“No le damos las gracias a la hierba por crecer ni le pagamos un salario a las fresas salvajes por estar ahí; la energía solar será más económica porque el calor del sol nos viene dado como un regalo, como regalo son las aguas de las fuentes, ríos y manantiales,
La materia prima que el ser humano encuentra a su alcance es lo que el hombre llama `naturaleza` y la cultura, su cultura, consiste en descubrirla, dominarla, utilizarla y explotarla. Y entre las materias primas de la naturaleza el patriarcado incluye a las mujeres…”
Victoria Sau
La violencia contra la mujer ha sido asumida a nivel internacional como un serio problema social derivado de las desiguales relaciones de poder en las interacciones entre hombres y mujeres a nivel individual, grupal… y en estos momentos es difícil encontrar, en el ámbito institucional, quienes desconozcan la legitimidad de la igualdad de derechos entre ambos sexos.
Sin embargo, la realidad muestra que, en la práctica, a nivel individual, este hecho va a estar muy marcado por la cultura asumida por cada quien y los valores y modos de vida aprendidos, como han demostrado varias investigaciones desde ópticas sicológicas, sociológicas, clínicas, filosóficas y socioculturales. La “concepción patriarcal y androcéntrica –vigente todavía en nuestro mundo– que convierte al hombre en el centro del poder, vinculada a otros factores de carácter limitado (…) permiten entender la existencia a escala internacional de la violencia contra las mujeres.”
En el contexto cubano, pesar a las políticas formales en contra de la violencia, aún perviven manifestaciones del fenómeno, desde la violencia física a la sicológica y/o simbólica, pasando por las que algunos investigadores han denominado micromachismos o violencia invisible, para nombrar problemas de este tipo que, en ocasiones, pasan inadvertidos, incluso para quienes son víctimas de ellos.
Estudios realizados demuestran que la mayoría de las mujeres no se asumen como víctimas de la violencia de género y, sin embargo, sí lo son; o creen que esto sólo ocurre en comunidades y hogares de zonas periurbanas, donde hay problemas secundarios como alcoholismo, disfuncionalidad, herencia de padres violentos o bajo nivel cultural, entre otras razones; pero desconocen cómo esos patrones resultan indiferentes al ejercicio de la violencia de género, definida como las acciones de discriminación, subordinación, ignorancia y sometimiento a las mujeres en diferentes facetas de su existencia. Se considera, además, como todo acto, en el plano material y simbólico, que tenga como resultado daño a su integridad.
Una encuesta aplicada a 800 mujeres entre 25 y 60 años acerca de cuáles consideraban los principales problemas que existían en sus comunidades y si les podían afectar directa o indirectamente, reveló que ninguna asumió la violencia como uno de esos problemas. Sin embargo, en una segunda parte de la encuesta, acerca de posibles formas de violencia experimentadas por ellas, sin aludir expresamente a ese término, más de 97 por ciento escogió una o más de las variantes que se les ofrecían, como muestra de que realmente han sido víctimas de este ejercicio de poder, no sólo en el ámbito comunitario, sino en el profesional y familiar. Este último es el más difícil de indagar, pues la mayoría de los sucesos en este escenario, por considerarse una cuestión privada, no trascienden y muchas mujeres no son capaces de percibir que se ha ejercido violencia contra ellas.
Dada esta situación, bastante común al contexto cubano e internacional, se impone la necesidad de buscar mecanismos eficaces de educación, o al menos orientación, que pongan en la agenda social la real naturaleza del problema de la violencia contra la mujer. Un asunto que ha sido invisibilizado históricamente, pues en su base se mantiene el patriarcado como sistema de dominación que asume como “normales” prácticas violentas. Esto favorece que, aunque desde las instituciones ya se reconoce la violencia, se mantiengan resistencias culturales para su reconocimiento social.
