El acoso es una expresión de violencia y lo sufren las mujeres en múltiples espacios públicos. Despierta airadas polémicas, pues suele ser justificada con mitos y estereotipos patriarcales diversos. Bajo el nombre Evoluciona y el llamado El acoso te atrasa, este año Jornada Cubana por la No Violencia hacia las Mujeres y las Niñas centró su campaña comunicativa en este fenómeno. Para reflexionar acerca de los desafíos que implica visibilizar el tema en la sociedad cubana, No a la Violencia invitó a cuatro profesionales del campo de la comunicación: Mayra García Cardentey, periodista y directora de la revista Alma Mater, la comunicadora Tamara Roselló Reina y la psicóloga Yohanka Valdés Jiménez, ambas especialistas del Centro Oscar Arnulfo Romero (OAR), que decidieron responder las preguntas “a cuatro manos” y la joven periodista de Cubadebate y activista en las redes sociales, Ania Terrero.
¿En qué consiste el fenómeno del acoso? ¿Cuáles son sus principales manifestaciones?
Mayra García Cardentey: El acoso callejero, que es el tema actual de la Campaña Evoluciona, es un tipo específico de acoso sexual, evidenciado cuando se hacen comentarios indeseados, chiflidos u otras acciones similares a cualquier persona; aunque las estadísticas muestran que son las mujeres quienes más sufren este tipo de violencia. Esta forma de acoso tiene como característica que es realizada por extraños y en espacios públicos.
En su mayoría, se presenta como comentarios vulgares e irrespetuosos, aunque ya el simple hecho de abordar a otra persona en la calle resulta una violación del espacio privado. De igual manera, clasifican como acoso, muy frecuente en el caso cubano, agarrones de genitales, gestos bucales obscenos, persecución, acercamientos intimidantes. Todo ello, con la intención de llamar la atención de la víctima y obligarla a una interacción con el acosador. En el caso cubano, en muchas ocasiones el acoso se realiza en colectivo, por grupos de varios hombres.
Tamara Roselló Reina y Yohanka Valdés Jiménez: El acoso es una expresión de violencia que puede afectar a todas las personas, aunque la mayoría de las víctimas son las mujeres y la mayor parte de los agresores son los hombres. Desde esta perspectiva, las desigualdades de género y las relaciones de poder asimétricas suelen ser razones que lo fundamentan. Resulta una de las formas de violencia más naturalizada y se asienta en imaginarios o normas sociales que hacen referencia al control directo sobre los cuerpos de las mujeres: “los cuerpos de las mujeres deben ser apropiados, nombrados, señalados y criticados”. Los daños que causa, el irrespeto a espacios y derechos personales, así como su intencionalidad son características que lo distinguen como forma de violencia.
El acoso puede expresarse de distintas formas, si bien su invisibilidad se justifica, en muchos casos, por conjugarse con la cultura y, en el caso de Cuba, con rasgos identitarios de cubanas y cubanos. Así, por ejemplo, es “normal” que un hombre haga piropos a una mujer en las calles; la forma en la que las mujeres se visten puede “provocar” a los hombres; decirle a la pareja qué ropa debe usar; las mujeres necesitan para su autoestima que los hombres “se metan con ellas”.
Algunas de las manifestaciones del acoso son el sexual y el ciberacoso. La primera se evidencia en la aproximación o atención sexual no deseada, demanda de favores sexuales, insinuaciones sexuales u otras conductas verbales o físicas de naturaleza sexual, que causan ofensa o humillación a otra persona. Entre los incidentes más frecuentes están el acecho, el exhibicionismo, el contacto forzado de carácter íntimo o sexual y los comentarios verbales no deseados como los piropos, los chiflidos y gritos, las miradas lascivas e, incluso, roses que agreden y violan el espacio público y personal.
Mientras tanto, el ciberacoso se produce cuando la forma de intimidación y maltrato por parte de una persona a otra (también puede hacerse en colectivo) usa, como canal de agresión, soportes móviles o virtuales (telefonía móvil, redes sociales u otra plataforma de internet o intranet). Implica dominar a la víctima mediante humillaciones que afectan, entre otros aspectos, su privacidad e intimidad.
