Hace más de 15 años que Verónica Noret, harta de tantos golpes, sintiéndose menos que nada, mató a su esposo en el baño de su propia casa. “Yo ni me acuerdo de que ese hombre existió en mi vida.”, asegura. Pero no convence. A esta mujer que hoy ya está reincorporada socialmente, aún se le rompe la voz cuando narra su tragedia, “para que a otras no les pase”.
Y una se pregunta en qué pensaba Verónica el día en que esperó a que el hombre del que se había enamorado con 21 años entrara a bañarse, confiado en que tras la paliza habitual, sólo las lágrimas, el silencio, o la fuga momentánea dominarían la casa. Qué pasaría por su cabeza mientras lanzaba el combustible ardiendo. Hay historias ásperas, cuyas secuelas estarán ahí para siempre: 15 años de cárcel, un niño sin padre, una familia destruida…
Tenía ocho meses de embarazo cuando recibió la primera paliza. Después del parto, el esposo comenzó a tomar como un demente y se volvía “una furia de celos”. Él le daba golpes constantemente, hasta en la calle. Llegaba en la madrugada y se llevaba la comida para venderla o intercambiarla por ron. Verónica trató de dejarlo varias veces, pero recurvaba, porque en su familia de origen había muy mala situación.
“Recuerdo que una vez, luego de los golpes, perdí la razón: cogí un cuchillo, me corté los brazos… y no me dolía. Estaba enferma de los nervios. Otro día me tiró una silla de hierro y me partió la cabeza. Lo acusé de lesión y amenaza porque gritó que si lo abandonaba me mataba. Por ello cumplió seis meses de cárcel y pagó 200 pesos de multa. Cuando salió en libertad lo fui a buscar.
n el camino le pedí que cambiara, que iba a pasar algo desagradable. Estuvo un mes tranquilo, pero todo empezó otra vez. Yo sentía que mi vida se achicaba; siembre estaba sucia, no tenía deseos de nada. Miraba a mis hijos pasando hambre. Entonces no conocía los caminos que hoy conozco”, cuenta esta víctima de violencia intrafamiliar.
Aunque Verónica acudió varias veces a la policía, le hicieron poco caso. Finalmente, una noche, los golpes tomaron otro camino. En vez de a ella, fueron a parar a su hijo. “Mientras los problemas eran míos y de él, yo aguantaba; pero allí me decidí…”
Tras cumplir ocho años, de los 15 que le impusieron por premeditación, salió en libertad condicional. La voz y un ojo le tiemblan e intenta no llorar mientras cuenta su historia.
La violencia genera violencia. Verónica, metida en los vericuetos de la dolorosa espiral, puede dar fe de ello. Desde afuera, especialistas e investigadores; juristas y médicos se rompen la cabeza buscando por dónde romper el ciclo.
Expertos como el doctor en Ciencias Ernesto Pérez González, psiquiatra y criminólogo del Instituto de Medicina Legal, aconsejan analizarlo desde una posición desprejuiciada. Es decir, desde la posición de que la violencia en la familia no se puede ver con la óptica de quién es malo y quien es bueno, sino en un sentido histórico. Así se descubre un intercambio de roles entre quien es víctima hoy y quien es víctima mañana.
El niño objeto de agresión en el hogar –directa o indirecta- tiene muchas más posibilidades de ser un maltratador cuando sea padre y hasta de ser un sujeto que incurra en delitos violentos. Eso es lo que se llama transmisión transgeneracional de la violencia.
La sabiduría popular, por su parte, ha sacado sus propias conclusiones y más de una madre ha tratado de abrir los ojos a alguna hija amenazada de caer en esas redes. «Si te dejas poner la mano encima una vez, ten la seguridad de que no será la última”, les aconsejan.
En la Isla, las conquistas alcanzadas por la mujer en materia del acceso al estudio, al empleo, a una autoestima diferente y, en ocasiones, a posiciones de poder, también matizan el fenómeno. Poco a poco, los maltratos de hombres contra sus parejas van encontrando mayor resistencia. Pero si las mujeres no tienen suficiente información o capacidad para desarrollar estrategias de enfrentamiento, caen en una trampa de difícil salida: responden con más violencia.
Un estudio de la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE), sobre factores de riesgo y enfermedades no trasmisibles, también puso el dedo en la llaga del maltrato a inicios de esta década. De las 22.800 personas entrevistadas en todo el país, 53 por ciento de sexo femenino, un 14 por ciento de las mujeres y el 13 por ciento de los varones clasificaron como víctimas de algún tipo de maltrato en la familia.
Quizás una de las aristas más interesantes –y paradójicas- del fenómeno de la violencia es que, a la hora de definir los perfiles de víctimas y victimarios, muchos elementos parecen cortados por la misma tijera.
Los victimarios suelen ser casi siempre víctimas u observadores de maltratos en sus familias de origen; o vivieron, por lo general, en escenarios donde la violencia fue cotidiana. La mayoría tiene, además, experiencias de hogares conflictivos, con carencia de afectos y patrones patriarcales que minimizan la figura femenina y exaltan el autoritarismo y prepotencia masculina.
Pero hay que advertir que las conductas violentas no están asociadas a ninguna patología ni perfil especial que los haga proclives al ejercicio del maltrato. Cualquiera puede ser agresor, aunque estudios aseveran que suelen predominar individuos propensos a desconfiar e inculpar a los demás, con tendencia a los arranques de ira, el poco reconocimiento de culpa, superficialidad manifiesta en los afectos e inclinación a minimizar los hechos cometidos y su responsabilidad en ellos.
Las víctimas, por su parte, clasifican como personas de muy baja autoestima, formadas en posiciones de subordinación, con miedo a las consecuencias de romper los vínculos con el perpetrador y, a la vez, sentimientos de culpa por la aparición de tales situaciones.
También pesa el temor de separar a los hijos de sus padres, la falta de conciencia sobre las relaciones de violencia en que viven, el miedo a la sanción moral de la comunidad y la familia por el fracaso del vínculo y la dependencia económica, incluso tratándose de mujeres asalariadas y con vínculos de trabajo. En pocas palabras: incapacidad para salir del círculo de violencia.
Según expertos, la mujer víctima piensa en tres cosas cuando es sistemáticamente agredida. La primera: irse y abandonarlo todo o irse con los hijos, suicidarse y matar al agresor.
Pero, reacciones al margen, en algo coinciden estudiosos e investigadores: tanto las víctimas como sus agresores, precisan ayuda especializada para romper el ciclo de la violencia doméstica.
Febrero 2010