Las masculinidades y feminidades en las que se educa a las personas pueden facilitar conductas violentas, abusos y ofensas, pues se trata de aprendizajes asumidos desde los primeros años que contribuyen a naturalizar y, por tanto, invisibilizar esas formas de agresión.
A las niñas se les enseña que tienen que cuidarse de los hombres y se les educa para reproducir las relaciones de poder asimétricas entre hombres y mujeres, significó la doctora Ivón Ernand, especialista del Centro Oscar Arnulfo Romero, durante el más reciente intercambio del grupo de Telegram AcompaSex, un espacio psicoeducativo de debate sobre temas relacionados con la salud sexual.
Durante el foro, realizado el 14 de octubre en saludo a la campaña por la no violencia contra la mujer, la siquiatra se refirió a una serie de mitos que desvirtúan la realidad e impiden percibir la violencia como tal, al tratarse de argumentos que perpetúan la superioridad de los hombres sobre las mujeres y creencias erróneas que conforman lo peor del imaginario social y se trasmiten de una generación a otra, subrayó.
Cuando un muchacho llama mucho al móvil de su enamorada, la gente suele decir que está loco por ella y lo ve como una expresión de amor, comentó la experta. En cambio, cuando es una mujer quien llama insistentemente, la conducta se valora como negativa.
El ejemplo pone en evidencia el tipo de violencias que se ejerce sobre mujeres y niñas y es contemplada como algo natural, escudada tras una supuesta misión de cuidado y protección de los hombres con respecto a ellas.
La violencia no es natural
“La falta de percepción de la violencia es lo que hace que las personas no la puedan enfrentar o que lleguen a considerar que no existe”, insistió Ernand y explicó que muchas veces ello obedece a procesos de normalización.
Las personas se adaptan a las diferentes formas de expresión de la agresividad, al formar parte de aprendizajes culturales que se propagan y trasmiten, detalló la especialista y expuso como ejemplo el modo en que se han interiorizado las creencias de que los celos son amor, como parte de los mitos vinculados al amor romántico.
Entre ellos están la supuesta existencia de una media naranja, o que la pareja que elegimos está predestinada; también el considerar que al ser pareja se anula la individualidad, o que el amor es entrega absoluta y, por consiguiente, hay que hacer el sacrificio de renunciar a los gustos, las amistades y a todo por la persona amada.
Asimismo, se habla sobre determinadas características de las mujeres maltratadas y los hombres maltratadores, cuando la experiencia demuestra que cualquier persona, por muy profesional o preparada que sea, puede ser víctima de este fenómeno. “No hay características ni justificación, ningún ser humano debe ser violentado en ninguna circunstancia”, subrayaba la experta.
De igual forma, abordó otras creencias, como la de considerar que la violencia sicológica no es tan grave como la física, sin tomar en cuenta que la primera acompaña todas las manifestaciones y puede dañar mucho más que un golpe.
“Hay un elemento que hace que la violencia permanezca y las personas demoren en darse cuenta, y es su carácter progresivo”. Estas conductas no aparecen desde el principio en una relación y, cuando surgen, se minimizan en esas primeras etapas por el enamoramiento.
Ernand se detuvo en el ciclo de la violencia y sus tres fases. La primera, denominada de acumulación de tensiones; la segunda, de explosión o agresión, donde los incidentes van a ser periódicos y pueden terminar en agresiones físicas o la muerte; y la tercera, de reconciliación o luna de miel, durante la cual el agresor se muestra amable, pide perdón, hace promesas, y la víctima decide creerle y continuar la relación.
Esta es la etapa perpetuadora del ciclo, apuntó y comentó que hay mitos que contribuyen a su persistencia, como el que reza que “el amor todo lo puede”. Al sentimiento se le atribuye la posibilidad del cambio del agresor y, bajo esa idea, se le perdona y justifica.
El usuario Karel Bermúdez, no obstante, manifestó que hay casos en los que una persona que creció con carencias afectivas y en un ambiente hostil, es capaz de cambiar de actitud por el amor de su pareja.
Frente a ello, la especialista del Centro Oscar Arnulfo Romero advirtió que siempre hay que tener en cuenta que el amor significa libertad y respeto. “Hay que enseñarle a la gente que, por mucho que se quiera, hay formas de amar que no son adecuadas, que son negativas. Cuando algo me duele, cuando siento que mi pareja es irrespetuosa con mis ideas, entonces tengo que empezar a preguntarme si eso no es realmente una conducta violenta solapada”, añadió.
Sobre ese particular, describió que cotidianamente podemos estar en presencia de violencias como los denominados micromachismos o microviolencias, por lo general poco percibidas y que resultan muy nocivas, por sus mecanismos encubiertos de coacción.
Aunque lleven el prefijo micro no son ni pequeñas y mucho menos blandas y laceran profundamente, agregó. Ejemplo de ello son la no participación en lo doméstico, las críticas a la manera en que se realizan los cuidados y los quehaceres del hogar, empleadas para degradar a la mujer.
También cuando las manipulan emocionalmente (“no haces esto porque no me quieres”), les controlan el tiempo y el dinero, las seudoapoyan o las culpan a ellas por sus actitudes agresivas.
“Hasta el silencio es una de las formas de violencia entre las parejas”, agregó la forista Aidee Rodríguez.
A juicio de Ivón Ernand, romper con un ciclo de violencia no es fácil y eso revictimiza a las mujeres. “Las personas dicen: ‘¿qué hace ahí? ’, ‘¿por qué se queda? ’. Es muy difícil, porque las mujeres en una relación violenta tienen que hacer muchos duelos: por la familia que se va a desestructurar, por la pérdida del hombre del que se enamoraron, por las consecuencias, por los hijos, por el deterioro de la autoestima…”, acotó.
Precisamente, este último es uno de los mecanismos para perpetuar la agresión: deteriorar la autoestima, culpar a la mujer, además de que suele haber una dependencia afectiva y económica muy grande, todo lo cual conduce a una pérdida de la capacidad de reacción.
La educación resulta clave para hacer frente a este fenómeno, coincidieron quienes participaron en el intercambio y en especial la doctora Ernand, quien aludió a la necesidad de comenzar por sensibilizar a las personas sobre estos temas y después educarlas.
“No es fácil desestructurar siglos de pensamiento que favorecen la permanencia de la violencia y la relación de desigualdad entre mujeres y hombres”, indicó.
Hay que educar a ambos desde edades tempranas, para que la violencia desaparezca paulatinamente; cambiar las maneras en que se enseña a ser hombre y mujer; educar a quienes, en el ámbito policial o judicial, las revictimizan, cuando no toman en serio sus denuncias o las cuestionan, entre otras actitudes. Eso es fundamental, sostuvo