Históricamente, la heterosexualidad ha sido el modo de ser hegemónico y aceptado de manera generalizada, y todo lo que rompe con ese esquema tiende a ser señalado y estigmatizado, o peor, excluido y violentado. ¿Cómo se manifiesta ese fenómeno en la sociedad cubana actual y qué caminos seguir para romper con ese mandato patriarcal? Tres activistas que estudian el tema desde diversas posiciones comparten sus opiniones con No a la Violencia: Teresa de Jesús, filóloga, coordinadora nacional de las Redes de Mujeres Lesbianas y Bisexuales del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex) y especialista principal de su editorial; Gustavo Valdés, también especialista del Cenesex y coordinador nacional de la red HSH (hombres que tienen sexo con Hombres) y Yadiel Cepero, estudiante de la Universidad de Ciencias Informáticas e integrante de la Red de Jóvenes por la Salud y los Derechos Sexuales del Cenesex y de la Articulación Juvenil por la Equidad Social del Centro Oscar Arnulfo Romero (OAR)
¿Cómo perciben, desde sus radios de acción, la violencia hacia la comunidad LGTB?
Teresa de Jesús: Esa violencia salta a la vista a partir del irrespeto que suelen recibir las personas LGBTI (lesbianas, gays, bisexuales, transgénero e intersexuales). No se reconocen a nivel social como ciudadanos con derechos, como cualquier otro habitante del país. No existe conciencia clara de que estamos hablando de personas que cumplen sus deberes y merecen que se reconozcan sus derechos. La vulneración de los derechos es la primera violencia, también el silencio en el caso de las mujeres lesbianas; y la agresividad que se produce a nivel verbal o físico hacia personas homosexuales, transgénero o bisexuales.
Existen investigaciones sobre personas trans y homosexuales, sobre todo masculinos, pero hay muchos vacíos en la investigación de la homosexualidad femenina, no se conoce lo que sucede con las mujeres lesbianas. Y no solo se trata de investigar, también existen vacios legales para el tratamiento a estas personas.
Gustavo Valdés: Pocas personas tienen información para medir la magnitud de la violencia contra las personas LGBT en Cuba. La falta de cifras oficiales, la escasa información y la normalización de muchas formas de violencia hacen que el panorama no se vea claro y se preste a todo tipo de especulaciones. En lo personal tengo claro que la comunidad LGBT sufre de violencia y violación de derechos en el espacio familiar, escolar, laboral, institucional y donde quiera que lo analicemos un poco. Lo peor es que, en muchos casos, esa situación se acepta como “normal”, tanto por las víctimas como los victimarios. Es “normal” que en la familia se prive de sus derechos sexuales a alguien porque su orientación no es la de la mayoría, es “normal” que en muchos centros de trabajo o estudio los homosexuales sean objeto de burlas, malos tratos o que no se les tome en cuenta para desempeñar cargos de determinado nivel, o que para reconocerles sus méritos deban esforzarse mucho más que el resto de sus compañeros.
En cuanto a las manifestaciones de violencia más evidentes o más reconocidas por la población, hay opiniones encontradas: unos consideran que en Cuba no hay crímenes de odio y otros piensan que han sido invisibilizados por esa falta de cobertura mediática a los hechos violentos. Hay una estadística no oficial que dice que de cada tres crímenes que se cometen en nuestro país -que tampoco tenemos idea de cuántos pueden ser- uno involucra a un hombre que tiene sexo con otro hombre (HSH) como víctima o perpetrador. Sobre qué sucede con las lesbianas o personas trans, no hay idea y ni siquiera sabemos si esa estadística está tan mal enfocada como otras y considera a las personas trans dentro de la categoría de HSH. Estos crímenes no siempre se cometen por causa de la orientación sexual o identidad de género, pero en muchos casos sí ocurren aprovechándose de condiciones relacionadas con estas. El hecho de mantener relaciones ocultas, casi en condiciones de clandestinidad, o de que muchas personas LGBT mantienen poco o ningún contacto con familiares o vecinos debido a la homofobia, facilita la ocurrencia de tales delitos.