Ania Terrero Trinquete: El acoso es una forma de violencia de género frecuentemente normalizada por mitos e imaginarios aceptados en sociedades machistas y patriarcales. Si bien se manifiesta de diferentes modos, parte de la idea de que una persona imponga a otras acciones o palabras no deseadas, invadiendo su intimidad o privacidad. Aunque puede afectar a todas las personas, estudios demuestran que sus víctimas más frecuentes son las mujeres y que suele suceder en espacios públicos.
Puede mostrarse en un sencillo piropo en la calle, en la utilización de frases vulgares para acercarse a una mujer y otras formas de agresión verbal, en el acto de enviar una foto con contenido sexual en las redes sociales, la proposición de actos sexuales no deseados, los “manoseos” de genitales en espacios públicos y el exhibicionismo, entre otros. Aunque suelen ser simplificados por su aparente normalidad, constituyen en sí formas de agresión hacia las mujeres y pueden derivar en agresiones, violaciones y otras formas de violencia.
A partir de su experiencia de trabajo, ¿esta manifestación de la violencia de género constituye un problema en Cuba? De ser así, ¿cómo se comporta?
MGC: En Cuba hablar del tema de acoso callejero atraviesa complejidades psicológicas y hasta culturales. Por años, siglos, el acoso se ha disfrazado de piropo y está enraizado, erróneamente, en la sociedad, como un signo de identidad cultural. Existen muchas personas, en su mayoría hombres, que defienden que el piropo es una forma de tradición oral, incluso lo llegan a colocar en el mismo rango que los pregones.
De hecho, existe un glosario amplísimo de piropos ocurrentes, divertidos e ingeniosos que forman parte del acervo oral de muchos cubanos y cubanas. Pero el piropo no es identidad; es una forma de manifestación patriarcal que les otorga a los hombres el poder de decisión o manifestación sobre el cuerpo de las mujeres. Y ya no es solo que comenten sobre el cuerpo femenino en entornos abiertos, si no que desean respuestas y, en caso de no haberlas, proliferan las groserías y los abordajes casi físicos.
Queremos aclarar que no es lo mismo un elogio realizado por una persona cercana a ti, que un piropo o un comentario realizado en la calle. Nada brinda el derecho a otras personas de invadir la privacidad del otro para importunarlos en espacios públicos con comentarios y gestos, que en su mayoría son obscenos y lascivos.
Lo más complejo es que el piropo lleva tantos años de enraizamiento social que hasta los hombres y algunas mujeres llegan a creer que necesitan de los piropos para sentirse bien. He ahí que el fenómeno es un problema en el país, pues no resulta una manifestación de violencia reconocida a simple vista, tanto por hombres y por mujeres, adaptados a identificar acciones de violencia solo de índole física y económica.
TRR y YVJ: El acoso es una manifestación de violencia de género en Cuba y por cotidiano suele naturalizarse. Tiene una alta incidencia y lo más preocupante es que, a fuerza de su repetición y aceptación social, no se reconoce “violencia”. Justo ahí se encuentra el principal desafío.
El acoso marca huellas en las víctimas, limita su desarrollo y autonomía. Se expresa de diversas maneras y un punto que vale la pena resaltar es que sucede en cualquier espacio: públicos, institucionales, familiares, etc. Por ejemplo, el acoso callejero limita a las mujeres el uso y disfrute de los espacios públicos; “la calle es patrimonio de los hombres”. El acoso laboral enmascarado generalmente sobre el poder de directivos de ordenar espacios, horarios, contenidos de trabajo como forma de control sobre las trabajadoras. Los centros escolares o educativos también son espacios donde se expresa el acoso.
ATT: En Cuba la forma más frecuente en que se muestra este tipo de violencia es el acoso callejero, que puede derivar en expresiones aún más complejas. No es necesaria una experiencia de trabajo para darse cuenta de que el acoso está presente y constituye un problema en Cuba. Basta con caminar por las calles de la ciudad para observar -o ser mujer para sentir en carne propia- sus efectos. Es frecuente ver que las mujeres son ofendidas en los espacios públicos y tienen que caminar haciendo malabares para esquivar los grupos de hombres, constantemente alteradas por lo que les pueden decir o mostrar.
Lo más grave es que, en el caso cubano, este tipo de conductas se normaliza y se justifica en la tradición de los piropos, según la cual un hombre puede elogiar a una mujer en la vía pública. Frecuentemente, esta actitud es defendida por hombres y mujeres que argumentan que los piropos, a no ser que constituyan frases vulgares, no son acoso o formas de violencia. Según un estudio de OXFAM, 75 por ciento de los hombres de 15 a 19 años en Cuba admiten que sus amigos piensan que pueden decir piropos a una mujer.
