El mes de febrero acogió, en la capital cubana, los debates del Coloquio Violencia/Contraviolencia en la cultura de mujeres latinoamericanas y caribeñas, convocado por Casa de las Américas. Nuestra sección quiere convertirse en eco de esos debates.
Una escritora y crítica literaria, la especialista del Instituto de literatura y Lingüística Zaida Capote; una socióloga, la licenciada Iyamira Hernández Pita, del Centro de Salud Mental de Playa; y un historiador, el doctor Julio César González Pagés, profesor de la Universidad de La Habana y coordinador de la Red Iberoamericana de Masculinidades; respondieron nuestras preguntas.
¿Se puede, desde manifestaciones artísticas como la literatura, el cine, la música o la plástica, legitimar o combatir de alguna manera la violencia de género?
Zaida Capote: Podría utilizarse el arte para combatir o legitimar la violencia, de cualquier tipo. Ejemplos abundan en la historia humana. Eso depende del nivel de compromiso de la persona que pinta, escribe o filma con el tema en cuestión.
Hace muchos años, por ejemplo, se proyectó en Cuba -creo recordar que resultó premiada en el Festival- una película mexicana, Los motivos de Luz, que intentaba explicar un delito supremo: el de una madre que había dado muerte a sus hijos. La película era una reflexión y una denuncia. Es un caso entre miles.
Iyamira Hernández: Si, creo incluso que es algo urgente, porque a través de las diferentes manifestaciones artísticas transmitimos y reforzamos valores, principios éticos, morales y, por tanto, son una vía rápida para comenzar a ofrecer mensajes no violentos. Debemos trabajar en función de eliminar el sexismo en la literatura, pues el lenguaje continúa siendo androcéntrico. En otras manifestaciones artísticas o de la comunicación, el uso distorsionado de la imagen corporal de hombres y mujeres que ofrecen las revistas con fines comerciales, por ejemplo, sólo refuerzan la inequidad de género y acentúan el cuerpo sexuado listo para vender. Pienso que el cine, la televisión, la música, presentan muy frecuentemente la resolución de conflictos incitando a comportamientos violentos.
Julio César González: Hoy día se insiste en la capacidad que tiene la llamada industria cultural para crear nuevos paradigmas de comportamiento que no alejan a hombres y mujeres de inequidades de género, y recurren a la violencia como una forma de legitimarse. Desde la música, el cine, la literatura y otras manifestaciones se ofrece la idea de que la libertad individual debe violentar cánones establecidos, y uno de ellos es que las mujeres deben parecerse a los hombres en cuanto a su agresividad y violencia.
Estas conductas han llevado, en muchos casos, a la masculinidad y los hombres, a una crisis. Entonces, ¿por qué repetir la fórmula de que la equidad supone ser miméticos, hombres y mujeres? Es útil repasar asimismo la retórica de la libertad en función de nuevos modelos hegemónicos. Cambiemos los paradigmas violentos que funcionan como único patrón posible de comportamiento humano.
¿Cómo se está manifestando esa relación en Cuba?
Z.C: La violencia de género aflora últimamente en muchas de las obras escritas, pintadas o filmadas en Cuba. Hay una constante en las puestas en escena teatrales, por ejemplo, donde los personajes femeninos -y los cuerpos de las actrices que los asumen- son a menudo ignorados, minimizados y hasta golpeados, vejados, maltratados. Hubo una exitosa puesta de La puta respetuosa, por El Público. Era verdaderamente repulsivo el trato que el resto de los personajes daba a esa mujer que, por condiciones de la puesta, aparecía entre rejas, y a la que sucesivamente violentaban, amenazaban y hasta orinaban los personajes masculinos. Al final, en una confesión estremecedora, la actriz decía su nombre real y aludía a una historia personal propia, en un giro aún más comprometedor de la identidad de ese cuerpo maltrecho que terminaría (supone una) lleno de moretones. Como drama, es espléndido; como representación de la violencia de género, es sintomático de una realidad extra teatral.
I.H: Acá estamos dando pasos, aunque pienso que aún los mensajes no violentos llegan a las personas, sobre todo a los niños, de manera subliminal y difícil de captar. Debemos ser más explícitos; las letras del reggaetón, por ejemplo, están cargadas de sensualidad, distorsión de la realidad sexual, uso del cuerpo sexuado y, por ende, gran violencia. Los muñe, las aventuras, generan de igual forma representaciones estereotipadas del ser hombre o mujer en la sociedad y muestran la muerte, la masacre, la destrucción, como medio para alcanzar un fin.
J.C.G: En Cuba se manifiesta cada día más en la música, los videos, la televisión. Creo que son mucho menos los productos culturales que reflexionan sobre el tema y, cada día más, los que lo exhiben sin ninguna contextualización, como si esta realidad no pudiera ser cambiada. Falta una toma de conciencia sobre el tema de lo que implica la violencia y cuáles son sus consecuencias.
