A partir de diferencias biológicas se han conformado construcciones socio-históricas sobre lo femenino y lo masculino que reproducen patrones de comportamiento y relaciones marcadas por asimetrías de poder, con variadas implicaciones sociales, económicas y políticas. Es evidente que en el mundo del siglo XXI persiste la desigualdad y la exclusión social por motivos de género, y en no pocos casos estas desigualdades generan entornos de violencia, a veces muy naturalizados.
El enfoque de género permite analizar e interpretar un tipo de relaciones sociales específico, las relaciones entre hombres y mujeres, que se expresan en variados contextos institucionalizados (familia, escuela, empleo, entre otros), estructurando dinámicas de jerarquización y subordinación de poder. El sexo y el género diferenciados es el primer principio básico del enfoque crítico entre los sexos en la teoría social de género.
En las últimas décadas se ha despertado un interés por parte de las Ciencias Sociales y de los estudios de género por el modo en que la desigualdad se expresa en las relaciones de pareja heterosexuales a partir de la observación de que, si bien la igualdad jurídica ha logrado reducir considerablemente la vulnerabilidad social de las mujeres, las relaciones entre ellas y los hombres siguen estando notablemente influidas por los valores que tradicionalmente han mantenido una cultura patriarcal y sexista, lo cual genera una situación de desequilibrio en el modo en el que se experimentan y organizan las relaciones afectivas entre los sexos. Estas maneras de relacionarse, además, a menudo están en el origen de las manifestaciones de violencia por motivos de género.
Es común encontrar cómo en la toma de decisiones domésticas prevalecen actitudes patriarcales que consideran de mayor valor la situación social del hombre con respecto a la mujer, lo que está determinado, entre otros factores, por el control de los ingresos y los bienes del hogar. La dominación masculina aparece en discursos, refranes, proverbios, en el arte, en las actividades sociales, en la estructuración de los espacios y en la organización del tiempo.
Mediante comportamientos e instituciones sociales como el matrimonio, la división del trabajo, o las relaciones de parentesco, se asimilan y naturalizan dichas asignaciones. Diferentes papeles, responsabilidades, tareas y poderes son asignados a mujeres y hombres de acuerdo con lo que se considera “apropiado” para cada sexo. Los roles y responsabilidades son aprendidos, mutables con el tiempo, y variables dentro y entre la cultura.
Con esas asignaciones se generan conflictos, incomprensión, desentendimientos que ocurren en las relaciones de pareja y llevan la sumisión de la mujer a nivel de inferioridad con el hombre. Diversas investigaciones realizadas en Cuba en las últimas décadas refieren cómo estas manifestaciones de desigualdad aparecen también en jóvenes parejas heterosexuales. Esta sistematización propone un incipiente marco teórico para el análisis de estas relaciones de pareja, pero centra su atención en las desigualdades de género más comunes en noviazgos en el entorno universitario, según un grupo de investigaciones de referencia que serán enumeradas más adelante.
La teoría en contexto
La comprensión del mundo desarrollado en términos masculinos ha sido la característica predominante que ha centrado la perspectiva histórica de las ciencias sociales y, dentro de ellas, la de la Sociología. Este androcentrismo ha estado presente desde el surgimiento de la Sociología en las obras de los primeros pensadores del siglo XIX[i], que abogaban por un equilibrio social y por el mantenimiento del orden y el progreso de la sociedad a expensas de la sobrevaloración de la figura masculina y en detrimento del papel subordinado y dependiente de la mujer.
Generalmente, solo se reconoce a la mujer en el ámbito familiar, cumpliendo con su rol de esposa y madre, reduciendo así su lugar en la sociedad a la actitud pasiva que se espera de ella al interior del hogar. Los primeros sociólogos no se mostraron interesados por estudiar las olas feministas que, a mediados del siglo XIX, estaban en pleno auge en Europa y Norteamérica principalmente.
Más tarde, la Sociología empezó a abordar temáticas en torno al género[ii], reconociendo que ello permitía una mejor comprensión de la diversidad en las relaciones sociales, económicas, políticas y culturales establecidas entre hombres y mujeres. Las primeras ideas acerca de la diferenciación de género en la teoría sociológica aparecen ya en su padre fundador: “(…) la igualdad de los sexos es contraria a la naturaleza. Las mentes de las mujeres son indudablemente menos capacitadas que las nuestras para realizar generalizaciones de amplio alcance o llevar a cabo largos procesos de deducción […] menos capaces que nosotros para realizar un esfuerzo intelectual abstracto”[iii].
