Definiciones para enfrentar la violencia

Especialistas de diversas disciplinas de las ciencias sociales aseveran que las confusiones conceptuales que a menudo aparecen en los debates y análisis acerca de la violencia contra la mujer, intrafamiliar, de género, hacen más difícil su enfrentamiento y las acciones de prevención. Acerca de esta polémica hoy comparten sus criterios con No a la Violencia la doctora Norma Vasallo, psicóloga y presidenta de la Cátedra de la Mujer de la Universidad de La Habana (UH); la también psicóloga y máster en Ciencias Mareelén Díaz Tenorio, del Grupo de Reflexión y Solidaridad Oscar Arnulfo Romero; y la periodista Ivet González, profesora de la Facultad de Comunicación, de la bicentenaria universidad capitalina.

 

¿Por qué consideran que suele haber tanta confusión a la hora de clasificar y definir la violencia de género, contra la mujer, intrafamiliar o doméstica?

Norma Vasallo: Pienso que la confusión viene dada en que no se ha profundizado en el estudio, primero, de la teoría de género. El carácter relacional del género como concepto, descrito en la literatura científica pero solo mencionado en muchos trabajos, ha llevado a la creencia de que se trata de una relación interpersonal. Se trabaja con la representación que se tiene de los conceptos y no con el conocimiento científico. En el caso de la violencia, el problema fundamental que las diferencia está en las causas que la originan.

Mareelén Díaz Tenorio: La complejidad del estudio de la violencia en general, y de la de género o de la que ocurre en el ámbito familiar, en particular, ha provocado una amplia producción de conceptualizaciones y enfoques teóricos diferentes, provenientes de diversos especialistas y con perfiles disciplinares disímiles. Pero cuando el tema no es estudiado en profundidad, tienden a ocurrir confusiones diversas. Eso, sin contar que los estudios de género, base sobre las que se construyen muchas de estas conceptualizaciones, están aún en desarrollo. En fin que las polémicas acerca de estas temáticas se extienden con amplitud hasta hoy y si no se profundiza bien, pueden tender a interpretaciones diversas.

Igualmente, se siente la necesidad de investigaciones más abarcadoras, y de otras contribuciones necesarias para visibilizar aún más la existencia de diferentes expresiones de violencia, y la profundización sobre sus peculiaridades en el contexto de la sociedad cubana.

Ivet González: El principal problema, a mi juicio, está en que aún las personas no identifican todos los matices de la violencia. Recientemente, una conocida me confesó una historia familiar terrible. Su hija se suicidó luego de que el esposo le fuera infiel. «Ella vino para nuestra casa, pero él no la dejaba tranquila. Venía todos los días a hablar con ella. Ella no pudo más», me dijo. Yo le remarqué: «¡es que era violento!». Y ella me respondió, «No, nunca le dio un golpe».

¿Cómo afectan tales imprecisiones conceptuales y metodológicas a las iniciativas para prevenir y enfrentar la violencia?

NV: Algo muy importante es cómo se atiende el asunto. Cuando no se conoce las causas de la violencia de género, se atiende mal y a veces de la forma en que hace más daño. Por ejemplo, está descrito en la literatura especializada que en las relaciones de pareja donde se manifiesta algún tipo de violencia, debe usarse la mediación, en primer lugar, porque su origen no está en una incompatibilidad entre las partes de la pareja, sino en el poder que el hombre quiere ejercer sobre la mujer, en función de lo que legitima la cultura patriarcal. En segundo lugar, la mujer que permanece en la relación lo hace por miedo, entonces ¿cómo podemos esperar que en presencia de su pareja nos cuente lo que piensa y siente realmente? Pero esto es algo que ocurre actualmente en nuestros servicios de salud y lo constatamos en presentaciones que se hacen en diferentes eventos.

