Hace un tiempo escribí un artículo para el sitio digital Cubadebate1 sobre el abordaje callejero del que son víctimas muchas mujeres por parte de hombres. La historia estaba basada en experiencias propias y narraba un tipo de acoso al que fui sometida en pleno día, mientras esperaba una guagua. Traté, a través de la vivencia, de colocar en debate un asunto harto conocido socialmente.
Sin embargo, no me limité a hablar del acoso sexual como forma de violencia de género; la intención también fue develar otras maneras que, no por naturalizadas, constituyen una laceración menor a la tranquilidad y dignidad de las mujeres que transitan diariamente por las calles cubanas. Me referí, además, a los piropos, algo que, visto desde la lógica nacional, podría parecer un tema superfluo, innecesario y extremista (si se tiene en cuenta que los catalogo como agresión).
Comparados con crímenes, violaciones en tiempos de guerra y prácticas tradicionales de mutilación de genitales femeninos, los piropos parecen “casi inofensivos”. Pero desatan pasiones. Vale retomar el artículo de Cubadebate que suscitó gran cantidad de comentarios de lectores y lectoras, los cuales fueron en su inmensa mayoría negativos e incluso agresivos.
Tal vez el tono apasionado del escrito dio paso a generalizaciones que bien he aprendido no hacer, pero la preocupación por una reacción tan apabullante motivó que recurriera a esta secuela de “No quiero tu piropo”. Mi objetivo no es retractarme o disculparme. Sencillamente, propongo reabrir el debate.
Me gustaría compartir algunos de los comentarios recibidos por declararme en contra del acoso sexual callejero, práctica en la cual también entran algunos piropos: vulgares, agresivos, de sujetos desconocidos:
Stg del mundo dijo: (…) demonizar el piropo tampoco es la solución dada la naturaleza sociable del cubano. Esta forma de cultura popular ya casi podría interpretarse como un arte o una forma de poesía cuando se genera desde el respeto y la admiración sincera a los atributos que adornen la belleza de una mujer (…).
Un cubano más dijo: Karen, sería también interesante que escribieras algo sobre las mujeres (que no son pocas) que salen a la calle sin ningún pudor con licras sumamente apretadas, transparentes o faldas excesivamente cortas.
Jesús Valladares dijo: Saludos, a muchas les gustan que se metan con ellas, eso alimenta sus egos. La mujer que al final del día haya pasado desapercibida, es mejor que reflexione.
Santiaguera dijo: Chicos !!!!!!! A todos aquellos que les gusten las mulatas de 1.80, caderas despampanantes, busto medio, labios y mirada sensuales, que camina contoneándose y que se sabe poseedora de innumerables atractivos, incluso para algunos no tan expresivos que se voltean para verme pasar ¡DÍGANME PIROPOS QUE ESO ME ENCANTA!
José M. Calero Gross dijo: Karen: al igual que los hombres, que se acicalan y tratan de lucir lo mejor posible para las damas, las mujeres lo realizan para lucir bien a los hombres… ¿o me equivoco?
J.U.H dijo: Me da la impresión al leer el artículo que la periodista esta tan enferma como el cochino que le enseño su miembro (…) ¿Por qué generaliza? ¿Será que no le gustan los hombres? Con todo el respeto que les tengo a todos los homosexuales de este mundo pero para mí detrás de un feminismo extremo siempre hay un lesbianismo.
Este tipo de respuestas son evidencia de que los patrones sexistas y discriminatorios, supuestamente anticuados, siguen vigentes. Si a una no le resultan deseables los acercamientos de hombres desconocidos, entonces automáticamente es una enferma, un bicho raro, o simplemente lesbiana. Y aquí, me gustaría subrayar lo de hombres desconocidos porque no creo que los halagos provenientes de amistades sean perniciosos.
