Existen determinadas conductas que portan contenidos muy discriminatorios, pero a menudo se esconden bajo “cortinas inofensivas” y, por ello, quedan fueran del radar de la norma jurídica que suele sancionar estos actos. Generalmente, pasa también que estas “discriminaciones” han sido naturalizadas en la sociedad y son pasadas por alto. Es evidente que no basta un texto constitucional, ni nuevas legislaciones para lograr la inclusión real de todas las personas.
Y aunque estas conductas ocurren en todos los espacios sociales, los medios de comunicación suelen ser un escenario frecuente y la televisión, en particular, se lleva “el gran premio”.
A nivel global, los medios de comunicación audiovisual suelen reproducir estereotipos diversos que generan desigualdades y mucha violencia simbólica. Cuba no está exenta de esos comportamientos. La televisión cubana está destinada a fomentar principios y valores culturales, patrióticos, sociales, de inclusión e igualdad y en este sentido el Estado invierte sin escatimar en programas educativos, novelas o spots publicitarios. Sin embargo, cuando se trata de inclusión, queda un largo camino por recorrer, específicamente en el orden de representar con equidad a las personas discapacitadas.
¿Están hoy los medios de comunicación -y específicamente la TV cubana- preparados para asumir la inclusión de las personas con discapacidades? ¿Está la teleaudiencia lista para asimilar que comunicadores/es, locutores/as, actores y actrices, comentaristas, deportistas, tengan algún tipo de discapacidad?¿Se cumplen realmente –desde lo subjetivo y lo objetivo- los principios de igualdad e inclusión que están recogidos en la legislación cubana? ¿No son acaso la discriminación, la exclusión, formas de violencia?
Al margen de los estudios cualitativos que se han realizado sobre la temática, esta situación se puede ilustrar con ejemplos concretos. En los últimos años ha existido un auge de programas competitivos de gran factura, que son muy aceptados por la teleaudiencia, tanto infantiles como de adultos, en los que coincidentemente no aparecen personas con ningún tipo de discapacidad, ni siquiera en las preselecciones por provincias.
Resulta difícil creer que a estas convocatorias solo se presenten personas de las que la sociedad considera,estereotipadamente,“normales”. Llamo la atención, porque se trata de actos discriminatorios que quedan impunes y se están repitiendo constantemente.
Hay que tener cuidado, sin querer exagerar, con esas violencias que se esconden tras criterios homogéneos de selección en los programas de participación. Un criterio de selección para un concurso que tiene nivel nacional debe ser inclusivo. ¿Cómo es posible que en todo el país no existan personas discapacitadas con capacidad para bailar, cantar o tocar cualquier instrumento musical? Excluirlas hace que el concurso deje de tener ese primer principio, que es la igualdad. Pero quizás ocurre que desde lo visual -o lo comercial- no es factible tener ciertos concursantes, con determinadas características. Lo diferente no vende.
En nuestra sociedad la balanza de la inclusión tiene que prevalecer por encima de los cánones mercantiles que sustentan estos programas. La exclusión genera violencias. Y el papel de los medios de comunicación es crucial en la formación y aceptación de los individuos con discapacidad.
Pero el problema viene de más lejos y no solo se manifiesta en los programas competitivos.Hay que partir de la realidad de que las escuelas de arte no son inclusivas y no seleccionan a personas con determinadas limitaciones físicas, aun teniendo las “aptitudes” para ingresar en ellas.
Es inconcebible que en una televisión con seis canales no exista ni siquiera un programa con un sujeto con discapacidad, excepto aquellos que están destinados específicamente para esos públicos. No creo que ocurra por falta de capacidad de escritores, productores, directores, asesores, o de aquellas personas que son responsables de lograr guiones donde estén presentes personas diversas, con todas las diferencias, incluidas otras como las de género, raza o clase. Se trata de ofrecerles la oportunidad de participar o actuar con su discapacidad, mostrando lo valiosas que pueden ser a pesar de su discapacidad o sus diferencias.
Es difícil luchar contra los estereotipos y hablar de aceptación de otras personas cuando, en la mayoría de las ocasiones,tenemos del discapacitado o discapacitada una imagen victimizada, asociada a la inutilidad y la incapacidad.
Un ejemplo reciente de lo que se puede hacer fue la transmisión de forma directa de los juegos para-panamericanos de Lima, lo cual fue, sin duda alguna, un reto para la TV; pero era una vieja deuda que hacía mucho pesaba en las transmisiones deportivas. La transmisión se acogió con gran beneplácito, aunque no con la gran audiencia que merecía.
Desde mi perspectiva, hay muchos factores que influyeron en esta situación. Primero, la poco cultura que tiene la sociedad de ver deportes practicados por personas con discapacidades, pues habitualmente solo se trasmiten de forma diferida cuando hay campeonatos para-olímpicos o para-panamericanos, y donde se priorizan las competencias donde participa Cuba (y aquellas medallas que, por demás, son esperadas).
El deporte para personas discapacitadas tiene muchas complejidades que son difíciles de entender, por las múltiples categorías que existen según la discapacidad. Entonces, si no se hacen trasmisiones frecuentes que vayan ofreciendo una cultura sobre sus características específicas, al espectador, por mucho que le guste el deporte, no le resulta fácil entender lo que ocurre en el mismo momento de la competencia y eso le resta un valor al esfuerzo realizado por transmitirlo. A eso se le suma que nuestra sociedad no está preparada, desde lo visual,para recibir imágenes de personas discapacitadas, fuera de los anuncios publicitarios que llaman a respetar, ayudar e incluir a estas personas.
Durante los días de Lima 2019 escuché a personas comentar que no veían las transmisiones porque “no tenían corazón para hacerlo”. Me pregunto qué corazón hay que tener para ver a una persona que solo es diferente, practicando un deporte, esforzándose, obteniendo triunfos. Y es que justo esos criterios responden al comportamiento de lástima y subvaloración que existe hacia las personas discapacitadas.
El lenguaje discriminatorio muchas veces utilizado por comentaristas deportivos también marca la diferencia: si describes de maneras diferentes la competencia para discapacitados y el deporte más convencional, estas naturalizando la subvaloración desde la comunicación. Igual se desvaloriza cuando, desde los comentarios, se está reiterando constantemente que lo importante no es ganar, sino el esfuerzo realizado. O cuando, desde antes de empezar la competencia, ya se anuncia que por determinada discapacidad un deportista no debe ganar. Eso es discriminatorio y es una manera de maltratar a personas que realizan un esfuerzo fuera de lo común.
En mi opinión, entre las consecuencias de la ausencia de personas con discapacidad en los programas competitivos de la TV, o de la baja teleaudiencia de las trasmisiones deportivas paralímpicas o para panamericanas, se encuentra nuestro sistema educativo, que muchas veces no profundiza en la creación de una conciencia social de respeto hacia la discapacidad. Quizás porque desde las escuelas, o desde los hogares, no se inculca el respeto hacia quien es diferente. En muchas ocasiones, cuando padres y madres requieren a un menor porque manifiesta curiosidad sobre alguna persona discapacitada, la reacción generalmente es de reprenderlo verbal o físicamente, en lugar de darles la explicación del porqué esa persona es distinta. Ese es el momento de sembrar la semilla de la conciencia de respeto; obviar la pregunta trae como consecuencia la no asimilación y la exclusión.
Buenísimo artículo el de Aracely Rodríguez; mis felicitaciones por «mover el piso» con este tema tan importante.