El ámbito de las relaciones sexuales y el contexto en que se producen develan estrategias de poder y control sustentadas en normas sociales que buscan mantener el orden patriarcal. Responder a las interrogantes de cuándo, con quién, dónde, por qué y en qué condiciones tienen lugar las primeras experiencias sexuales coitales y su continuidad ofrece pistas acerca de valores culturales que sostienen las desigualdades subyacentes a este evento.

Aun cuando a partir de investigaciones con diferentes grupos de personas de acuerdo con su edad y los territorios donde viven se identifica que tanto mujeres como varones no consideran que su primera relación coital es resultado de un acto de imposición[1], se presentan indicadores de asimetrías de pareja que pudieran obedecer a mecanismos de control y al ejercicio desigual de poder. Entre ellos se encuentran la combinación de características como la edad, la escolaridad, la actividad formal, los ingresos económicos de las mujeres y los hombres en el momento en que experimentan estos eventos. Por otra parte, en el plano de la comunicación se distingue como elemento común, para unas y otros, la ausencia de negociación previa acerca de su ocurrencia.

La negociación es entendida como el establecimiento de un pacto entre las partes implicadas, pero en el caso de las relaciones sexuales al que nos referimos, pareciera acontecer en medio de concesiones, complicidades o persuasiones, sin que haya un acuerdo precedente suficientemente claro sobre las condiciones en que se producen y sus resultados.

A la primera y sucesivas relaciones sexuales se llega por la búsqueda del placer erótico. Esta última constituye una noción construida a partir de los modelos ideales que presentan los productos audiovisuales, o desde la narrativa de otras personas sobre las que se configuran diferentes expectativas que luego se confrontan con sus experiencias.

La atracción física, la curiosidad, la existencia de una relación con independencia de la temporalidad e intimidad emocional y la incitación hacia el acto “por no quedarme atrás” son algunos de los argumentos expresados por mujeres y varones cuando se les interroga acerca de los motivos para iniciar sus relaciones sexuales. En ellos, el deseo emerge como propiciatorio para su ejecución en un contexto por lo general imprevisto, circunstancial, en medio de juegos eróticos que se dan en lugares diversos, mucho más variables para los varones que para las mujeres, quienes con mucha frecuencia describen que por primera vez ocurrió en la casa o en espacios familiares a su pareja formal.

El pacto para llegar a la relación coital se produce de manera instantánea, en el acto mismo, como una suerte de lo inesperado y lo deseado que resulta más o menos compartido. Sin embargo, en torno a este evento confluyen diversas creencias cuyos supuestos implican roles de subordinación y control. Algunas de ellas han sido identificadas a partir de la investigación sobre el tema con mujeres y varones, por ejemplo, respecto a la iniciativa en el inicio, generalmente emprendida por los varones, aunque ambos lo deseen, excepto cuando la mujer es mayor y tiene más experiencia que él.

No obstante, pareciera que la concepción de que el hombre debe poseer mayor experiencia que la mujer, o que debe tener más edad, forma parte del imaginario social y le otorga ciertos “privilegios” que, al mismo tiempo, resultan una fuente de presión sobre él. El temor al desempeño en el acto es uno de los sentimientos descritos por algunos varones al narrar sus historias sexuales, miedos que los compulsan a probar o probarse a sí mismos su virilidad, y los someten al ejercicio de la autovigilancia y a la evaluación exterior. El espacio en que ejerce el control se vuelve hacia el control de sí mismos y se revierte en la relación con la otra persona, cuyas expectativas no necesariamente coinciden, se complementan o se satisfacen.

En este primer encuentro sexual pareciera que no se siguen reglas que constriñan al varón; sin embargo, cumplir con ciertos criterios de belleza, poseer determinadas habilidades comunicativas o solvencia económica inciden de manera diferencial en las posibilidades para optar y controlar las condiciones en que se exponen a sus encuentros eróticos, con independencia de la edad e inclusive del nivel educacional alcanzado.

Desde esos cánones, en entrevistas grupales e individuales con jóvenes he identificado algunos malestares respecto a las normas que pautan el acceso al mercado de emparejamiento, percibidas como barreras para quienes no alcanzan estos requerimientos que, para las muchachas, suponen ser físicamente atractivas y estar dispuestas a jugar los roles que los varones esperan de ellas durante el intercambio erótico. En tanto, para los hombres, implican, además, disponer de recursos económicos que les permitan el acceso a determinados espacios de consumo recreativo. Estos elementos dan cuenta de otra arista del fenómeno que actúa como mecanismo de selección y discriminación, también relacionada con la existencia de estereotipos patriarcales de lo femenino y lo masculino.