“Pero la cultura patriarcal no se reproduce por generación espontánea. Se educa y transmite de una generación a otra a través de la socialización diferente, que, prepara a hombres y mujeres en subculturas diferentes. Unos para el ejercicio del poder y otras para la subordinación y la dependencia.” Es por ello que la trascendencia de visibilizar el problema desde sus causas va más allá de hacer notar dónde están las manifestaciones de la violencia, sino de comenzar a romper el ciclo de formación y reproducción de modelos de hombres y mujeres marcados más por cuestiones biológicas que por características socio históricas.
Entre las mayores dificultades para asumir este reto está el hecho de que aún están presentes en el imaginario colectivo un conjunto de mitos y estereotipos, validados por la cultura patriarcal, que colabora con la reproducción de la subordinación femenina.
Y los medios, ¿dónde están?
Los medios de comunicación, junto a la familia y la escuela, están considerados como uno de los principales escenarios de construcción de la realidad. De ahí su enorme influencia en la interpretación que lectores, oyentes, televidentes e internautas hacen del entorno social y las relaciones que en él se producen. En “una era en que la intensificación de los procesos comunicativos signan los contextos sociales y desde los medios se reproduce y construye el conocimiento, el poder político y el imaginario social” , los medios construyen una realidad representada que recibe el nombre de actualidad.
Las posibilidades de los medios de prensa van más allá de la representación de la realidad a través de ellos, sino que proporcionan a los comunicadores una herramienta de educación del público. Sin embargo, no se ha sabido utilizar correctamente esa y otras opciones. El aprovechamiento de estas posibilidades depende, en gran medida, de la capacidad profesional de ajustarse a las nuevas exigencias y de manejar los recursos para hacer del trabajo periodístico un producto de calidad.
La atención al enfoque de género en la comunicación de masas ha sido un tema dilatado en los estudios comunicológicos y, en sentido general, se circunscribe a la imagen de la mujer, quedando los hombres relegados a un segundo plano; y al uso del lenguaje como forma discriminatoria del sexo femenino, pero sin transgredir los análisis lo referido a uso de la o y la a.
Cuando más, se mencionan lo logros de las mujeres en su ascenso social, su acceso a puestos de dirección, la protección que les ofrecen diversas leyes, pero escasean los análisis de la trascendencia de la “nueva” situación social que ello significa para hombres y mujeres, en sus interacciones.
Sin embargo, las implicaciones de los medios de comunicación en la configuración del imaginario colectivo plantean la necesidad de un análisis más profundo de otras cuestiones referidas a la construcción, emisión y recepción de mensajes con un marcado carácter sexista o reafirmadores de la cultura androcéntrica y sus consecuencias en las relaciones sociales.
La ausencia del enfoque de género en el discurso periodístico trae consigo, además, otras problemáticas, como el otorgamiento de valores noticia a elementos que realmente no lo ameritan –es el caso de hombres y/o mujeres en el desempeño de ocupaciones no tradicionales, de acuerdo a los roles de masculinidad o feminidad impuestos por la sociedad–; y la invisibilización de sectores, procesos o fenómenos que suceden a diario y escapan al interés de publicación, la más de las veces por desconocimiento de los métodos eficaces para su interpretación o explicación.
Sobre este particular, referido a las funciones de los medios, plantea Mauro Wolf:
En relación con el individuo, y respecto a la “mera existencia” de los medios de comunicación de masas (…), se identifican otras funciones:
La atribución de status y prestigio a las personas y a los grupos objeto de atención por parte de los media; se determina un esquema circular del prestigio, por lo que “esta función, que consiste en conferir un status, entra en la actividad social organizada legitimando a algunas personas, grupos y tendencias seleccionados que reciben el apoyo de los medios de comunicación de masas”. (…)
El fortalecimiento de las normas sociales, es decir, una función relacionada con la ética.
