad.

Las mujeres tenemos una especie de vergüenza en hacer público que fuimos víctimas de la violencia porque muchas se creen responsables de ella o no encuentran el vehículo para expresar esas situaciones. Nadie quiere que la sociedad conozca sus secretos y la violencia es algo tan estremecedor que, psicológicamente, intentamos sepultarlo, guardarnos esa vergüenza.

Aunque no me siento responsable de haber provocado la violencia de la cual he sido víctima, me producía pudor que la sociedad conociera la infelicidad que había experimentado. Cuando empecé a asistir a foros sobre el tema, me di cuenta de que es un fenómeno tristemente generalizado y recobré la capacidad de desnudarme, cosa que ya había hecho con otros tópicos de mi vida, como madre y mujer cuya pareja ha abandonado el país.

Decidí exponerme para contribuir a esa batalla por la eliminación de la violencia contra las mujeres. Sobre todo, lo que más me interesa es que ellas se vean plasmadas en las obras que los distintos artistas hacemos sobre el tema. Quiero mostrarles solidaridad; decirles a todas que, desgraciadamente, la mayoría hemos pasado por lo mismo, para que sientan que no están solas. Mientras más veces lo repitamos, al menos algunos hombres empezarán a inhibirse. No aspiro a cambiar su pensamiento, sino a que sepan que sus nombres pueden hacerse públicos y sus actos pueden ser denunciados.

Lo ideal sería que existiera un decreto, una ley, un castigo específico para ese tipo de violencia, pero escapa a mi alcance como artista. Solo me propongo reflejar lo que está sucediendo con dos objetivos fundamentales: que las mujeres se sientan acompañadas y que los abusadores se sientan reflejados para que sepan que no quedarán impunes. Ese es un primer paso.

 

Está en imprenta una antología de narraciones sobre la violencia de género en Cuba que publicará Ediciones Unión. Ese es otro de tus aportes.

 

Es el proyecto que más me entusiasma ahora mismo, me tiene realmente feliz. Es mi aporte a la batalla contra la violencia hacia las mujeres en Cuba porque mientras más artistas —y sobre todo jóvenes— nos incorporemos a esa campaña, mayor será el fruto que podamos esperar.

La idea original de la antología fue de la escritora Marilyn Bobes, quien después decidió dejarla en mis manos. Fue un trabajo arduo porque no queríamos que ninguna mujer quedara fuera, con la única condición de que fueran autoras cubanas. Es un homenaje y un tributo a este país. No reparamos ni en el color de la piel de las escritoras, ni en su orientación sexual, ni en su definición ideológica, ni si vivían o no en el país. Quisimos escoger textos de determinada calidad, independientemente de que el gusto estético es muy particular y en las 38 obras seleccionadas los lectores y lectoras encontrarán un amplio abanico de estilos literarios.

Después de pasar por varios títulos, se llamará «Sombras nada más», como el bolero. Es un libro hecho enteramente por mujeres, con Amanda Fleites como editora, prólogo de Zaida Capote y una imagen de Cirenaica Moreira en la portada. Quisiera que tuviera buena acogida, no por vanidad, sino porque resulta una necesidad social, espiritual, cultural y humana que todas las mujeres se sientan, al menos, acompañadas.

En el futuro quisiera seguir recolectando voces de mujeres que aborden este tema, tal vez poetas.

 

¿Qué le está diciendo a Cuba una antología de autoras que escriben sobre todas las formas posibles de violencia de género en el contexto actual?

 

No hablar de un problema, ni de lejos significa que no exista. Para todas aquellas personas que crean que la violencia de género no es preocupante en Cuba, este libro va a ser una bofetada porque acaba con la imagen complaciente, edulcorada, satisfecha y feliz que algunos quieren dar sobre el tema. Va a develar un secreto a voces.

No estoy culpando al gobierno de la violencia de género porque, al igual que el racismo y la homofobia, son cuestiones sociales de las cuales somos responsables cada uno de nosotros. Pero este libro le dice a Cuba que la violencia contra las mujeres es una realidad; le dice: unámonos todos y todas para luchar contra esto.

En Cuba es muy difícil hacer una investigación sobre cuántas mujeres mueren anualmente a mano de sus compañeros, pero ocultando los hechos estamos legitimándolos. Falta que saquemos el tema a la luz y hagamos un debate público con las experiencias de todas las mujeres que han sufrido violencia.

Este es un fenómeno en el que nada influye el nivel intelectual, ni el entrenamiento, ni el origen social de las personas. Un gran científico o artista puede ser un maltratador y no lo hemos hecho público. Es hora de que las cubanas pasemos del silencio al grito sobre la violencia de género, aunque moleste.