Analizando sus postulados se puede apreciar que este autor no concibe a la mujer fuera del espacio doméstico, ni fuera de la dominación masculina, siendo consecuente con su visión positivista al declarar que la división sexual del trabajo no se puede cambiar porque está en concordancia con las leyes naturales. En lo relativo a la relación entre los sexos en el matrimonio, la teoría de Spencer clasifica en la posición androcéntrica, la evolución en la sociedad.
Dentro de la gama de ideologías fundadoras de la Sociología se destaca el pensamiento marxista, por la importancia del análisis de las desigualdades entre los sexos en el análisis de las desigualdades sociales. Desde una perspectiva económica y social se argumenta que en la sociedad capitalista las desigualdades entre los sexos se dan fundamentalmente en la forma en que se accede a la propiedad y al salario. Los estudios del marxismo acerca de la situación de la familia y la mujer dentro de la sociedad y la explotación a que son sometidas, sentaron las bases para el futuro desarrollo de teorías acerca de la desigualdad de los géneros.
Marx y Engels estudian a la familia como institución social y analizan las relaciones entre mujer y hombre en cada uno de los tipos familiares conyugal pasa para él por la condición de reclusión femenina en la familia, que él infiere mejora el trato del hombre a la mujer al aliviarla de todas las cargas pesadas de la vida pública primitiva, concentrándola en las actividades domésticas, que afirma son propias de su sexo. Como resultado de la aparición de la propiedad privada sobre los medios de producción, afirman, aparecen también los rasgos de la transmisión de la herencia por vía paterna, pasando el hombre a ocupar el lugar dominante dentro de la familia y relegando a la mujer a un plano secundario. En ese sentido, argumentan que la primera forma de división social del trabajo fue la que se produjo entre los sexos[iv]. He aquí uno de los aportes principales, pues se reconoce el problema de la subordinación de la mujer, no por constitución biológica, sino debido a un orden social que se transmite de generación a generación, cuyo fundamento relacional es el de la subordinación del sexo femenino dando lugar a la perpetuación del patriarcado.
La familia, como célula básica de la sociedad, ha sido tradicionalmente una esfera que mantiene estrecha relación con todos los fenómenos que se desarrollan en ella. Su receptividad de las políticas sociales, su papel en la reproducción social y las múltiples funciones que cumple para la sociedad y hacia sus miembros le han otorgado una posición favorecida en cualquier análisis que se realice. La salida de la mujer al espacio público y al mundo del trabajo las llevó a que alcanzaran no solo su independencia económica –contribuyendo a elevar los ingresos y a mejorar las condiciones de vida de su familia- sino también a su independencia psicológica, su autonomía y libertad, y a una mayor riqueza en el desarrollo de sus intereses.
Así, en el siglo XXI, la mujer ha devenido en un ser más libre en la selección de su pareja, más plena en el disfrute de su relación sexual, las relaciones con su compañero se fundamentan más en lazos afectivos que económicos, intensificándose más el respeto y la consideración mutuos. De igual forma, la incorporación social de la mujer le ha posibilitado formas más enriquecedoras de asumir el rol de madre y esposa facilitándole un mejor intercambio y comunicación familiar, una participación más activa en las decisiones familiares y hasta la libre determinación sobre la disolución de su relación de pareja en caso de que esta haya perdido sentido[v].
Sin embargo, la desigual participación en las actividades del hogar según el sexo se reproduce también en las nuevas generaciones y desata contradicciones, desigualdades de poder que se posicionan en el origen de múltiples tipos de violencias, sobre todo de las manifestaciones de violencia psicológica.
La mujer continúa siendo la principal responsable de la realización de las tareas domésticas y la educación de los hijos. Es decir, se mantiene la división sexual del trabajo doméstico donde lavar, limpiar, cocinar, arreglar la casa, etcétera, son obligaciones femeninas mientras la representación masculina del hogar dedica muy poco tiempo a estas actividades. Todo ello favorece que se vea inmersa en una doble jornada de trabajo trayendo repercusiones negativas en otras áreas de su vida social y familiar tales como su recreación y disfrute personal o la posibilidad de ocupar cargos de dirección u otras responsabilidades en diferentes esferas de la economía.