Otra estadística –esta sí oficial, publicada en el sitio de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI)- nos dice que el grupo de HSH es el segundo que más violencia física o sexual recibe por parte de sus parejas (12 % de la población HSH encuestada). Solo les aventajan las mujeres negras, con 13,9
por ciento. Y otra vez se nos quedan fuera las mujeres lesbianas, las personas trans o cualquier otra manifestación de la diversidad sexual.
Esa misma encuesta arroja interesantes resultados sobre la discriminación a que son sometidos los HSH. Resulta que 50 por ciento de los cubanos refiere altos o medios niveles de discriminación que se manifiestan a partir del desacuerdo con la unión legal entre personas del mismo sexo o de referir no estar dispuesto a convivir bajo el mismo techo con un hombre que tiene sexo con otro hombre.
Aún son débiles nuestros instrumentos para ver o medir la violencia y violación de derechos contra un grupo de cubanas y cubanos que pueden ser cerca del 10 por ciento de la población del país. No tenemos idea de la magnitud del fenómeno y, cuando se reciben denuncias al respecto, en muchos se desestiman precisamente por la orientación sexual o identidad de género de quien realiza la denuncia. Quien quiera evaluar el impacto personal de la violencia en las personas LGBT solo tiene que compartir con ellas, escucharlas. En la mayoría de los casos, están deseosas de sacarse de adentro ese dolor que queda cuando se les ha hecho daño por ser quienes son.
Yadiel Cepero: La violencia hacia personas LGBTI se manifiesta en Cuba de múltiples formas, como expresión de una sociedad machista y patriarcal, donde muchos de los derechos sexuales (que son derechos humanos universales e inalienables) no son reconocidos o no están debidamente protegidos en la ley.
Si bien no existe en nuestro país un registro estadístico nacional sobre la violencia, que evidencie la magnitud exacta del problema, hay estudios parciales y vivencias que demuestran su existencia. Me atrevería a decir que la violencia verbal es quizás la más recurrente. Prácticamente desde la niñez debemos aprender a lidiar con los insultos, ofensas, comentarios sexistas, etcétera.
En sentido general, una parte considerable de las personas LGBTI, durante la niñez, hemos sido víctimas de acoso escolar por parte de nuestros compañeros de aula e incluso del personal docente, motivo por el cual muchos abandonan los estudios en edades tempranas, sobre todo en el caso de los niños trans. A ello se suma que en muchas instituciones educativas del país se establecen reglamentos internos que limitan la expresión de la identidad.
Las mujeres lesbianas, a quienes no se les permite el acceso a la fertilización asistida (aun cuando estén biológicamente capacitadas para tener hijos y lo deseen) en tanto mujeres, no escapan de la posibilidad de ser víctimas de violencia física, psicológica, acoso laboral, violencia económica y/o patrimonial.
Aquellas personas cuya expresión o identidad de género se aparta de los patrones hegemónicos de masculinidad y feminidad, con frecuencia son rechazadas al optar por un empleo en el sector estatal o privado.
Por otra parte, los medios de comunicación continúan siendo multiplicadores de la violencia simbólica y refuerzan la discriminación. Es necesario destacar que al no ser reconocidas legalmente las uniones entre personas del mismo sexo, con frecuencia se dan expresiones de violencia patrimonial, al no existir una vía legal para tramitar la división de los bienes adquiridos en común. Es un tema sobre el que hay que poner la mirada y resolver, teniendo en cuenta que el matrimonio está refrendado en la Constitución de la República de Cuba como un derecho/privilegio de las parejas heterosexuales.
Finalmente, no puedo dejar de mencionar los asesinatos u homicidios de lesbianas, gays, travestis, transexuales y bisexuales que tienen lugar en Cuba por motivo de odio, aunque no se les tipifique así, dado que con frecuencia se les suele tratar como crímenes pasionales.
