El advenimiento de nuevos contextos histórico-sociales ha cambiado numerosas esferas de la realidad en que vivimos, caracterizada por tener como máxima, para muchas personas, el logro de una equidad (sea de clases, razas, ideologías, género, etc.).
El rol paterno, muestra por excelencia del poderío que identifica la imagen viril, no ha estado exento de estas transformaciones. Estudios recientes evidencian que estamos siendo testigos, consciente o inconscientemente, de la transición de un modelo de paternidad patriarcal hegemónico hacia otros que se cuestionan al padre, como la máxima autoridad de su familia, el proveedor principal en ella, el corrector por excelencia de las conductas “inadecuadas” de sus miembros y, por tanto, a quien todos deben admiración, respeto y obediencia.
Entre los elementos que evidencian el tránsito hacia modelos más participativos en la crianza de las y los descendientes podemos mencionar:
• La adición a sus funciones de manutención y servir de apertura de los hijos a la sociedad, de otras como: educar, instruir, guiar, comunicar y dar cariño.
• La intervención más sistemática en las tareas del hogar, aspecto que contribuye a la existencia de una mayor incidencia en la satisfacción de las necesidades propias del desarrollo biológico de sus descendientes. Por ejemplo, el padre que cocina les puede dar alimento.
• El establecimiento de una comunicación más sistemática y empática con sus hijas e hijos, ya no centrada sólo en elementos de corte regulativo.
• La presencia de vínculos afectivos más sólidos que evidencian una mayor implicación de la figura paterna en las actividades de sus hijos y que no sólo se expresan en el ofrecimiento físico de besos, abrazos y caricias, sino también con una mayor intervención en sus tareas escolares y juegos.
Estas conquistas han estado acompañadas de valiosos esfuerzos por parte de ellos, que arriban a esta condición socio-biológica con desventajas cognoscitivas en relación con sus parejas, causadas por el poco adiestramiento que reciben para desempeñarse en esta función durante su etapa de formación, en tanto se les limita la participación en experiencias enriquecedoras como jugar a las casitas o apoyar el cuidado de los menores en sus respectivas familias.
Educados para ser “padres victimarios”, ellos se convierten en las víctimas principales de las máximas que los sustentan, pues una vez que adquieren conciencia de las expropiaciones que supone el modelo de paternidad, basado en la cultura patriarcal, y se enfrentan con sus prácticas a lo “socialmente” estipulado, vivencian episodios violentos. Estos se manifiestan en forma de burlas ejercidas por el grupo de iguales, debido a la manera en que asumen funciones “tradicionalmente femeninas”; críticas por seleccionar como esposas a mujeres que “no cumplen a cabalidad” su rol de madres –según concepciones patriarcales–; o expresiones discriminatorias que se esconden tras refranes populares como el siguiente: “Ese hombre es una madre para sus hijos”.
No obstante, estos hombres se sienten satisfechos de lo que han logrado y motivados a mostrar a otros las ventajas de vivir una paternidad más cercana y comprometida, que no repara en los patrones establecidos por un sistema patriarcal, que ha comenzado a mostrar los primeros síntomas de resquebrajamiento.
Desafortunadamente, no todos tienen la misma disposición para atravesar por estos cambios en función de lograr la equidad de funciones respecto a las madres, pues desconocen las ventajas de involucrarse más en el cuidado y la formación de sus descendientes y, por tanto, el goce que este hecho implica.
Por ellos y nosotras debemos seguir trabajando en el desmontaje de los supuestos sexistas que amparan estas realidades y obstaculizan la construcción de contextos diferentes.
No se trata de un “capricho feminista” o una “máxima utópica”; es la imperiosa necesidad de un mundo más justo, humano, equitativo y pacífico, donde todas las personas puedan disfrutar de iguales derechos, deberes y oportunidades. Todos los esfuerzos serán pocos, mientras no sea una realidad este sueño. Asumir el compromiso de participar en su construcción es nuestro mayor reto en la actualidad.