La preparación para la vida en pareja, como parte de la preparación general para la vida, es concerniente a toda la sociedad, pero en ella, la familia tiene un papel relevante dado su función educativa, socializadora, donde se trasmiten normas, valores, patrones de conducta, desde la más temprana infancia. En la actualidad, existen numerosos estudios en los que se demuestra la influencia que tiene la familia de origen en la relación marital o de pareja. De ahí, el papel fundamental de la socialización, puesto que los padres constituyen el primer modelo a seguir por los hijos, modelo de las relaciones de pareja, del ser hombre, ser mujer, etcétera. Al respecto, la profesora e investigadora Clotilde Proveyer expresa que en la familia aprendemos los atributos identitarios de lo femenino y lo masculino, así como incorporamos las diferencias en los recursos de poder y la asunción de responsabilidades de ambos géneros[vi].
En muchas familias aún se educa en la desigualdad, en roles estereotipados que no preparan para la convivencia y las demandas sociales que el mundo contemporáneo reclama. En el presente siglo, las mujeres van sintiendo cada vez más la exigencia de un desempeño social no solo por el aporte económico para su vida personal y familiar sino para su realización social, pero lo cierto es que para ello aún no están preparados ni los unos ni las otras. Ellas continúan polemizando entre una identidad con la cual no están conformes, pero no se atreven a abandonar, y una identidad nueva que las asusta.
Las mujeres que tanto han avanzado en la vida social, profesional y política -con características específicas para cada contexto- no lo han hecho mucho en la vida íntima. Proclaman una igualdad social, pero viven en un sometimiento privado. Este hecho puede originar dificultades comunicativas en la pareja, depresión, problemas de autoestima, y derivar en un estrés familiar y amoroso, para lo cual se imponen nuevos retos de análisis y acción, tanto para los cientistas sociales como para la sociedad en general.
¿Qué dicen las investigaciones?
Un rápido recorrido por un conjunto de investigaciones[vii] y otros trabajos publicados en medios de comunicación entre 2010 y 2021 confirman cómo la persistencia de los estereotipos de género en parejas de jóvenes estudiantes universitarios mantiene a las muchachas en una posición de desventaja social respecto a los hombres, quienes las ponen generalmente en posición de víctimas[viii].
A continuación, se enumeran las principales características de estas relaciones de pareja, coincidentes en esos estudios, y relacionadas con la aparición de manifestaciones de violencia:
- Existe, por lo general, desbalance en la distribución de las tareas domésticas en detrimento de las mujeres en aquellas parejas que convivían de manera habitual, ya fuera en una vivienda o en becas universitarias, a pesar de que ambos integrantes cursaban estudios similares y tenían horarios y responsabilidades comunes.
- En este sentido, no se registró una tendencia mayoritaria a la insatisfacción con la situación; lo que indica que estos aún son roles que se asumen de manera naturalizada por ambos sexos.
- Las conductas violentas no son percibidas como tales, ni por las víctimas ni por los agresores, debido a que a menudo suelen confundirse con verdaderas muestras de amor e interés.
- Entre manifestaciones de violencia más mencionadas predominaron las de tipo psicológico, entre ellas las ofensas, las humillaciones, la negación de la palabra o largos periodos de silencio tras una discusión. Igualmente se mencionó la existencia de críticas, humillaciones o chistes descalificativos, básicamente por parte de ellos.
- También se identificaron manifestaciones de violencia física como caricias no deseadas o la exigencia de determinadas prácticas sexuales o de relaciones sexuales en momentos en que las muchachas referían “no tener deseos” (violación en el noviazgo).
- Se refieren manifestaciones de control (violencia sutil) asociadas a los celos, que involucran el que ellos decidan sobre la apariencia, la ropa, las amistades (incluidas las que se establecen a través de redes virtuales), la socialización tecnológica y los horarios de vida de sus parejas femeninas.