En Cuba, y en gran parte de Latinoamérica y el Caribe, los piropos son un baluarte de la cultura. Estas “frases ingeniosas” son un símbolo de la galantería masculina y se asocian también a la sangre caliente, mezcla de diferentes pueblos, de los varones de este lado del mundo. Bajo esos argumentos, algunas personas justifican los acercamientos y asedios a las mujeres, en virtud de una identidad relacionada con el machismo patriarcal y la supremacía sexual del hombre. Siguiendo a la filósofa Seyla Benhabib, hacer uso de una defensa cultural respecto a prácticas discriminatorias supone un tratamiento desigual y exonera de la acusación a los perpetradores.2
2 Benhabib Seyla. Las reivindicaciones de la cultura. Editorial Katz. Buenos Aires, Argentina. 2006. Pág. 153-154
La mayoría de los piropos callejeros son soltados por hombres, lo cual no invalida que existan mujeres que hayan practicado o practiquen esta forma de irrupción sobre cuerpos, mentes y sexualidades ajenas. Sin embargo, son preponderantemente masculinas estas insinuaciones sexuales, casi todas de mal gusto.
Aun así, hay quienes aprueban los piropos, siempre y cuando sean decentes y bonitos, y rechazan las frases vulgares de mayor contenido sexual. Lo que ambas proyecciones tienen en común es que nadie las solicitó, nadie las pidió. Seguramente hay muchas adolescentes y adultas que reciben de buen grado este tipo de acercamientos. No pueden culparse; hemos sido educadas en una sociedad patriarcal, con un desbalance en el poder que se le otorga a ambos sexos. Desde el punto de vista sexual, dicho poder reside en mostrarse, tal cual hacen los pavorreales. La sexualidad masculina se esgrime como arma cada vez que busca colarse, bajo la forma de piropo, en el espacio personal de una mujer.
Es cuestionable que se consideren como una oportunidad para flirtear, coquetear o buscar pareja. Siempre me he preguntado qué esperan los hombres que realizan tales actos, ¿que la mujer se de vuelta y le entregue el número de teléfono? Según Antonieta Moreno, cuando un hombre decide “lisonjear” a una mujer desconocida lo que subyace no es otra cosa que un juego de fuerzas.3 No se presupone una respuesta, ellos están en su derecho de “celebrarte”, de aproximarse, de entrar en tu espacio. Pueden valerse de muchos recursos: miradas que desnudan, chiflidos, roces, groserías, frases cursis. A ti, mujer, te enseñaron que más vale mantenerse callada ante una fuerza mayor que la tuya y que bien pudieras sentirte orgullosa de despertar el deseo viril.
Por demás, en muchas ocasiones se culpa a las mujeres y se culpa a su vestimenta como causa de las miradas lascivas y palabras morbosas de los hombres. De esta forma se reproduce la representación del cuerpo femenino como prohibido y como tentación perenne al “irrefrenable” deseo sexual masculino que no puede ser contenido.
Por otro lado, es discutible pensar que un piropo contribuye a elevar el ego o la autoestima. Pero aun si lo hiciera, no puede suponerse por ello que las mujeres somos seres dependientes, incompletos, necesitados de la aprobación del otro sexo. Contrariamente a lo que muchos piensen, no vinimos al mundo a tratar de agradar a otros.
Un punto que no ha sido comentado hasta el momento es el referente a la mal catalogada igualdad entre feminismo y lesbianismo. Sería demasiado extensa para este artículo una explicación al respecto, razón por lo cual más adelante me acercaré a las propuestas del feminismo en función de aclarar tales malentendidos.
Para finalizar, me gustaría dejar claro que las mujeres somos seres con el derecho a caminar tranquilamente por donde nos plazca, con la ropa que encontremos más confortable. No necesitamos la aprobación de un perfecto desconocido para sentirnos bien con nosotras mismas. No nos levantamos cada mañana esperando ser notadas y de seguro podemos arreglarnos solamente para decir frente al espejo: “Estás hermosa”.