La interrelación entre las enfermedades y la violencia de género es mucho más compleja que lo que una mirada simplista puede ofrecer. Por ejemplo, no se trata solamente de que una mujer enferma reciba, además, una agresión física por parte de su pareja. Se trata de cómo el maltrato se deriva, en muchos casos, de que ese esposo o pareja no tiene paciencia para la queja frecuente y las limitaciones lógicas que impone un proceso patológico. Y estas serían, apenas, las causas y consecuencias más visibles; pero si analizamos las causas de las causas, el problema es mucho más amplio y complejo.
La violencia se manifiesta de diferentes formas y puede tener diversas clasificaciones. Por ejemplo, puede ser física, psicológica, sexual, económica, patrimonial, simbólica e incluye también al bullying o acoso escolar, al mobbing o violencia laboral y a la más reciente ciberviolencia. Si bien todo ser humano -incluso desde una mirada más amplia, todo ser vivo y hasta el medio ambiente- puede ser víctima de alguna o varias de ellas, sin lugar a dudas las mujeres han sido, y desgraciadamente aún son, quienes con mayor frecuencia y agudeza la sufren.
La violencia de género se manifiesta en múltiples espacios bio-psico-sociales, lo que hace imprescindible para su atención un enfoque holístico que permita visibilizar las interrelaciones múltiples entre sus componentes y sus formas de manifestarse. Esto quiere decir que va más allá del maltrato de un hombre abusador, en pleno ejercicio de ese mandato patriarcal tradicional que le impuso desde niño la sociedad; e incluso, que también ese hombre es víctima de ese sistema de creencias heredado, que lo marcará negativamente durante toda la vida, afectándolo no solo a él, sino a su familia y a su entorno.
Las inequidades sociales, heterogéneas y múltiples, constituyen también una causa de violencia de género, por la cual sufren intensamente las mujeres en una intensidad directamente proporcional a su grado de vulnerabilidad. En este caso particular clasifican las enfermas crónicas, o las que viven la difícil etapa del climaterio y la menopausia, donde muchos síntomas se intensifican y aparecen otros.
Sobre todo, en un contexto en que la primera causa de mortalidad en el mundo, las enfermedades cardiovasculares, que hasta ahora eran más frecuentes en las personas del sexo masculino, han dado un salto y comienzan a liderar las causas de morbimortalidad en las mujeres, junto a las temidas enfermedades oncológicas. No hay que pensar mucho para suponer la tragedia humana que se produce cuando coinciden múltiples intersecciones en una mujer enferma, por ejemplo: envejecida, con limitaciones económicas serias, perteneciente a una minoría discriminada, bisexual o lesbiana, con varios hijos o nietos a su cargo, sola o con un marido prepotente, machista, abusador y alcohólico. En este caso, no vale el mejor tratamiento médico disponible para mejorarla; las causas de su mal van mucho más allá.
Si tomamos al azar para el análisis, por ejemplo, a la hipertensión arterial, enfermedad muy frecuente y causa a la vez de otras complicaciones -generalmente todas graves y que acortan de una forma muy significativa la supervivencia-, observamos que la carga genética es muy importante: heredamos la predisposición de nuestros padres y ellos a su vez lo hicieron de las generaciones que los antecedieron.
Pero, cuando en los inicios del siglo actual se finalizaba el colosal proyecto del genoma humano, meditábamos que difícilmente las cadenas de ADN pudieran explicar la influencia que las cadenas metálicas tuvieron sobre la población más explotada, en este caso los negros esclavos.
Precisamente, en las personas afrodescendientes la hipertensión arterial tiene características distintivas y es, generalmente, más grave. Entonces, se aplica el concepto de la epigenética, que es el producto de la interrelación del medio ambiente con lo heredado genéticamente. En la hipertensión influyen también aspectos perinatales y, posteriormente, del desarrollo y el crecimiento, como la Señales malnutrición materna y la malaria en embarazadas. ¿Puede negarse la influencia de la violencia de género, más o menos manifiesta, en estas mujeres, que a su vez parirán hijas e hijos con el eco de estas agresiones? ¿No reproducirán estos los mismos patrones de violencia?
Ya se reconoce por la comunidad científica que las desventajas sociales, la discriminación racial, la segregación en las comunidades, la inequidad en el acceso a los servicios de salud, la pertenencia a las minorías étnicas y las migraciones tienen una influencia importante en la aparición y agravamiento de la hipertensión arterial y en la morbimortalidad cardiovascular.
Tomemos otro ejemplo: una mujer que lucha durante toda la vida y durante largos años trabaja, desempeña múltiples tareas en el hogar, se embaraza; es cuidadora de sus hijos, de sus enfermos y de sus ancianos; manifiesta una resiliencia admirable, pero biológicamente todavía tiene entre otros atributos un nivel de hormonas, principalmente los estrógenos, que la protegen desde el punto de vista cardiovascular y óseo. Disfrutar del ocio y de la práctica de ejercicios físicos pudiera fortalecer y evitar el deterioro de sus huesos y músculos en el futuro, pero una vez más no tiene tiempo, porque… está signada por el “mandato” de tener que cuidar a otros.
Cuando ya debía comenzar a recibir la recompensa por tantos años de esfuerzo, esta mujer llega al climaterio, etapa muchas veces difícil con diferentes síntomas y quejas, finalmente a la menopausia y, entre muchas pérdidas, disminuyen los estrógenos -no ayuda mucho que se le suministren artificialmente- y se incrementa la frecuencia y gravedad de la hipertensión arterial y las enfermedades cardiovasculares. Puede ser que su pareja, de una forma más o menos manifiesta, ya no la desee como antes e incluso que prefiera abandonarla en la búsqueda de otra pareja con más juventud y lozanía. La mujer se deprime, abandona los tratamientos con más frecuencia que los hombres y esto condiciona también un declive cognitivo, con más riesgo de demencia, un padecimiento con mayor prevalencia en las mujeres y quinta causa de muerte a nivel mundial.
Si los parámetros biológicos no van bien, se insiste en realizar análisis complementarios progresivamente más complejos, sofisticados y costosos, así como en recomendar tratamientos con diferentes drogas, cada vez más caras y con menos alcance para las mayorías; en tanto se olvida la prevención, la detección y el control de otros factores psico-sociales no menos importantes.
Desafortunadamente, estos aspectos permanecen ignorados u ocultos, no solo para los hombres, las familias, el personal sanitario y las personas en puestos decisores, sino también para las propias mujeres, principales víctimas de esta violencia, también atravesada por el género; más o menos evidente (incluso cuando no la queremos ver) y objetivo de este artículo. Urge contribuir a que busquemos siempre las causas de las causas. Analicemos el témpano completo y no solo el tercio que sobresale en la superficie.