En el terreno de la salud, se requiere sensibilizar acerca de las múltiples formas de maltrato y los efectos que tienen en las víctimas y en la familia, así como hace falta una revisión de las creencias y mandatos culturales que impregnan la socialización de género en toda la población y, muy en especial, en cada uno de los trabajadores del sector de la salud.
Las creencias que sustentan hoy el maltrato debido a las emociones, comportamientos, frustraciones y expectativas de ejercicio de poder que promueven son, en lo individual, la concreción de una cultura que legitima la violencia y que aún asigna derechos diferenciados a mujeres y hombres.
Algunas de estas creencias, que se manifiestan en la vida cotidiana y que escuchamos en el barrio, en la comunidad e incluso en boca de algunos profesionales, son: ella se lo buscó, entre marido y mujer nadie se debe meter (estribillo de una canción, de muy mal gusto, del personaje humorístico Antolín el Pichón), a ella le gusta que le peguen, es masoquista, yo no sé para que ella discute si los hombres son así, ella parece policía, todo lo pregunta, no deja a ese hombre vivir.
El sector de la salud es, por excelencia, uno de los que recibe, en primer lugar, a la victima de violencia familiar y debe actuar en correspondencia con su mandato social.
Desde 1993, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) reconoció la violencia como un problema de salud pública. Sin embargo, aún no se registra la violencia en la morbi-mortalidad como causa de demandas en el sector de la salud. La mayoría de las personas maltratadas, fundamentalmente las mujeres, recurren a los servicios de salud a reportar dolencias, resultantes de la situación de violencia que viven. Reciben atención, en la mayoría de los casos, sin que los/as profesionales que las atienden indaguen acerca de la violencia de la que pueden ser objeto.
Varios de los factores dan cuenta de la pobre respuesta del sector de la salud para atender de manera integral a la violencia intrafamiliar:
• No existe, en la mayoría de los servicios de salud, personal sensible a esta problemática. Su presencia se revertiría en atención inmediata, humanizada e integral para la victima de violencia.
• No hay una formación de recursos humanos que permita el diagnóstico, la evaluación del riesgo y la atención especializada; así como la transferencia a servicios especializados.
• La sobrecarga de servicios acorta el tiempo de relación entre los profesionales de la salud y la mujer, por lo que la atención se centra en el motivo de consulta.
• Visión fragmentada de la mujer, lo que motiva una transferencia basada en los síntomas o quejas de las que demandan atención.
• La escasa sensibilidad de género propicia la atención del daño, pero no indaga en las posibles causas que originan el acto violento.
• Se considera la violencia como un problema que requiere de atención en servicios de Psiquiatría, reduciéndose así las acciones que pueden ayudar a las mujeres a salir del círculo de la violencia.
• Temores en los profesionales de la salud a verse envueltos en situaciones judiciales.
• No está disponible un sistema de información que garantice conocer la prevalencia del fenómeno.
• No existen, en muchos países, los mecanismos de referencia institucionalizados, de ahí que el personal capacitado y sensibilizado remite a las personas víctimas de violencia, fundamentalmente mujeres y niñas, a instituciones fuera del sistema de salud, identificadas para tal propósito porque desarrollan programas de atención a la violencia intrafamiliar.
• Existen legislaciones en muchos países, pero son desconocidas para el personal de salud: Rara vez las mujeres atendidas en servicios de salud se benefician de la asistencia legal.
• Los mitos y creencias propios de la sociedad son otra barrera para la atención de las mujeres que sufren violencia. Los/as proveedores/as de servicios han sido socializados con las mismas creencias y mitos.
El personal de salud, por el propio ejercicio de la profesión, está en mejor capacidad para asimilar los marcos conceptuales que garantizarían una atención de calidad a las mujeres que viven en situaciones de violencia.
El perfeccionamiento de las herramientas para la prevención y promoción en salud, basada en modelos de relación no violentos; la capacitación del personal de salud para abordar la problemática en la comunidad; la sensibilización y educación de la población basada en la equidad de género, así como la promoción de políticas públicas que promuevan protocolos de atención integral a la violencia, son algunos de los retos que el sector deberá enfrentar para derribar los obstáculos y lograr una atención de calidad a las mujeres víctimas de la violencia de género.