Siguiendo el hilo de las pautas culturales, se encuentra que el ritual de los 15 años permanece como una barrera de contención para el inicio de las experiencias coitales en las mujeres. En algunas opera a partir del control externo ejercido mediante la figura de la madre en la familia y, en otras, pareciera que ha sido asimilado sin necesidad de regulaciones externas. Para las muchachas, el tránsito por este evento en la adolescencia media se ha convertido en una norma social que cuestiona a aquellas que llegan a los 20 años sin experimentarlo.

Por su parte, los varones suelen estar más sujetos al patrón que los conmina a ser impulsivos, a mostrarse deseosos y temerarios desde más temprano. Esta es una de las razones por las que, cuando residen en zonas rurales, ellos con frecuencia cuentan que su primera vez tuvo lugar con algún animal, a veces antes de la eyacularquia, e incluso llegan a falsear historias de encuentros eróticos por temor a la burla o el rechazo entre los coetáneos.

Sujetarse al control de otra persona, o sujetarla a través de determinados recursos, es un mecanismo que actúa de diversas maneras en las relaciones eróticas. Entre ellas pudiera mencionarse la diferencia de edades entre los miembros de la pareja, el contexto de sus interacciones y las posibilidades de negociación que permiten, o no, la elección consensuada de las condiciones en que acontece.

El uso de métodos de protección es una de ellas. El tipo que se utiliza en la primera relación coital, casi siempre el condón o el coito interrupto, se basa en el control del cuerpo masculino y en gran medida, también, la decisión es depositada en el varón (en las relaciones heterosexuales), excepto cuando él también lo experimenta por primera vez y su compañera es mayor. Por lo regular, en sus relaciones sucesivas, el varón busca tomar el control y luego toma la iniciativa sobre qué método y en qué condiciones lo emplea.

El modo en que se involucran las mujeres y los varones en las decisiones sobre cuándo usar el condón, con qué pareja y hasta cuándo hacerlo se articula con la noción de placer y con los depósitos culturales diferenciales de la mujer y el varón respecto a la reproducción. La idea de que el contacto piel a piel potencia la sensación de goce erótico se complementa con el criterio de la confianza en la pareja.

Este no guarda ningún sustento en la temporalidad de la relación, ni en la intimidad alcanzada en el vínculo, sino más bien se respalda en la creencia de que la otra persona no está en riesgo de trasmitir el VIH, aun cuando a veces se exponga al riesgo de adquirir cualquier infección de transmisión sexual. Abandonar el uso del condón es una prueba de “confianza” que se dan y, al parecer, según estudios precedentes cubanos[2], está más asociado a prevención de infecciones de transmisión sexual que a evitar una gestación indeseada. Este suele utilizarse en los primeros encuentros coitales y luego es sustituido por métodos de control femeninos basados en la creencia de que la responsabilidad en la reproducción recae en la mujer. Esta suele ser una idea compartida por hombres y mujeres, con algunas contradicciones.

De modo que en el inicio y la continuidad de las relaciones sexuales, aun cuando se presentan algunas manifestaciones que señalan un cambio cultural, subyacen persistentes mecanismos de dominación patriarcal, en cuyos códigos es preciso adentrarse para acceder a develarlos y deconstruirlos, si se apuesta por la igualdad en el ámbito de la sexualidad y de género.    

 


[1]Quintana, L.: “Maternidad y paternidad en los imaginarios sociales de mujeres y varones”. Novedades en Población (18), julio-diciembre, 2013, pp. 81-90. Quintana, L., Bombino, Y., Rodríguez, G., Molina, M., Peñalver, N., y Ávila, N.: “Comportamiento en torno a la reproducción en la adolescencia. Acercamiento a sus condicionantes”. Novedades en Población, 10 (19), digital. Recuperado de: http://www.novpob.uh.cu/index.php/rnp/article/view/214, 2014. Quintana, L.: Cuba: fecundidad y toma de decisiones en torno a la reproducción. Miradas en contexto. Tesis en opción al grado científico de Doctora en Ciencias Demográficas. Centro de Estudios Demográficos (CEDEM). Universidad de La Habana, 2017. (s/p)

[2]Gran (2005). Interrupción voluntaria del embarazo y anticoncepción. Dos métodos de regulación de la fecundidad. La Habana: ECIMED.

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