Por otra parte, también entraña el riesgo de ofrecer una visión parcializada, distorsionada, o cuando menos incompleta, de cuanto hecho se transforma en noticia, incluso desde el mismo momento de la recogida de datos, convirtiéndose también en una limitación para el ejercicio de la profesión; no sólo periodistas, sino editores y directores de medios, quienes en muchos casos definen las políticas editoriales, pues al desconocer las herramientas para el análisis desde una perspectiva de género, su visión de la realidad será inevitablemente limitada y, por lo tanto, así construirá el producto comunicativo, cualquiera que sea este.
La necesidad de un discurso cada vez más completo, que se acerque con mayor precisión al hecho noticiable y ofrezca las argumentaciones o razones fiables a quien lo lee, plantea la urgencia de incorporar el enfoque de género a las interpretaciones que se hacen de la realidad en los medios de prensa.
Desde los contenidos de los mensajes se debe desarrollar una comunicación de respeto a las diferencias individuales y grupales, favoreciendo el aprendizaje y debate acerca de actitudes flexibles, no sexistas, sustentadas en la igualdad, con el objetivo de desarrollar la perspectiva de género de manera sistemática y eficiente.
¿Qué pueden hacer los periodistas?
Los medios de comunicación en general, y el periodismo en particular, constituyen una herramienta
eficaz cuyas posibilidades en la educación de los públicos desafortunadamente se subutiliza y se mantiene, en la mayoría de los casos, apegada a construcciones culturales tradicionales, que lejos de contribuir al diálogo con respecto a la igualdad genérica, enfatiza las bases del patriarcado y ayuda a legitimar las diferencias entre hombres y mujeres.”
“En Cuba, la radio, la televisión, el cine y la prensa impulsaron, a un ritmo vertiginoso, la transformación social que se propuso desde los inicios del proceso revolucionario, convirtiéndose en poderosos agentes de información y movilización social. Desde la perspectiva de nuestro sistema, se considera que a los medios corresponden importantes funciones de información, educación, orientación y entretenimiento, ocupando en el mundo actual un lugar destacado en el proceso de socialización de los individuos. Así se describe la voluntad política de nuestro gobierno; sin embargo, existen rasgos de sexismo en los productos comunicativos, y en la práctica los que trabajan en los medios son portadores de estereotipos de género.”
Con el tema de la violencia hacia las mujeres en los medios de comunicación, desde el ejercicio del periodismo hay un gran vacío, no sólo entre los cubanos sino en todo el mundo, pues las publicaciones en este sentido aún no rebasan el «cifrismo», salvo muy honrosas excepciones que llegan a realizar análisis del fenómeno y sus causas, la mayoría de las veces en la prensa impresa.
“El tema género y comunicación trasciende las fronteras de Cuba y se enmarca en contextos en los que su armónica articulación se hace más compleja, debido a que las sociedades se organizan en función de intereses que pueden ser diversos y que acentúan las diferencias de género y por tanto la discriminación.”
El diarismo y la prevalencia de noticias como género periodístico mayoritario, además de la prioridad concedida a lo que estrictamente se ajusta a los presupuestos noticiosos tradicionales, ofrecen brechas para un tratamiento desacertado de estos asuntos.
Otras maneras de hacer periodismo, como la investigación, valdrían para aprovechar las posibilidades educativas y de orientación de los medios de comunicación y ahondar en el fenómeno de la violencia, buscando así hacer visible su verdadero impacto en la sociedad actual; destapando estereotipos que igualmente constituyen mecanismos de dominación perfeccionados a través de la historia y validados por los presupuestos que el patriarcado “naturaliza”.
El efectivo uso de las herramientas que ofrece la investigación periodística dependerá, ante todo, de la capacidad profesional y del compromiso social de los protagonistas de los medios. Asumir el reto de visibilizar la violencia de género desde el periodismo, cualquiera sea su variante, representa para los profesionales del sector, en primera instancia, salvar la falta de conocimiento con respecto al tema y desligarse de esas mismas construcciones socioculturales que también les afectan.
Julio 2010
(Fragmentos de la investigación La “natural” subordinación femenina)