Múltiples han sido las teorías, polémicas y estrategias de respuestas en torno a la prostitución. Sin embargo, esta vez se sugiere una mirada poco usual, anclada desde los feminismos poscoloniales latinoamericanos y caribeños. Se trata de un posicionamiento que permita (de) construir enfoques, prácticas cotidianas e imaginarios sociales sobre el tema. Valdría cuestionarse por qué son precisamente estos feminismos el punto de partida en el análisis. La respuesta a tal interrogante distingue la posición contrahegemónica que los define como: «Una metodología revolucionaria para la despatriarcalización de la vida cotidiana hasta la letra»[1].
El moderno sistema colonial de género profundiza los vínculos entre el patriarcado como cultura de la dominación y la prostitución, que es una pieza clave en el mantenimiento de esa opresión. Luchar contra el patriarcado es replantear el enfoque y colocar la prostitución de manera diferente en la agenda nacional de justica social.
Se asumen los feminismos poscoloniales, en su doble aspecto, al constituir simultáneamente lugar de enunciación y campo de acción, más bien campo de batalla, desde el paradigma emancipatorio de la Epistemología del Sur[2], cuya exigencia distintiva es “reinventarnos” y con ello transformar nuestras prácticas y a las personas en sí mismas. Aquí el Sur es visto más allá de lo geopolítico, para multiplicarse simbólicamente en escenarios de sufrimientos, opresiones y resistencias, conformando la diversidad de sures que habitan desde el espacio local al global -con sus marcadas diferencias y conexiones- de las que Cuba hace parte. Advierta que el fenómeno de la prostitución y en particular las personas que la ejercen también integran un sur interno.
De ese modo, el debate es instalado tomando en consideración las siguientes interrogantes: ¿Es la prostitución lo que habitualmente se define como tal?, ¿qué tendencias caracterizan su afrontamiento? y ¿cuáles son las alternativas emergentes?
Violencia o trabajo: realidades, discursos y cuerpos en tensión
El debate feminista acerca de la prostitución refleja un planteamiento dicotómico asentado en los polos violencia y trabajo[3]. En torno a qué es prostitución giran puntos de vistas muy diversos, que generan tensiones ilustrativas de nudos de disensos hasta el conflicto: ¿es la prostitución una compra y venta de placer o de personas; placer: para quién y para qué?, ¿es trabajo sexual o esclavitud?, ¿es delito o conducta “antisocial /peligrosa”?
Enmascarada bajo servicios sexuales o sexo comercial, en realidad la prostitución compra y vende personas. El término de trabajo tiene la intención de dignificar; sin embargo, lejos de hacerlo, crea eufemismos que generan más patriarcado en el imaginario social, refuerza mitos y prejuicios en torno a ella; limita la ciudadanía, pues legitima la existencia de ciudadanas y ciudadanos de segunda clase al valorar los cuerpos, la sexualidad y los derechos asociados como mercancía. ¿Pueden existir derechos y garantías erigidas sobre tal desequilibrio del poder?
Ante esta polémica, en busca de abandonar el etiquetamiento social, ha surgido el término de personas en condición de prostitución. Ello se proyecta al reconocimiento de la condición de víctimas, pero subyace la limitación de volver a colocar la discusión en las personas que las ejercen y al presentarlas como vulnerables, las revictimiza. A la par, el vocablo condición sugiere cierto estatus de atrapamiento atemporal, indefinido, incidente en la visión proactiva del tema.
Sostenemos la tesis contrahegemónica, que define la prostitución como un proceso complejo de violencia de género agravada, sustentado en relaciones locales[4] de explotación. Tras eufemismos y castigos, la prostitución es, en esencia, colonialidad de género; es decir, “opresión de género racializada”[5], invisibilizada y en revictimización. El aporte de los feminismos poscoloniales es demostrar que, en estas mujeres y en otras víctimas de la prostitución, habitan múltiples opresiones y que se han de encontrar diversidad de voces y caminos de cambio.
Entender que la prostitución es un proceso revela cinco fases principales, ellas son:
Ideación: caracterizada por la formación de motivos hasta la toma de decisión de los/as sujetos para iniciar el proceso de prostitución.
Iniciación: integran las primeras experiencias de participación en actividades de prostitución en una o varias modalidades, presenciales o virtuales.
Eventual: participación inestable, discontinua, asicrónica en el ejercicio de la prostitución, que comparte con otras actividades vitales de carácter laboral, estudiantil o de cuidados.
Meseta: participación estable en la prostitución, constituida en estilo de vida y articulada con actividades delictivas.
Agravación: la prostitución como estilo de vida y la participación activa, diversificada y sostenida en actividades delictivas de carácter trasnacional.
Los resultados de investigaciones científicas y estudios socioperativos muestran que, en el país, la tendencia de la prostitución apunta a concentrase en las fases eventual y de meseta[6], con tendencia a desdibujar sus perfiles tradicionales, mediante el rejuvenecimiento de la iniciación y el ensachamiento hacia la adultez, de la mano de nuevas formas de prostitución y de asociación con delitos conexos, en correspondencia con el acelerado proceso de envejecimiento poblacional.