¿Crees que las creadoras y creadores contemporáneos son conscientes de esa responsabilidad?
Z.C: No me parece. De hecho, el acercamiento de quienes crean no es siempre el correcto, en términos políticos. Pero no debe pedírseles a los artistas corrección alguna. El arte ofrece rutas para recorrer la realidad, y eso no puede evitarse por decreto.
I.H: Aún no son conscientes de la gran responsabilidad que tienen. Dejan volar su imaginación a veces para «atrapar, pegarse, llegar al éxito», sin percatarse de que construyen imágenes y generan grandes reservorios violentos. Debemos unirnos más para comunicarnos y hablar un mismo lenguaje, el de «no a la violencia»; desplegar una ardua labor educativa es nuestra tarea principal.
J.C.G: Creo que no y lo explican diciendo que el público demanda violencia, no sólo por la supuesta espectacularidad, sino también por la afición a la «mirada morbosa» sobre las imágenes o relatos «reales» que ofrecen. Recordemos filmes tan premiados como el estadounidense Salvar al soldado Ryan o el mexicano Amores perros, mas allá de sus indudables valores artísticos, encierran ambos una legitimación visual y artística de una realidad social desoladora y violenta. Asesinatos, violaciones, accidentes, catástrofes, se repiten incansablemente en películas, documentales, noticias, como algo para alimentar la sed de los seres humanos por la violencia. El amor fue sustituido por el sadismo, la crueldad, la vulgaridad y la chabacanería. Muchas veces como denuncia, otras como exhibición, en todos los casos como muestra de una naturaleza humana que parece llamada a desparecer.
Esta crisis también está representada en los filmes del español Pedro Almodóvar, quien valida arquetipos de las personas transgénero, a las cuales se les ve sin ninguna esperanza de inserción social. Sus trans siempre quieren ser divas como Sara Montiel o Marlene Dietrich, y así, quizás sin proponérselo, las estigmatiza. Las travestís y transexuales de Almodóvar son violentas, histéricas y marginales, cuestiones que no dudamos que puedan ser verosímiles, pero también detrás de esta realidad hay otras, que Almodóvar no visibiliza, como son el reclamo de sus derechos ciudadanos.
¿Sabes de algún artista, o de alguna obra en específico, que haya sido especialmente dañina de cara a promover o certificar la violencia? ¿Y de alguna que haya ayudado a enfrentarla?
Z.C: A ver. En literatura, por ejemplo, recuerdo ahora alguna de las novelas de Ena Lucía Portela, donde había un personaje (una mujer) acostumbrado a recibir golpes y vejámenes, y otro (una amiga suya), que le enseña a enfrentar esa violencia y termina siendo cómplice suya en el asesinato del agresor. Y recientemente salió Ofelias, el libro de cuentos de Aida Bahr, donde la violencia es una presencia permanente en la vida de las mujeres. Son dos casos recientes de esa reflexión sobre el tema.
I.H: Por ejemplo, la serie española Un paso adelante, transmitida en el horario de aventuras, mostró distorsionadamente la manera de vivir la relación de pareja y la sexualidad en sentido general, violando principios éticos y morales en estas prácticas. La reciente telenovela Oh, La Habana, aunque mostró situaciones reales por las que atraviesa nuestra sociedad, ofreció imágenes del alcoholismo presente ante una frustración, difíciles de ser analizadas por un niño, y por los adolescentes que no tengan una buena comunicación con sus padres. Desafortunadamente para nosotros, no hay una disciplina ni un control en la selección de programas según la edad del niño, por parte de muchos padres. La cara oculta de la luna, la novela anterior, pienso que abordó temas que sí ayudan a enfrentar la violencia, sobre todo frente a prácticas sexuales diferentes, invitando al análisis sobre la necesidad de comunicarse con los hijos, respetar sus criterios, hacerlos valer, y transmitió la enseñanza de saber escuchar para poder comprender a los otros, aunque de igual forma son temas que no pueden ser comprendidos por nuestros hijos pequeños. Es por ello que pienso que el camino a recorrer es netamente socioeducativo.
J.C.G: Casi todas las manifestaciones del arte no han estado ajenas a este fenómeno: desde ellas se han promovido, de forma inconsciente y consciente, los estereotipos que marcan esta realidad en la sociedad global, teniendo gran responsabilidad en la construcción de un modelo de comportamiento violento.
Uno de los mitos más habituales que vemos en los medios es el de la masculinidad violenta, sustentada desde el consumo de prácticas de riesgos para los hombres, los cuales muchas veces asumirán los comportamientos de los mitos que se les exhiben.
La legitimación de la violencia como forma de comportamiento humano ha tenido, en el diseño de género, un papel fundamental. Por eso, cambiar las prácticas discursivas desde la cultura es una tarea fundamental que no es ajena al ámbito artístico y sus creadores. La categoría género no puede ser prófuga de los programas de justicia social, donde la cultura y los medios de comunicación son fundamentales. En los temas de violencia, el silencio nos hace cómplices.