¿Cuáles identificaría como buenas prácticas acerca de lo que se puede hacer?
TJ: Las acciones de sensibilización que se realizan desde el Cenesex, la conformación de las redes sociales, la capacitación de activistas que luego puedan replicar lo aprendido en espacios más amplios. Algunas investigaciones que ya se han ido publicado en entornos académicos, la celebración de las jornadas anuales contra la homofobia y la transfobia, pero aún falta mucho por hacer.
GV: Creo que la intención de instituciones como el Cenesex, el Centro Nacional de Prevención de las ITS-VIH/sida y otros, de hacer visible la homofobia como uno de los factores que contribuyen a problemas de salud, ha repercutido sobre todo en el empoderamiento de los colectivos de gays, lesbianas y trans.
YC: Independientemente de que en los últimos años se han diversificado los esfuerzos para prevenir o reducir las manifestaciones de violencia, me gustaría destacar tres experiencias.
La primera de ellas es la Jornada Cubana contra la Homofobia y la Transfobia que impulsa el Cenesex y que arriba este año a su décimo aniversario. Según han informado los organizadores, en esta ocasión sus acciones las guiará el slogan: “Por escuelas sin homofobia ni transfobia” y tendrá sus acciones
centrales en Villa Clara. En años anteriores han puesto la mirada sobre la homofobia y la transfobia en la familia y los espacios laborales.
Otro esfuerzo importante lo constituye la Campaña “Eres Más”, que coordina el Centro Oscar Arnulfo Romero. Esta campaña tiene por objetivo visibilizar la violencia psicológica hacia la mujer, promover su reconocimiento, identificar sus diferentes manifestaciones y graves consecuencias para ella en el marco de la relación de pareja y en los diferentes espacios de relación. Este año se prevé centrar la mirada en la violencia que se ejerce hacia las mujeres jóvenes. En la edición anterior de la jornada por la No Violencia promovida desde la OAR, se visualizó la violencia que se ejerce hacia mujeres lesbianas y trans. Por último, me gustaría destacar la proyección en televisión nacional de la serie “Rompiendo el silencio” y de manera puntual sus capítulos “Secreto” y “Aprensión”.
¿Qué más faltaría? ¿Dónde están las brechas más importantes?
TJ: Creo que el camino fundamental, el primer paso, pasa por la educación. A todos los niveles. Desde la infancia hasta las personas que toman decisiones, para crear conciencia sobre el asunto. Igualmente, se debe trabajar con los medios de comunicación, no solo para visibilizar, sino también para promover conciencia crítica acerca de estas formas de violencia. Se deben promover programas de educación integral de la sexualidad en la escuela, pero también en las comunidades y otros entornos sociales.
GV: Nos gustaría poder enumerar una lista de buenas prácticas en la lucha contra la violencia homofóbica, pero si bien hay una campaña muy presente en la calle y en los medios de comunicación sobre la violencia contra mujeres y niñas, nos falta algo similar para las personas LGBT. Aún queda mucho por hacer para cambiar la forma de pensar de la población y “anormalizar” esas actitudes normalizadas que atentan contra la el pleno ejercicio de los derechos de todos los seres humanos.
YC: Continuar participando en todas las experiencias identificadas como buenas prácticas. En mi caso particular, seguir manteniendo el activismo como integrante de la Red de Jóvenes por la Salud y los Derechos Sexuales del Cenesex y de la Articulación Juvenil del Centro Oscar Arnulfo Romero.
Además, urge denunciar públicamente todas las manifestaciones de violencia y continuar articulando esfuerzos para visibilizar el tema en centros docentes y universidades como la de las Ciencias Informáticas, donde estudio, utilizando espacios que ya existen (Jornada Científica Estudiantil, Festival de Artistas aficionados de la FEU, etcétera) y generando otros. También, realizar una mayor incidencia en las redes sociales y otros entornos digitales con los que se identifican las nuevas generaciones y que constituyen importantes espacios de socialización.