MDT: Estas confusiones a menudo contribuyen a perpetuar la probada resistencia social a reconocer que el maltrato a la mujer no es una forma más de violencia, que no es circunstancial ni neutra, sino instrumental, en aras de mantener un determinado orden de valores estructuralmente discriminatorio para la mujer. Entre la violencia de género y la doméstica, por ejemplo, la confusión teórica contribuye a la reducción del problema de la violencia de género a su entorno doméstico, con un riesgo añadido: la descalificación de otras formas de violencia, igualmente graves, que no se manifiestan necesariamente en la vida familiar y que, sin embargo, reclaman para su comprensión un enfoque teórico unitario. Al final, lo que se consigue, en muchos casos, es que el problema del maltrato permanezca en la privacidad, como un secreto, un tabú que no debe salir del ámbito doméstico y que el propio grupo familiar, o directamente la víctima, debe resolver sin la intervención de terceros, fomentándose así, uno de los prejuicios culturales que en mayor medida han obstaculizado la persecución de la violencia de género.

IG: Si las personas que previenen la violencia no saben identificar todos los matices de un caso no podrán acompañar a las víctimas. Toda vez que se acompaña un proceso de este tipo, debe ser con toda calidad y rigor, porque se puede entonces provocar más daños. Además, estas imprecisiones hacen que se invisibilicen y oculten otros matices de la violencia, como la psicológica o la patrimonial, de la que casi nunca se habla y padecen tantas mujeres e hijos.

¿Qué falta, que sobra, por dónde empezar a proponer soluciones?

NV: En mi opinión, el problema más importante hoy, en nuestro país, para una adecuada atención a la violencia de género, pasa por la insuficiente preparación, vacíos de conocimientos y hasta por el hecho de que no pocos especialistas ayudan a perpetuar los mitos que sostienen la violencia; como están mostrando ahora mismo investigaciones en La Habana y en la oriental provincia de Holguín.

MDT: Estamos hablando de un fenómeno que se ha caracterizado, durante siglos, por su invisibilidad. Hay que luchar por hacer visible lo que intencionalmente se oculta por diferentes razones. Que se hable más del tema en los medios de comunicación y en las investigaciones no significa, necesariamente, que el fenómeno se ha incrementado; pero sí que estamos dando pasos básicos para enfrentarlo.

Aprovechar los diferentes espacios educativos resulta imprescindible para el desmontaje de las conductas violentas. Tenemos que trabajar en la educación con perspectiva de género, desde todas las instituciones socializadoras (la familia, la escuela, los medios de comunicación, entre otras), para enseñar a las niñas y los niños, desde edades tempranas, a convivir de manera respetuosa, revalorar lo que de humano prevalece en ambos géneros y promover la formación de identidades de género más plenas y humanas, sin discriminación ni subordinaciones.

IG: En Cuba se necesita capacitar y empoderar desde edades tempranas a los niños y las niñas frente la violencia. Y aquí podemos hablar de género en toda la extensión de la palabra, porque las niñas son las más vulnerables, pero los pequeños también reciben presiones de género. Un ejemplo concreto de ello está en 7

aquellas familias que no los apoyan a cursar grados superiores de enseñanza, porque «tienen que mantener ya a la familia». Esa carencia de la infancia se arrastra hasta la vida adulta y puede acarrear que se reproduzcan o se permitan patrones violentos.

Por otra parte, faltan más investigaciones y consenso entre las personas en Cuba relacionadas con el tema. Es un área relativamente joven, llena aún de lagunas y falta de rigor investigativo. Además, creo que es el momento de pensar en una investigación que resuma y unifique los múltiples criterios arrojados por estudios a lo largo de todo el país. Lamentablemente, aunque las consecuencias de la violencia son tangibles, su trasfondo sigue estando en la cultura, las sutilezas y formas de pensar impositivas, egoístas e incivilizadas de muchas personas. Las personas que quieren enfrentarla y prevenirla, a veces no pueden ver. Para esta tarea hace falta mucha capacitación, que puede tirarse por la borda si no se tiene la sensibilidad y el tacto para adentrarse en una situación humana con lados oscuros, incomprensibles, pero de la que se puede sobrevivir. Hace falta mucha sensibilidad, algo que requiere una educación integral.

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