Cuando se publique la antología, quisiera convocar a presentaciones y lecturas en una jornada que recorra la isla de punta a punta, una jornada multidisciplinaria que nos movilice para estremecer nuestros cimientos y unir a todas las mujeres sensibilizadas.

NADERÍAS DE HOY

Por Laidi Fernández de Juan

Le hizo lo que le hizo y ella se puso como se puso, por lo cual ella tuvo que responder como respondió, y todo acabó como acabó, porque él no se podía quedar como se quedó, ni ella dejar de decir lo que dijo, y por eso cuando llegó la policía pasó lo que pasó, y los vecinos se escondieron como se escondieron, mientras ella gritaba como gritaba y los niños corrieron como corrieron y el gobierno se hizo como el que hacía, pero todos supieron que no pasaría nada, y que de nuevo él haría lo que haría, y ella iba a quedar como iba a quedar, porque siempre ha sido tan igual como ha sido siempre.

 

Un grito como el que aclamas es el minicuento «Naderías de hoy», con el cual acabas de ganar el premio Dinosaurio. Tal vez por esa denuncia lo compartieron tanto en blogs y redes sociales.

 

Lo mejor que puede hacer una cuando recibe un premio de esta envergadura es no creérselo mucho. Pero estoy muy feliz con el reconocimiento, sobre todo por el cuento, que ha tenido una buena acogida entre el público y los escritores.

Me surgió de un tirón esta oración de cuatro líneas sobre el ciclo de la violencia. Ya lo dice el título, nosotras estamos siendo masacradas, nosotras estamos sangrando, a nosotras nos están golpeando, pero no pasa nada. Traté de matizarlo un poco a través de la utilización de un lenguaje extremadamente coloquial, aunque sea efímero porque las frases idiomáticas están en constante movimiento. La esencia fundamental ni siquiera es narrar una golpiza, sino mostrar la inactividad social ante la violencia de género.

Solo fui explícita al referir a las autoridades pues me interesaba denunciar la falta de una herramienta legal que nos proteja ante estas agresiones. A partir de ahí construí una espiral de palabras como herramienta literaria para volver a un asunto que no es nuevo en mi obra, porque ya está en el cuento «Boomerang» y en el minicuento «Por con secuencia», mucho más crudos en su relato.

 

Escribir desde ese punto de vista es una elección difícil en el mundo del arte. ¿Cuáles son sus costos? ¿A cuántas violencias te expones por defender públicamente estas causas?

 

Muchas escritoras prefieren negar su condición de mujer y de reseñadoras de la realidad. Y es cierto, abordar este tema tiene sus riesgos y quien no esté dispuesto a asumirlos es mejor que ni empiece.

He sido más víctima de calumnias por haber defendido una ideología a favor de la mujer que lo que pude haber sido dañada como mujer en mi vida. He sido injuriada como intelectual por involucrarme en estas causas, algo realmente muy injusto. Llegado el momento, me puse a pensar: ya que he sido tan calumniada, ya que he perdido oportunidades profesionales, pues voy a acentuar más esa herida y a visibilizarme todavía más como luchadora por los derechos de las mujeres.

Implica costos personales, familiares y profesionales, pero tengo muy claros mis valores. Les he enseñado a mis hijos que la vida de un ser humano se rige por su escala moral, y a mí me interesa menos una relativa fama más allá de mis fronteras, que ser portavoz de lo que muchas mujeres no pueden decir porque no tienen el valor, las herramientas o el conocimiento para hacerlo. Ese es mi camino.

Si las consecuencias son una merma en mi carrera literaria o un freno para determinados proyectos internacionales o casas editoriales, así será. Considero preferible ser consecuente con mi pensamiento y estoy dispuesta a asumir los retos de esta exposición. Conozco todas las represalias, las estoy sufriendo desde hace años, y no le tengo miedo a ninguna.

No critico a quien escoja otro camino, no critico el silencio de las mujeres intelectuales cubanas o no cubanas frente a la violencia de género. Respeto sus decisiones para que respeten la mía. Solo me molesta que involucren a mi familia en lo que digo y hago, porque solo hablo por mí misma, por mi pensamiento, por lo que he aprendido, por lo que creo. Defiendo el proyecto social cubano, por eso me fui a África como médica en los ochenta, sabiendo que no iba a recibir nada a cambio. Quiero seguir siendo leal a esa actitud. Te confieso algo, soy muy feliz con lo que yo hago.

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