Ello demuestra, en el plano sociológico, que no estamos ante un fenómeno marginal, sino estructural, que conforma un grupo social específico capaz de reproducirse como componente de la estructura social cubana. Las personas que ejercen la prostitución son víctimas de la reproducción social e intergeneracional de procesos de dominación.
Viajando a la semilla hasta llegar a hoy
Para avanzar sobre este tema, proponemos, en diálogo imaginario con Alejo Carpentier, un viaje a la semilla que revela los orígenes de la prostitución en el colonialismo y su afianzamiento político institucional en la república neocolonial. Tras el desmontaje programático de la prostitución desde 1959, con el triunfo de la Revolución Cubana, fueron transformadas las principales causas objetivas de este fenómeno, reduciéndose sustancialmente a límites evaluados a escala nacional como indicativos de erradicación[7].
Pero problemas sociales tan complejos encuentran variadas formas de perpetuarse. La peculiar coyuntura de crisis de la sociedad cubana en la pasada década del noventa, que en determinadas aristas aún se aprecia, generó condiciones favorables a la reanimación de la prostitución. En el caso cubano, si bien determinados análisis tienden a privilegiar los factores económicos asociados a la crisis y a la incidencia del turismo, tienen influencia más activa los factores ideológicos que sustentan la prostitución. El turismo no solo implica una amenaza, es también una oportunidad para avanzar en mejores prácticas de atención a la prostitución.
Los imaginaros sociales han transitado desde rechazo histórico a la prostitución en el país, en calidad de tendencia predominante, hasta percepciones de tolerancia social y familiar. El fenómeno se renueva como una de las estrategias familiares de vida para el afrontamiento de la crisis y sus impactos[8]. También representa un canal de movilidad social, a fin de intentar insertarse en el escenario global.Este cambio legitima, naturaliza y, en determinadas ocasiones, hasta erige la prostitución como experiencia vital exitosa y alterativa migratoria eficaz. La conexión entre trata de personas y prostitución, a escala nacional y global, refuta ese mito.
En consecuencia, ya no se trata de enfrentarla fijando el punto de mira en las actividades o en las personas que la ejercen, hay que trascender a lo esencial. En este campo, existen disímiles causas a atender como sociedad. Se conforma un nuevo contexto explicativo del fenómeno, para el cual resultan indispensables nuevas estrategias y mayor articulación. La diversificación de las formas de propiedad, la complejización de la economía y la sociedad cubana y el proceso de envejecimiento poblacional dilatan las trayectorias individuales y grupales del ejercicio de la prostitución, y reafirman la tendencia mundial referida a la evolución de sus formas, transitando a modos más sutiles de actuación y nuevos métodos de organización.
Cuba se atiene al enfoque abolicionista de la prostitución y toma como base la prevención articulada con mecanismos de participación social desde las comunidades. En este enfoque subyace el paradigma martiano de sociabilidad: “En prever está todo el arte de salvar”[9]. Lo decisivo es comprender que hoy aparecen nuevas formas de prostitución que exigen repensar las estrategias tradicionales de prevención. Sin embargo, las estrategias están centradas en la mujer y en el riesgo.
Al focalizar a la mujer, se refuerza la cultura patriarcal, esta es vista con una visión homogénea y binaria, a contrapelo de la diversidad, y profundiza las desigualdades sociales. Mientras, jerarquizar el riesgo promueve criminalización. Aunque se sanciona penalmente de forma severa el proxenetismo y la trata de personas, en la práctica, quienes ejercen la prostitución son privados de libertad en virtud del “estado peligroso”.
Bajo estos presupuestos, la prostitución es encarada con un enfoque reduccionista desde el Código Penal, como conducta antisocial, situación que retrotrae a la doctrina de la peligrosidad social ampliamente superada por el Derecho.
Estas personas, en virtud del Código Penal cubano, pueden ser “aseguradas” mediante medidas pre delictivas, con internamiento de uno a cuatro años. Sin embargo, no debemos criminalizar esas conductas, ni asociarlas a la justicia penal. Todo lo contrario, el eje estructurador del cambio consiste en asumirlas lo más lejos posible del sistema de justicia penal.
En la práctica, actores comunitarios, jurídicos y policiales priorizan, en las medidas que se adoptan, la prostitución femenina. En tanto, la prostitución masculina o trans adquiere menos visibilidad, se construye de manera diferente desde el punto de vista simbólico y recibe un discreto tratamiento en los sistemas operativos de enfrentamiento policial. No es casual que en la pasada década del noventa surjiera el Centro de recepción, clasificación y procesamiento penal de prostitutas, y los centros de rehabilitación para prostitutas, actualmente extendidos a todas las provincias del país, para el cumplimiento de medidas pre delictivas con internamiento, sin que se cuente con instituciones similares para hombres o personas trans. Esta práctica institucional refuerza la criminalización de la prostitución en general y de la femenina en particular, lo cual no ha implicado una reducción sustancial y sostenible del fenómeno, demostrando la necesidad de otras respuestas.
