La violencia de género es un asunto social que compete a todas las personas, grupos humanos e instituciones que comparten espacios sociohistóricos y culturales concretos. Justo uno de los mitos que la sostienen es que se trata de un asunto privado, o “de mujeres”, y existen personas que piensan que compete solo a “algunas mujeres”.
En Cuba, en particular, hay quienes creen que no es un problema tan grave, aun cuando durante mucho tiempo no ha habido estadísticas representativas que sostengan esa afirmación.
Todas estas creencias y percepciones sobre la violencia de género están muy relacionadas con la manera en que han establecido a través de los años las relaciones entre los géneros, a partir de una diferenciación que tiene que ver generalmente con el sexo de la persona y qué características se le asocian.
Antes de tener hijos e hijas, por lo general, las personas van conformando imágenes sobre cómo sería el proceso. Aun cuando no se piense concienzudamente o se planifique, en la cabeza se van activando ideas y sensaciones sobre cómo será, qué nombre se le pondrá, cómo se le vestirá, qué cualidades tendrá, cuál será su oficio u ocupación, cómo serán sus relaciones de pareja y hasta la descendencia que a su vez tendrá.
A través de los años se va construyendo un ser humano, proceso en el cual participan no solo la madre y el padre, sino el resto de las personas de la familia con sus diversas creencias, la vecindad, la escuela, las amistades, el grupo religioso, los espacios laborales, las organizaciones de pertenencia, los medios de comunicación social y muchos otros. En todo ese entramado, las enseñanzas y aprendizajes, como tendencia, van atravesados por diferencias en dependencia de si se le considera hombre o mujer a ese infante recién llegado al mundo.
Es común enmarcar la educación o socialización de acuerdo con creencias preconcebidas que vamos transmitiendo de generación en generación. El proceso se inicia en edades tempranas y se va reforzando a lo largo de la vida. En edad prescolar enseñamos canciones infantiles que prohíben a la niña jugar porque tiene que fregar, planchar, lavar, cada día de la semana: “lunes antes de almorzar, una niña fue a jugar, ella no podía jugar porque tenía que lavar…”. Asimismo, en la canción de la hormiguita retozona: “…no hacía más que jugar y su mami le decía ven y ayúdame a limpiar…”. Se le deposita el cuidado de su madre enferma, quien solo deja de realizar trabajo doméstico cuando tiene que guardar cama por cuestiones irremediables de salud.
Con frecuencia a las niñas se les regalan escobas y trapeadores, jueguitos de cocina, tablas de planchar, vestidos de princesa y sets de maquillaje. A los niños se les destinan camiones, máquinas, pistolas, bates de béisbol, espadas, etc. A medida que crecen se aprenden habilidades, oficios y profesiones diferentes para ellas y ellos, así como también modos de pensar, sentir y comportarse.
Las diferencias: Punto de partida de las violencias
La sociedad va transmitiendo estas creencias y estimulando un modo único y válido de ser hombre omujer que prevalece. Son las construcciones del patriarcado. Las mujeres deben ser lindas,delicadas, obedientes, pasivas, conciliadoras, sumisas, débiles, sacrificadas, madres, dedicadas al trabajo doméstico y al cuidado de personas enfermas y ancianas, dadas más al mundo privado de la familia. Los hombres deben ser fuertes, independientes, competitivos, viriles, activos, dominantes, poderosos, proveedores de los ingresos de la familia, intrépidos y osados, dados más a lo público. Este patrón incluye la heterosexualidad. A medida que las personas se alejen de estos patrones sexistas, tienen mayores posibilidades de ser rechazadas, discriminadas y violentadas.
Si se tratara solo de diferencias, no sería tan impresionante. La cuestión se complejiza cuando un análisis más profundo nos lleva a entender que esas diferencias se convierten en desigualdades, con efectos negativos para unos y otras. Se tornan camisas de fuerza que aprisionan libertades y derechos de las personas, basadas en falsas creencias de género, en asimetrías de poder entre lo femenino y lo masculino que determinan la vida cotidiana.
La denominada violencia de género radica en el actuar (o dejar de actuar), de modo intencional, basado en desigualdades y asimetrías de poder ancladas en lo que se considera válido para lo femenino y lo masculino desde el patriarcado y que provoca daños físicos, sicológicos, sexuales y económicos.
Las víctimas de las violencias de género pueden encontrarse entre personas de cualquier edad, nivel escolar, clase social, territorio, nivel de ingresos o color de la piel. Ninguna de estas variables excluye a las personas de ser víctimas o victimarias. Claro que, cuando existen condiciones de vida desfavorables, las situaciones de violencia y sus soluciones se complejizan.
Es importante decir que las violencias se cruzan. Una persona puede ser violentada por razones de género y al mismo tiempo por ser negra, profesar determinada religión, tener alguna discapacidad, tener bajos recursos y/o vivir en una región específica. Las posibles combinaciones exigen la atención de cada dimensión.
Asumir la masculinidad sexista también tiene costos. Muchos hombres tienen dificultades para expresar emociones dolorosas y sentimientos; reciben presiones de todo tipo para que mantengan el control de la pareja y manejen violentamente los conflictos. En el caso de la paternidad, a menudo se privan del disfrute de este rol; y en relación con la salud suelen enfrentar dificultades con el autocuidado que se manifiestan en la resistencia a realizar exámenes para la detección del cáncer de próstata o silenciar temas asuntos como las disfunciones sexuales, por solo citar dos ejemplos.
Igualmente, son riesgos devenidos del estereotipo machista el sostenimiento de parejas simultáneas, promiscuidad, prácticas sexuales riesgosas y seducción permanente; suicidio y alcoholismo cuando no se puede cumplir con el rol de proveedor; obligación de procrear; contención de la orientación sexual e identidad de género; accidentalidad.
Si bien existen costos negativos del patrón masculino para los hombres en el patriarcado, el castigo hacia las mujeres que se desvían de la norma establecida por este sistema ha sido muy extendido en la historia de la humanidad y en la actualidad.
La violencia de género contra las mujeres es la más extensa y grave de las desigualdades de género. Entre las consecuencias de esta forma de violencia para ellas pueden mencionarse: secuelas en la personalidad como inseguridad, baja autoestima, poca perspectiva de futuro; depresión, angustia, miedo, trastornos del sueño y la alimentación; lesiones físicas y sicológicas; afectaciones a la salud por sobrecarga doméstica continuada a lo largo de la vida; aislamiento de espacios sociales (familia, escuela, amistades); limitaciones a la autonomía por prohibiciones a su inserción y ascenso en la vida laboral; infecciones de transmisión sexual y embarazos no deseados; secuelas de violaciones sexuales; suicidio y muerte. El balance de daños trasciende las historias personales. Las implicaciones alcanzan un alto costo económico para las personas y para un país que necesita optimizar recursos para procurar el desarrollo sostenible.
La otra arista de efectos es social: mientras exista la violencia de género, constituye en sí misma un referente para la educación de todas las generaciones. Quiere decir que si no se le presta importancia, si no se atiende, si no se le pone coto, seguirán reproduciéndose patrones sexistas de comportamientos e imaginarios sociales que “justifican” este tipo de violencias hacia las mujeres como algo “normal”, que ha existido siempre.