¿Son manifestaciones de violencia algunas de las aparentemente insignificantes presiones
cotidianas que ocurren al interior de las parejas o en al interior de las familias? ¿No exageramos
cuando queremos ver, en casi todo, un preludio de la violencia? En busca de respuestas y
precisiones, No a la Violencia conversó con las investigadoras Mareelen Díaz Tenorio, máster en
Psicología Social del Grupo de Reflexión y Solidaridad Oscar Arnulfo Romero (OAR) y la socióloga
Magela Romero Almodóvar, máster en Estudios de Género y Sociología, y profesora de la
Universidad de la Habana. También interrogamos a la joven estudiante de Comunicación Yanelys
Hernández Cordero, quien recientemente ganó, como parte de su activismo contra la violencia de
género, una beca para el programa de jóvenes líderes de la organización internacional Women
Deliver, que desde 2007 lucha por una mayor inversión, mayor voluntad política y la mejora de la
salud general de las niñas y las mujeres.

¿Se pueden considerar manifestaciones de violencia esos pequeños maltratos cotidianos
que a veces pasamos por alto? ¿Cuáles son las más frecuentes?

Mareelen Díaz Tenorio: Aunque no se puede generalizar, existen expresiones de violencia
cotidiana, a menudo imperceptibles para la mayoría de las personas, pero que están reflejando
expresiones de poder, y muy frecuentemente modos de dominio masculino sobre las mujeres.

Teóricos como el argentino Luis Bonino las identifican como micromachismos, pero tienen mayor
alcance. Pueden manifestarse como críticas, silencios, miradas condenatorias, pero también la
falta de participación masculina en el trabajo doméstico y en el cuidado de hijas e hijos, o de
personas enfermas. Ese asumir de manera “natural”, “evidente” o “normal” que ocuparse de esos
asuntos es “problema de mujeres”, es una forma de violencia. Otros ejemplos son el control sobre
el dinero y el tiempo de las mujeres, la descalificación y desvalorización, la manipulación
emocional.

Magela Romero Almodóvar: La violencia siempre supone una relación de poder. Y claro, la
violencia de género tiene su origen en el patriarcado como sistema de poder, que se expresa en la
dominación del hombre sobre la mujer y de los mayores sobre los menores. En ese contexto,
muchas maneras de relacionarse en la cotidianidad entrañan relaciones de poder y, por tanto, el
ejercicio de una violencia llamada, a veces, sutil o también microviolencia. Una definición muy
completa la ofrece el argentino Luis Bonino, para quien: “son modos larvados y negados de
dominación que producen efectos dañinos que no son evidentes al comienzo de una relación y que
se van haciendo visibles a largo plazo”. No porque sean sutiles, estas manifestaciones son de
menos interés e importancia, ya que ellas pueden resultar tan dañinas como un golpe, y de igual
manera dejar huellas profundas y significativas en la vida de las personas.

Yanelys Hernández Cordero: Cualquier acción que restrinja y violente de manera reiterada la
autonomía y el equilibrio psíquico de las personas, atentando además contra sus derechos o las
relaciones democráticas dentro de la familia, puede responder al concepto de violencia sutil.

Existen formas de violencia que a menudo no parecen tales y son vistas como comportamientos
cotidianos, naturales. La mayoría de las veces, las víctimas de este tipo de maltrato no identifican
que están siendo violentadas, debido al desconocimiento que poseen sobre el asunto.

¿Sólo pueden apreciarse estas formas de violencia en el hogar o también ocurren en otros
contextos? ¿Qué consecuencias pueden tener?

MDT: Estas formas de violencia, que parecieran no serlo, también ocurren en otros sitios, en tanto
comportamiento cotidiano, y llevan en sí la discriminación y el ejercicio del poder. Son comunes en
espacios laborales, educativos y a través de los medios de comunicación social, en los que se
denigra la imagen de las personas y se transmiten mensajes discriminatorios. A veces se expresan
en gestos, frases cortas, silencios acusatorios que invisibilizan la discriminación y el maltrato. Para
identificarlas hay que visualizar, con sentido de justicia, los derechos de las personas. Hay que
develar las consecuencias de las violencias sutiles en la autonomía personal, la autoestima, la
capacidad de decisión y la estabilidad psicológica. Las consecuencias más directas se ubican en el
daño a la estabilidad psicológica de los seres humanos. Una consecuencia menos evidente, pero
muy importante, es su contribución a impedir el establecimiento de relaciones democráticas al
interior de las familias o de grupos de personas, colectivos laborales, etcétera.

MRA: Las mujeres son las principales víctimas de estos actos, generalmente inadvertidas o
naturalizadas ante la aceptación cultural de una supuesta “inferioridad femenina”. Pero pueden
ocurrir en cualquier entorno: desde el trabajo hasta la escuela, y asumen formas muy diversas.

Pueden ir desde la burla hasta la discriminación o un sutil acoso laboral; desde una mirada hasta una frase “cariñosa” que sirva para manipular el comportamiento; hasta el silencio o el desprecio.

Un elemento vital para su identificación es la desigual posición del victimario y su víctima ante el
poder y el uso -o abuso- que hace de este quien lo detenta. El principal impacto de esas pequeñas
violencias radica en el malestar que provoca para las víctimas, a menudo inconscientes del
maltrato a que están expuestas. De este modo y con el tiempo, estos sucesos se convierten en
prácticas cada vez más frecuentes, que dificultan el establecimiento de una cultura de paz y el
funcionamiento armónico de cada colectivo y, por tanto, de la sociedad.

YHC: Es más común de lo que muchas veces se reconoce, sus expresiones no siempre se
visualizan, suelen considerarse normales y cuentan con la aprobación social. En Cuba tienen una
alta incidencia en tanto formas de violencia psicológica, la cual, confirman investigaciones, es la
forma de maltrato más frecuente en la isla. Llega a afectar la autoestima de las víctimas, que a
menudo no las identifican como una agresión. En muchos casos se van agravando y pueden
terminar desencadenando, incluso, violencia física.

¿Por dónde debe encaminarse la prevención y enfrentamiento de este tipo de maltrato?

MDT: Si hablamos de que la violencia sutil es poco perceptible y sostenida por la costumbre y la
tradición en la cotidianeidad, la desinformación constituye uno de los más fuertes pilares para su
reproducción. Identificarla, visualizarla en sus causas y consecuencias es la vía para combatirla.

Urge trascender el mundo privado de las relaciones interpersonales. Se necesita educación y
aprendizaje. No se puede pretender eliminar o disminuir la violencia sutil con más violencia. La
alternancia de roles de víctimas y victimarios/as en su circularidad, implica la necesidad del
aprendizaje para todas las personas independientemente de la edad y el sexo. Es necesaria la
educación de formas de comunicación positiva, no violenta; y urge desarticular concepciones
erróneas e injustas sostenedoras de relaciones de poder asimétricas que dañan a las personas,
con muy alta frecuencia a las mujeres.

MRA: La vigencia de la cultura machista y el desconocimiento de las formas en que podemos
transformarla obstaculizan el proceso de erradicación de esas violencias. Se debe continuar
visibilizando la violencia sutil como un fenómeno social complejo, de gran incidencia e impacto en
la cotidianidad.

YHC: La violencia que tiene lugar en las familias o en otros colectivos de personas es un problema
enraizado en patrones culturales, por lo tanto, el camino para prevenirla y enfrentarla pasa por
visibilizarla, por poner en práctica estrategias de comunicación que revelen todos sus impactos y
sus complejidades. Es muy importante trabajar con las personas, desmontar las prácticas
cotidianas al interior de las familias y los diversos mitos asociados a ellas.

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