La clave pasa por entender que cualquier opinión no deseada sobre el otro constituye una forma de acoso, sea buena, mala o regular. Porque, además, lo que a veces empieza por una frase aparentemente cortés se convierte en una agresión, cuando la aludida ignora al interlocutor: por aquello de que “si te gritan y miras, eres descarada; pero si te gritan y lo ignoras, te crees cosas”.
¿Qué acciones recomendaría para atender y prevenir los conflictos de acoso en Cuba?
MGC: Las acciones pueden ser muchas y variadas. Primero, la comunicación y la cultura siempre son puentes para enlazar acciones por la no violencia y, a su vez, dinamitar creencias e imaginarios relacionados con el control del cuerpo de las mujeres. Desde estos ámbitos se pueden lograr muchas cuestiones que con otros mecanismos más tradicionales no es posible. Ese ha sido el espíritu de la Campaña Evoluciona; desde una imagen fresca y empleando el humor, trabajar el tema de forma que genere debate y cambio de paradigmas.
Pero ello no significa que renunciemos a leyes más específicas que vinculen los temas de género, y especialmente de acoso, entre sus figuras penales. Actualmente en Cuba es difícil, casi imposible, enjuiciar a alguien por acoso callejero; por ser difícil de probar, por el enraizamiento cultural que tiene y porque no existe figura penal para su castigo. Todo nuestro esfuerzo va en función de motivar un debate social que incluya acciones comunicativas y legales.
TRR y YVJ: En Cuba las investigaciones y el activismo social en las últimas décadas muestran la existencia del problema y, al mismo tiempo, condiciones propicias para avanzar en su prevención y atención. Es importante, entonces, reconocer el problema socialmente para desarticular o desmontar los imaginarios fijados en la cultura y la subjetividad social. Mientras no se lea el acoso como un problema social y de derechos, la injusticia no solo permanecerá, sino que se multiplicará. El cambio está en marcha, pero requiere tiempo para calar la matriz cultural, las concepciones que aprendimos y debemos transformar y, sobre todo, precisa mayor compromiso de mujeres y hombres de todas las edades y las geografías.
Existen múltiples caminos para hacer influencia sobre el acoso. Uno de ellos lo ofrece el ámbito de la comunicación, desde donde se pueden confrontar los discursos de las personas, los imaginarios que expresan y, por ende, cuestionar modos de pensar y actuar cimentados culturalmente. De ahí la utilidad de las campañas comunicativas encaminadas a sensibilizar a determinados grupos o públicos con la problemática en cuestión.
Evoluciona, campaña enfocada en el cambio de imaginarios que afirman el control de los hombres sobre los cuerpos y las relaciones sociales de las mujeres, traza una ruta que quiere interpelar a las y los jóvenes, no como un público destinatario más de nuestros mensajes, sino como protagonistas de una manera diferente de concebir y construir las relaciones humanas, sin prejuicios ni estereotipos que encasillen a las personas, sin las asimetrías de poder que impone el patriarcado y que sustentan las violencias hacia las mujeres y las niñas.
Otros desafíos tienen que ver con el trabajo educativo (sensibilización y formación) y político, en las instituciones y organizaciones en el país; espacios que, como mencioné antes, son escenarios de acoso y sus manifestaciones circulan con cierta permisividad, en no pocos casos.
ATT: Las acciones para erradicar este tipo de violencia en Cuba tienen que partir de la prevención. Para ello es necesario privilegiar más espacios de capacitación para comunicadores, maestros y otros actores encargados de difundir mensajes al resto de la población. En función de lo anterior, hace falta llevar a cabo más campañas de comunicación como Evoluciona, que tengan como objetivo educar a las personas sobre cuáles son las formas de violencia de género, para que identifiquen en el acoso una agresión y no una supuesta tradición. Sería bueno, además, privilegiar la educación de las personas jóvenes que tienden a repetir los comportamientos heredados de culturas machistas y patriarcales.
El problema del acoso en Cuba pasa por una compresión primera de su alcance, sus formas de expresión y sus consecuencias. En la misma medida en que se naturaliza, se convierte en un riego aún mayor para una sociedad desprevenida.