- Se percibieron, aunque en menor medida, estrategias de aislamiento de las víctimas de sus redes habituales, lo que permite a quienes ejercen el maltrato tener mayor control.
Recomendaciones para seguir trabajando
Al sistematizar y resumir los criterios de los autores consultados y compararlos con los resultados de la sistematización, se constata que los estereotipos de género son ideas preconcebidas, moldes de comportamientos, cualidades y actitudes asignadas socialmente a cada persona en función de su sexo, que son aprendidos en la infancia y se encuentran en permanente renovación. A su vez, se erigen como elementos de socialización y tratan de legitimar, apoyar o justificar la situación de dependencia, de subordinación y de desigualdad en la que se encuentran las mujeres.
Por otro lado, se comprueba que la toma de decisiones en estas parejas -aun cuando se vieron algunos pasos de avance- continúa siendo un elemento en el que se privilegia la opinión del sexo masculino, ratificándose como el sexo dominante.
Para Almodóvar, un reto importantísimo que confirman estos estudios es la necesidad de seguir trabajando en función de desmontar “la mística de la masculinidad violenta”[ix] y en la búsqueda de nuevos mecanismos que limiten el paso de estos estereotipos a las nuevas generaciones, que deben recibir una educación bajo paradigmas diferentes y en pos de una cultura de paz que paute su actuar en el futuro. Se considera que la educación juega un papel importante ya que, como refiere Lourdes Fernández Rius, la perpetuidad o el desmontaje de valores patriarcales tienen su ocurrencia esencialmente a través de la educación, institucionalizada o no[x]. Educar en valores incluye, irremisiblemente, la necesidad de educar desde una perspectiva de género.
[i] Dentro de ellos se encontraban sus padres fundadores Augusto Comte, Emile Durkheim, Herbert Spencer, entre otros.
[ii] Esta categoría explica el proceso de construcción sociohistórica de las diferencias sociales, culturales y psicológicas apoyadas en las diferencias biológicas, según Proveyer, C. (2005). Selección de lecturas de Sociología y políticas de género. La Habana: Editorial Félix Varela.
[iii] Comte, citado por Ritzer, G. (2003). Teoría Sociológica Contemporánea. La Habana: Editorial Félix Varela
[iv] Engels, F. (1972). El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. La Habana: Ediciones Políticas, Editorial Ciencias Sociales.
[v] Álvarez, M. (1999). “Género y Familia en Cuba”. En: Diversidad y complejidad familiar en Cuba. Centro de Estudios Demográficos y Centro Iberamericano de Estudios sobre Familia, La Habana.
[vi] Proveyer, C. (2005). Selección de lecturas de Sociología y políticas de género. La Habana: Editorial Félix Varela.
[vii] Para esta sistematización se trabajó con las siguientes investigaciones: Romero, M. (2014) “Violencia de género en el noviazgo de estudiantes universitarias”. Departamento de Sociología, Universidad de La Habana; Orbea, M. (2018) «Relaciones de pareja de estudiantes angolanos de la Universidad Central “Martha Abreu” de Las Villas. Un análisis desde las desigualdades de género”, Novedades en Población No. 28, julio-diciembre; Trinquete, D.E. (2019) “#Acoso al alcance de un click: aproximación a la violencia de género en entornos digitales”, Ponencia presentada al VII Encuentro Internacional “Infancias y juventudes en América Latina y el Caribe: contextos, experiencias y luchas”; Ramos, Y. y López, L. (2021) “Afrontamiento a la violencia en el noviazgo: reto y compromiso de la universidad médica cubana”. EDUMECENTRO, 13(2), 301-306; Ramos Y. y López, L. et al (2021) “Percepción de violencia en el noviazgo: un acercamiento a su análisis en estudiantes de medicina”. MediSur, 19 (1); Lavin, M. y Pineda, B. et al (2021) “Violencia de género en jóvenes universitarias: Una aproximación necesaria”. Revista Cubana de Psicología, 3 (3).
[viii] Romero, M. (2014) “Violencia de género en el noviazgo de estudiantes universitarias”. Departamento de Sociología, Universidad de La Habana
[ix] Ídem.
[x] Fernández, L. (2005). Género, valores y sociedad. Una propuesta desde Iberoamérica. España: OEI.