No hay argumentos que logren sustentar la peligrosidad social de las personas que ejercen la prostitución, como rasgo constitutivo esencial del delito. En paralelo, la “antisocialidad” se esfuma al carecer de una definición y basamentos específicos. Cada quien debe ser juzgado por los delitos que comete y no por los que presumiblemente pueda cometer, aunque los órganos especializados aluden a la conexión con delitos graves vinculados a las drogas, el proxenetismo, la trata de personas, el homicidio y el asesinato fóbico por razones de género.
Ante este panorama, sugerimos una senda de (de) construcción del enfoque sobre el tema, más en correspondencia con el contexto de cambios de una sociedad cuyo modelo económico y social se ha definido en actualización.
La diversidad de actores económicos, caracterizada por el predominio de la propiedad estatal socialista y la reanimación del sector privado, inversión extrajera, las cooperativas no agropecuarias, las nuevas formas de gestión, la recomposición de la estructura social cubana con un aumento de las desigualdades y la polarización del mapa familiar, han hecho surgir nuevos, escenarios -causales, motivación y actores- en este fenómeno, que sustentan desafíos ante las políticas públicas.
Es presumible la estabilidad perspectiva del fenómeno de la prostitución, dada la capacidad de seguir reproduciéndose y ampliándose. En este contexto, se impone:
No criminalizar, estableciendo la mayor distancia funcional con el sistema de justicia penal. No son políticas penales las que necesitamos, sino políticas de cuidado.[10] El nuevo paradigma de cuidados implica la articulación de políticas de distribución y reconocimiento de manera intersectorial, con empoderamiento femenino y familiar. Atender y no enfrentar, formar capacidades en el tema es la estrategia clave.
No es un acto, es un proceso plural marcado por la diversidad, por lo cual debe atenderse con interseccionalidad[11], redescubriendo las diferencias. Este concepto que emerge como resultado del entrecruzamiento de género, generación, color de la piel, clase y territorio, explica cómo se reproducen históricamente las desigualdades sociales. Permite visualizar y reconocer la existencia de relaciones de jerarquía y desigualdad entre géneros, en el hogar y fuera de él.
No es una vida fácil, es uno de los principales dramas humanos de todos los tiempos. La lucha de y por los cuerpos como territorio oprimido constituye un fundamento básico para la atención a la prostitución.
No invisibilizar bajo eufemismos o el excesivo control de información, no al silencio y a la distancia con respecto a las personas que ejercen la prostitución. El imperativo es la identificación y el acompañamiento social de nuevas voces. Promover las narrativas protagónicas de estas para reconstruir las historias de opresión e impactar los imaginarios sociales con fines preventivos.
Frente a la prostitución existen antídotos eficaces, como la información, la educación en valores y el empoderamiento de las familias, en calidad de proceso en el que se amplían las condiciones para el despliegue de sus funciones sociales. En fin, todo un continuo que tribute al empoderamiento real de las personas. Deconstruir, desde los feminismos poscoloniales, prácticas e imaginarios sociales acerca de la prostitución en Cuba, conducirá a nuevas miradas estratégicas. En materia de políticas públicas se abre el reto de qué hacer para no seguir siendo “la fugitiva, la que rompió las puertas de la casa vivienda y cogió el monte”[12].
[1] Paredes, Julieta. (2010). Hilando fino desde el feminismo comunitario. La Paz: Moreno Artes Gráficas.
[2] De Sousa, Buenaventura. (2009). Epistemología del Sur. CLACSO. Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI. Disponible en: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros
[3] Morcillo, Santiago (2014). “Como trabajo”. En Sexualidad, Salud y Sociedad. Revista latinoamericana N°.18 – pp.12-40. Buenos Aires.
[4] Se refiere a la articulación de los escenarios globales y locales.
[5] Las feministas María Lugones, Rita Segato y Karina Bidaseca, han desarrollado ampliamente este concepto como contribución trascedente de los feminismos poscoloniales.
[6] Véase la mesa de posicionamiento sobre prostitución celebrada en el II Simposio Internacional Violencia de Género, prostitución, turismo sexual y trata de personas, La Habana 27 al 31 de enero del 2017.
[7]En 1962 se realiza en el país un censo que registra 6,000 prostitutas y comienza la toma de medidas para lograr que esos barrios dejen de ser zonas de tolerancia, surgen así las escuelas de rehabilitación.
[8] Campoalegre, Rosa. (2013). Familias cubanas en transición. CD Caudales. Publicación digital del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas.
[9] Martí José. (1893). La lección de un Viaje. Obras Completas. Tomo 5. La Habana: Editorial Ciencias Sociales.
[10]Es entendido como acciones intencionadas para generar bienestar, procurando satisfacer necesidades físicas y emocionales que permitan estar y sentirse bien. El cuidado tiene como centro de su actuar el interés y la preocupación por los demás (Campoalegre, et. al., 2016).
[11] Segato, Rita. (2010). Género y colonialidad: en busca de claves de lectura y de un vocabulario estratégico descolonial. Disponible en http://seminariovirtual.clacso.org.ar/
[12] De la autoría de la destacada poetisa afrocubana Georgina Herrera.